Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas.
Carta a los artistas, Juan Pablo II.

Haced cosas bellas pero, sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza.
Encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12-5-2010, Benedicto XVI.

jueves, 3 de junio de 2010

¿Qué hacéis mirando... al suelo?

‘¿Qué hacéis mirando… al suelo?’ Puede que esta cuestión os evoque otra que recoge el Nuevo Testamento en el Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 1,11). Si alguno no sabe a qué me refiero, la pregunta original es: ‘¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?’ Pero no voy a escribir sobre las palabras que escucharon los Apóstoles…
Quería escribir sobre otros temas, pero hace unos días (el lunes pasado) sucedió algo que me hizo plantearme esta pregunta, no tal como la formulo hoy aquí sino en primera persona, esto es: ‘¿qué haces mirando… al suelo?’. Por motivos que no vienen al caso, el pasado lunes recorrí el trayecto que hago habitualmente al salir de la Universidad con la cabeza agachada, con la mirada fija en el suelo, no sé… Ya escribí sobre esto en otra entrada a la que os remito si no la habéis leído y queréis hacerlo: Belleza en tus pasos. En aquella entrada decía: “me había “olvidado” de contemplar la belleza que nos rodeaba y concentraba todos mis esfuerzos, mirando al suelo, en seguir dando pasos para llegar a la cima… y me perdía lo mejor de la subida, me perdía la belleza del camino”. Pues así, más o menos, andaba yo el lunes, sin ver, sin oír… y reconozco que para nada pensaba en ningún camino ni en llegar a ninguna cima…
¿Qué sucedió entonces? Había recorrido más o menos la mitad del trayecto cuando, esperando para cruzar un semáforo, vi algo que me hizo levantar un poco la mirada… Al otro lado de la calle, sentado en el suelo con la espalda contra la pared, sucio, con dos perros acostados uno a cada lado, había un chico (diría que no tendría aún los 30 años)… “No es tan extraño”, diréis… No: por desgracia la pobreza con todos sus matices y en todas sus formas es una realidad que está muy presente entre nosotros; por desgracia no es extraño ver a personas abandonadas, abandonadas de los demás, abandonadas de sí mismas, pidiendo en las calles; por desgracia no es extraño que algunas de estas personas pasen prácticamente desapercibidas, rodeadas de soledad, en sus casas o donde puedan… El joven tenía los brazos cruzados sobre sus rodillas, la cabeza agachada y apoyada sobre sus brazos –no se podía ver qué decían sus ojos- y en su mano derecha sostenía una flauta dulce… Tenía en sus manos, digo, un instrumento musical, un instrumento sencillo pero con el que se pueden tocar ciertas melodías, un instrumento que puede hacer eco de la belleza… Pero él miraba al suelo, se veía que no podía levantar la cabeza, que estaba solo y hundido… Posiblemente, de haber visto “sólo” eso, yo hubiese pasado de largo como tantas otras veces, hubiese pasado a su lado rezando por él (reconozco que esto lo hago), hubiese pasado con dolor… pero al minuto me hubiese “olvidado” y hubiese clavado nuevamente mi mirada en el suelo… Pero no vi “sólo” eso… Frente al joven había dos chicos de no más de 20 años, dos chicos bien vestidos, estudiantes quizás… No sé qué tipo de “desenlace” esperáis que tenga esta historia tal y como os la estoy relatando. Os adelanto que, afortunadamente, todavía existen personas –y esperemos que cada vez más- que se interesan por los demás y que lo hacen de una forma desinteresada, gratuita. Los dos jóvenes estaban hablando con el muchacho de la flauta, estaban intentando que levantase la mirada, se acercaron a él, le pusieron las manos sobre sus hombros, acariciaron a los perros que le acompañaban… Esta escena la vi desde el otro lado del semáforo, así que no puedo deciros –porque no las oí ni sé si me incumbía oírlas- qué palabras le dirigían, pero viéndoles no dudo que eran palabras de ánimo, de esperanza, no dudo que pretendían ofrecerle –al menos intentarlo- una vida más plena o el comienzo de la misma…
