Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas.
Carta a los artistas, Juan Pablo II.

Haced cosas bellas pero, sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza.
Encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12-5-2010, Benedicto XVI.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Que no se marchite como las hojas del otoño

Lo que dejo ahora no lo escribí para todos los que pasáis por el blog, que no sé si sois muchos o pocos, sino para las amigas con las que compartí este año el Camino de Santiago. Pero bueno, después del día de hoy he pensado que no está de más dejarlo en el blog y que lo lea quien quiera y quien no, pues no pasa nada. Esto es lo que “nos” escribí (con alguna pequeña modificación, para que se entienda fuera del contexto):

“Queridas compis del Camino,
Hoy estaba leyendo el inicio del capítulo del sacrificio del libro “¿Se puede vivir así?” (Luigi Giussani, Ediciones Encuentro) antes de la Misa y me evocaba algo reciente como es para nosotras el Camino de Santiago. Desde luego no sólo me recordaba a este viajecito (mejor peregrinación), más bien me lo representaba como imagen de la vida, de lo cotidiano. El caso es que me estaba planteando modificar la última entrada del blog o hacerle un anexo para añadir alguna cosa, pero al final he optado por hacer el anexo sólo para mis compis del Camino de este año, por no hacer el blog demasiado “pesado” (leedlo sólo si queréis, que igual es un poco “rollo”).
El anexo sería sobre el sacrificio, porque aunque algo puse algo de esto en el blog, creo que no es suficiente (y tampoco me gusta mucho cómo quedó la última entrada del blog). A mí con frecuencia me han tenido que recordar (o me he tenido que recordar yo misma) que Jesús no “sólo” murió en la Cruz, sino que después Resucitó (y esta es la clave). Yo me quedo muchas veces en la Cruz, pero no veo la Resurrección, de la misma manera que me quedo muchas veces en la divinidad pero no veo la humanidad (y otras al revés)… Afortunadamente, la Encarnación de Jesús y toda su vida han transformado nuestra vida y nos recuerdan que para los cristianos (y para todos los hombres) en nuestra vida no tiene sentido la Cruz sin la Resurrección, ni tampoco la divinidad sin la humanidad (Dios se hizo hombre)… Estas cosas son inseparables (al menos estoy llegando a esta conclusión, a la que probablemente llegasteis ya hace mucho).
¿Qué relación tiene esto con el Camino de Santiago? No, mejor: ¿qué relación tiene el Camino de Santiago con esto? Bueno, en parte esto que decía lo he aprendido (o “reaprendido” o reconocido) en el Camino de Santiago. La primera vez fue distinto (sorprendentemente, me faltó sacrificio), pero en esta ocasión (en la que he tenido la suerte de estar con vosotras) he reconocido otra vez que me estaba quedando en la cruz, en el “sacrificio”, sin ver que ese sacrificio tenía una razón distinta de mí misma. (Me da un poco de “risa” hablar de sacrificio en el Camino de Santiago, porque en la vida ordinaria hay sacrificios mucho mayores, pero lo tomo sobre todo como imagen.) No hace falta que diga lo que cuesta recorrer los últimos kilómetros de cada etapa y las veces que pensaba “se acabó”, porque vosotras vivisteis lo mismo o parecido, seguramente. Pero ahora lo recuerdo con alegría y gratitud (“sensaciones” que a veces me faltaron esos días) y aunque ya después de la primera Misa el sábado en la Catedral vi que el sacrificio valía la pena, me estoy dando más cuenta ahora que sigo haciendo el Camino pero en Valencia. El sacrificio valía y vale la pena porque tiene una razón “distinta”. Cuando andaba hacia Santiago iba contando los kilómetros que faltaban para llegar a la Catedral, pero desde luego que la Catedral no era la meta aunque yo lo estuviese viviendo así. La meta es mucho mayor (sería difícil contar los kilómetros que quedan hasta el Cielo…)… No sé cuál es la experiencia de cada uno en el Camino de Santiago, pero para mí hay una cosa clara y es que las flechas amarillas apuntan hacia “Arriba”… Ahora veo que en cada etapa buena parte de la belleza está en el sacrificio, sobre todo cuando ese sacrificio es Cruz (no cruz, sino Cruz). Y también (y creo que esto me cuesta más) que al final de cada etapa, (especialmente en la llegada a Santiago) hay una resurrección (aquí pondría múltiples comillas, quizás sería mejor decir que hay un renacer). Y esto que pasa “en pequeñito” en el Camino de Santiago (pero la verdad es que las cosas pequeñas son muy muy muy grandes), también pasa en la vida… Bla, bla, bla… Giussani lo dice mucho mejor:
“El sacrificio vale la pena cuando se hace por "algo distinto" que no se marchite como las hojas del otoño, que no se corrompa como un hombre al morir; algo diferente que desafíe el tiempo, algo que se vuelva más bello con el tiempo, que resista, y que, de este modo, te haga resistir también a ti.”
Y es extraordinariamente bello que cada uno de nuestros pasos en esta vida (que siempre implican alguna renuncia, algún sacrificio o la aceptación –y mucho más que aceptación- del sufrimiento…) repercuta en todos los cristianos (y en todos los hombres), no al modo de eso que llaman “efecto mariposa” sino de esta otra cosa que se llama “Comunión”.
Bueno, disculpad el rollo este, pero como “estoy haciendo” el Camino de Santiago con vosotras no he podido evitar contároslo.
Mil gracias.”

