Lo que dejo ahora no lo escribí para todos los que pasáis por el blog, que no sé si sois muchos o pocos, sino para las amigas con las que compartí este año el Camino de Santiago. Pero bueno, después del día de hoy he pensado que no está de más dejarlo en el blog y que lo lea quien quiera y quien no, pues no pasa nada. Esto es lo que “nos” escribí (con alguna pequeña modificación, para que se entienda fuera del contexto):
“Queridas compis del Camino,
Hoy estaba leyendo el inicio del capítulo del sacrificio del libro “¿Se puede vivir así?” (Luigi Giussani, Ediciones Encuentro) antes de la Misa y me evocaba algo reciente como es para nosotras el Camino de Santiago. Desde luego no sólo me recordaba a este viajecito (mejor peregrinación), más bien me lo representaba como imagen de la vida, de lo cotidiano. El caso es que me estaba planteando modificar la última entrada del blog o hacerle un anexo para añadir alguna cosa, pero al final he optado por hacer el anexo sólo para mis compis del Camino de este año, por no hacer el blog demasiado “pesado” (leedlo sólo si queréis, que igual es un poco “rollo”).
El anexo sería sobre el sacrificio, porque aunque algo puse algo de esto en el blog, creo que no es suficiente (y tampoco me gusta mucho cómo quedó la última entrada del blog). A mí con frecuencia me han tenido que recordar (o me he tenido que recordar yo misma) que Jesús no “sólo” murió en la Cruz, sino que después Resucitó (y esta es la clave). Yo me quedo muchas veces en la Cruz, pero no veo la Resurrección, de la misma manera que me quedo muchas veces en la divinidad pero no veo la humanidad (y otras al revés)… Afortunadamente, la Encarnación de Jesús y toda su vida han transformado nuestra vida y nos recuerdan que para los cristianos (y para todos los hombres) en nuestra vida no tiene sentido la Cruz sin la Resurrección, ni tampoco la divinidad sin la humanidad (Dios se hizo hombre)… Estas cosas son inseparables (al menos estoy llegando a esta conclusión, a la que probablemente llegasteis ya hace mucho).
¿Qué relación tiene esto con el Camino de Santiago? No, mejor: ¿qué relación tiene el Camino de Santiago con esto? Bueno, en parte esto que decía lo he aprendido (o “reaprendido” o reconocido) en el Camino de Santiago. La primera vez fue distinto (sorprendentemente, me faltó sacrificio), pero en esta ocasión (en la que he tenido la suerte de estar con vosotras) he reconocido otra vez que me estaba quedando en la cruz, en el “sacrificio”, sin ver que ese sacrificio tenía una razón distinta de mí misma. (Me da un poco de “risa” hablar de sacrificio en el Camino de Santiago, porque en la vida ordinaria hay sacrificios mucho mayores, pero lo tomo sobre todo como imagen.) No hace falta que diga lo que cuesta recorrer los últimos kilómetros de cada etapa y las veces que pensaba “se acabó”, porque vosotras vivisteis lo mismo o parecido, seguramente. Pero ahora lo recuerdo con alegría y gratitud (“sensaciones” que a veces me faltaron esos días) y aunque ya después de la primera Misa el sábado en la Catedral vi que el sacrificio valía la pena, me estoy dando más cuenta ahora que sigo haciendo el Camino pero en Valencia. El sacrificio valía y vale la pena porque tiene una razón “distinta”. Cuando andaba hacia Santiago iba contando los kilómetros que faltaban para llegar a la Catedral, pero desde luego que la Catedral no era la meta aunque yo lo estuviese viviendo así. La meta es mucho mayor (sería difícil contar los kilómetros que quedan hasta el Cielo…)… No sé cuál es la experiencia de cada uno en el Camino de Santiago, pero para mí hay una cosa clara y es que las flechas amarillas apuntan hacia “Arriba”… Ahora veo que en cada etapa buena parte de la belleza está en el sacrificio, sobre todo cuando ese sacrificio es Cruz (no cruz, sino Cruz). Y también (y creo que esto me cuesta más) que al final de cada etapa, (especialmente en la llegada a Santiago) hay una resurrección (aquí pondría múltiples comillas, quizás sería mejor decir que hay un renacer). Y esto que pasa “en pequeñito” en el Camino de Santiago (pero la verdad es que las cosas pequeñas son muy muy muy grandes), también pasa en la vida… Bla, bla, bla… Giussani lo dice mucho mejor:
“El sacrificio vale la pena cuando se hace por "algo distinto" que no se marchite como las hojas del otoño, que no se corrompa como un hombre al morir; algo diferente que desafíe el tiempo, algo que se vuelva más bello con el tiempo, que resista, y que, de este modo, te haga resistir también a ti.”
Y es extraordinariamente bello que cada uno de nuestros pasos en esta vida (que siempre implican alguna renuncia, algún sacrificio o la aceptación –y mucho más que aceptación- del sufrimiento…) repercuta en todos los cristianos (y en todos los hombres), no al modo de eso que llaman “efecto mariposa” sino de esta otra cosa que se llama “Comunión”.
Bueno, disculpad el rollo este, pero como “estoy haciendo” el Camino de Santiago con vosotras no he podido evitar contároslo.
Mil gracias.”