El semáforo se puso en verde para los peatones y crucé la calle… Pasé a su lado, pasé al lado de los tres jóvenes y no intervine más que rezando por ellos… Dos jóvenes que tratan de levantar a un tercero necesitan, pensé y pienso, una fuerza que no nace de ellos… Todo lo que os cuento no duró más de un minuto, quizás incluso menos de un minuto, no lo sé… pero fue el tiempo suficiente para que me planteara la cuestión con la que he comenzado: ‘¿Qué haces mirando… al suelo?’. Sí: qué hacemos, qué hacemos a veces que no apreciamos lo que nos rodea, que no dejamos que nos hablen las cosas que pasan a nuestro alrededor… o que nos negamos a ver que detrás de todo –de todo, de todo, de todo…- hay algo más… Qué hacemos que nos sumergimos en nuestras preocupaciones y no levantamos la mirada, que pensamos –con razón- que nada podemos, pero no pensamos que Él sí puede… Qué hacemos que no ofrecemos a los demás lo que Él nos ha dado sin merecerlo, que no ofrecemos su abrazo… Qué hacemos que nos centramos tanto en nosotros mismos que olvidamos que estamos aquí para ser felices, sí, pero que jamás lo lograremos si no luchamos para que los que nos rodean sean también felices… ¿Cómo? Cuestión de cada uno trabajarlo, pero para los que queráis considerarlo os dejo unas palabras que dirigió Benedicto XVI a las personas del mundo de la cultura y el arte el pasado 12 de Mayo en Lisboa: «Haced cosas bellas, pero sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza». Sí, quizás si cambiamos y convertimos nuestras vidas en un lugares de belleza, podremos transmitir la Belleza al mundo que nos rodea… y quizás así el mundo –este mundo que está en nuestras manos porque nos ha sido dado- sea para todos (empecemos por los que tenemos más cerca) un buen sitio para buscar la felicidad, la Verdad, el Amor, una vida llena de sentido…
No sé si los dos jóvenes lograron levantar al tercero, no sé si el chico de la flauta se puso en pie y se puso en camino, no sé si lograremos cambiar cada uno (no sin ayuda) para cambiar el mundo, pero sé que debemos intentarlo por nosotros y por todos… y sé que el chico de la flauta no es el único que sufre la pobreza: pobreza económica, sí, pero sobre todo pobreza, dolor, tristeza, soledad, desesperanza… en su corazón. No sé a vosotros, pero a mí me duele que estas situaciones sean tan frecuentes –quizás más de lo que pensamos- y que hagamos tan poco para transformarlas… Perdonad la generalización: en ese ‘hacer tan poco’ me incluyo sin duda y deseo que los que leéis esto podáis decir que vosotros sí que lucháis de verdad por cambiar para cambiar este mundo nuestro…
Termino con unos versos de José María Pemán:

Guarda amigo para ti
lo que quieras sin medida,
que cuando salga de aquí
para ganar la otra vida
sólo tendré lo que di.

¡Ah! Se me olvidaba… Al girar la esquina cerca de donde se encontraban estos tres jóvenes, poco más adentrado en la calle, sobre la acera había dos sillas una al lado de la otra… La una estaba vacía y en la otra había un sacerdote (sé que era un sacerdote porque iba vestido de negro y llevaba alzacuellos)… Tres jóvenes, dos tratando de ayudar al tercero. Un sacerdote junto a una silla vacía. Menos de 1 minuto de camino entre una escena y la otra, separadas solamente por la esquina de un edificio… No sé si estas escenas estaban o no relacionadas entre sí, pero sin duda para mí lo estuvieron… y al pasar junto al sacerdote volvió la pregunta: ‘¿Qué haces mirando al suelo?’ 'Nada, simplemente estaba obviando la belleza del camino…'
Saludos :)