Hoy estaba leyendo el inicio del capítulo del sacrificio del libro “¿Se puede vivir así?” (Luigi Giussani, Ediciones Encuentro) antes de la Misa y me evocaba algo reciente como es para nosotras el Camino de Santiago. Desde luego no sólo me recordaba a este viajecito (mejor peregrinación), más bien me lo representaba como imagen de la vida, de lo cotidiano. El caso es que me estaba planteando modificar la última entrada del blog o hacerle un anexo para añadir alguna cosa, pero al final he optado por hacer el anexo sólo para mis compis del Camino de este año, por no hacer el blog demasiado “pesado” (leedlo sólo si queréis, que igual es un poco “rollo”).
El anexo sería sobre el sacrificio, porque aunque algo puse algo de esto en el blog, creo que no es suficiente (y tampoco me gusta mucho cómo quedó la última entrada del blog). A mí con frecuencia me han tenido que recordar (o me he tenido que recordar yo misma) que Jesús no “sólo” murió en la Cruz, sino que después Resucitó (y esta es la clave). Yo me quedo muchas veces en la Cruz, pero no veo la Resurrección, de la misma manera que me quedo muchas veces en la divinidad pero no veo la humanidad (y otras al revés)… Afortunadamente, la Encarnación de Jesús y toda su vida han transformado nuestra vida y nos recuerdan que para los cristianos (y para todos los hombres) en nuestra vida no tiene sentido la Cruz sin la Resurrección, ni tampoco la divinidad sin la humanidad (Dios se hizo hombre)… Estas cosas son inseparables (al menos estoy llegando a esta conclusión, a la que probablemente llegasteis ya hace mucho).
¿Qué relación tiene esto con el Camino de Santiago? No, mejor: ¿qué relación tiene el Camino de Santiago con esto? Bueno, en parte esto que decía lo he aprendido (o “reaprendido” o reconocido) en el Camino de Santiago. La primera vez fue distinto (sorprendentemente, me faltó sacrificio), pero en esta ocasión (en la que he tenido la suerte de estar con vosotras) he reconocido otra vez que me estaba quedando en la cruz, en el “sacrificio”, sin ver que ese sacrificio tenía una razón distinta de mí misma. (Me da un poco de “risa” hablar de sacrificio en el Camino de Santiago, porque en la vida ordinaria hay sacrificios mucho mayores, pero lo tomo sobre todo como imagen.) No hace falta que diga lo que cuesta recorrer los últimos kilómetros de cada etapa y las veces que pensaba “se acabó”, porque vosotras vivisteis lo mismo o parecido, seguramente. Pero ahora lo recuerdo con alegría y gratitud (“sensaciones” que a veces me faltaron esos días) y aunque ya después de la primera Misa el sábado en la Catedral vi que el sacrificio valía la pena, me estoy dando más cuenta ahora que sigo haciendo el Camino pero en Valencia. El sacrificio valía y vale la pena porque tiene una razón “distinta”. Cuando andaba hacia Santiago iba contando los kilómetros que faltaban para llegar a la Catedral, pero desde luego que la Catedral no era la meta aunque yo lo estuviese viviendo así. La meta es mucho mayor (sería difícil contar los kilómetros que quedan hasta el Cielo…)… No sé cuál es la experiencia de cada uno en el Camino de Santiago, pero para mí hay una cosa clara y es que las flechas amarillas apuntan hacia “Arriba”… Ahora veo que en cada etapa buena parte de la belleza está en el sacrificio, sobre todo cuando ese sacrificio es Cruz (no cruz, sino Cruz). Y también (y creo que esto me cuesta más) que al final de cada etapa, (especialmente en la llegada a Santiago) hay una resurrección (aquí pondría múltiples comillas, quizás sería mejor decir que hay un renacer). Y esto que pasa “en pequeñito” en el Camino de Santiago (pero la verdad es que las cosas pequeñas son muy muy muy grandes), también pasa en la vida… Bla, bla, bla… Giussani lo dice mucho mejor:
“El sacrificio vale la pena cuando se hace por "algo distinto" que no se marchite como las hojas del otoño, que no se corrompa como un hombre al morir; algo diferente que desafíe el tiempo, algo que se vuelva más bello con el tiempo, que resista, y que, de este modo, te haga resistir también a ti.”
Y es extraordinariamente bello que cada uno de nuestros pasos en esta vida (que siempre implican alguna renuncia, algún sacrificio o la aceptación –y mucho más que aceptación- del sufrimiento…) repercuta en todos los cristianos (y en todos los hombres), no al modo de eso que llaman “efecto mariposa” sino de esta otra cosa que se llama “Comunión”.
Bueno, disculpad el rollo este, pero como “estoy haciendo” el Camino de Santiago con vosotras no he podido evitar contároslo.
Mil gracias.”
Hasta aquí… Yo, como tú, imagino, tampoco quiero sufrir, ni pasarlo mal porque sí, ni sacrificarme… No, no quiero. Pero sé que nada de lo que tengo y –mucho más importante- nada de lo que soy, lo tendría ni lo sería si en mi vida no hubiese habido sufrimiento, ni sacrificio, ni esfuerzo… Nada tendría valor ni sentido para mí si todo eso se me hubiese ahorrado.... y sin esas “piedras” en el camino mi corazón no hubiese gritado que deseaba ser colmado, colmado hasta el fondo. Ese deseo se satisface, yo también me sorprendí al principio, en Cristo. Y no dejo de sorprenderme.