Hasta aquí… Yo, como tú, imagino, tampoco quiero sufrir, ni pasarlo mal porque sí, ni sacrificarme… No, no quiero. Pero sé que nada de lo que tengo y –mucho más importante- nada de lo que soy, lo tendría ni lo sería si en mi vida no hubiese habido sufrimiento, ni sacrificio, ni esfuerzo… Nada tendría valor ni sentido para mí si todo eso se me hubiese ahorrado.... y sin esas “piedras” en el camino mi corazón no hubiese gritado que deseaba ser colmado, colmado hasta el fondo. Ese deseo se satisface, yo también me sorprendí al principio, en Cristo. Y no dejo de sorprenderme.

martes, 7 de septiembre de 2010

La imagen más bella de la vida


Poco antes de comenzar el Camino de Santiago en la última semana de agosto, un amigo me escribió: “es la imagen más bella de la vida”. Ahora se cumplen ya 10 días desde que llegamos a Santiago, 8 desde que dejé atrás esta ciudad cuya Catedral es, como he visto nuevamente, mi casa… A la vuelta, hablando con una amiga del Camino, me dijo: “claro, es que tú naciste en Santiago…”. Bueno, en realidad no nací en Santiago, pero ante la pregunta que Nicodemo hizo a Jesús (Jn 3, 1-16) –“¿Acaso puede un hombre nacer de nuevo siendo viejo?”- la respuesta que le daría después de estos años es ciertamente que sí, y en este sentido nací en Santiago el 17 de marzo de 2004 (¡Buen Camino!) y no fue la última vez.
Este segundo Camino de Santiago ha sido distinto, más sereno, con otras motivaciones diversas a las que tenía la primera vez que lo hice, pero quizás se me ha cumplido más aquello que me decía mi amigo, que es la imagen más bella de la vida. La belleza del Camino ya la había palpado hace unos años, pero esta vez he sido más consciente de que incluso en los momentos más duros del recorrido, cuando cada paso te duele, permanece la belleza aunque andes tan centrado en dar un paso más que te cuesta apreciarla. Permanece la belleza en la naturaleza que te rodea, permanece en la compañía, permanece en cada gesto, en cada “casualidad”, en el descanso, en el silencio, en la soledad, en el dolor… Si estás abierto, si dejas que el Camino te toque, notas que tu corazón va dando saltos porque toda esa belleza le remite a algo más, a algo mucho más grande, a un deseo de infinito que no se colmará sin sacrificio… y tampoco sin amor.
La imagen más bella de la vida, porque la vida está llena de momentos de alegría y de momentos de sufrimiento y de pequeños grandes detalles, y pequeños grandes regalos… No niego que pese a haber recorrido sólo 111 km desde Sarria (imaginad los que vienen de lejos), a partir del tercer día pensaba con frecuencia: “no volveré a hacer el Camino, es la última vez”. Se acumulaban el dolor, el peso de la mochila, y, sobre todo, el cansancio debido a la falta de sueño… y a este “no lo volveré a hacer” que se me pasaba por la cabeza le faltaba la percepción de que cada paso valía la pena, porque conducía a una meta. No me es difícil encontrar paralelismos en cosas de la vida cotidiana, supongo que a vosotros tampoco.
El Camino es un recorrido personal, pero que para mí no hubiese tenido sentido ni en 2004 ni esta vez sin las que me han acompañado. En esta segunda vez hemos sido cuatro y a todas les agradezco los momentos que hemos compartido. Es cierto que en algunos momentos necesitaba silencio y “soledad”, pero en ningún momento ellas me han sobrado… Al contrario sí, es decir, he sentido que me faltaban, que hubiese querido haber dado cada paso con todas y entrar en Santiago con todas, cosa que no fue posible. (Siento haberos dejado a veces atrás y otras veces adelante). Sin embargo, citando a otra amiga “lo importante del Camino no es sólo llegar, sino cada etapa, cada paso” y, juntas o no, cada paso lo dimos –pienso- por todas... y por todos.
Mi “no lo volveré a hacer” se transformó en un deseo de volver a recorrer el Camino en la Catedral de Santiago, tras la Misa del Peregrino de las 12.00 el sábado de mi llegada. El Camino tiene algo que hoy sé que es la presencia de Dios y las huellas del Apóstol que a muchos, casi 2000 años después de su muerte, nos cambió la vida. “¿Por qué? ¿Por qué has hecho el Camino? ¿Por qué has venido hasta la Catedral de Santiago de Compostela?” Si alguna vez hiciste el Camino y no te lo preguntaste, quizás es el momento de responder… o, mejor, lo hayas hecho o no, quizás es el momento de recorrerlo con el deseo de que cada paso del Camino y cada paso de tu vida esté lleno de sentido. Nunca debemos dejar de buscar la felicidad…
Ahora el Camino sigue. No termina en Santiago, tampoco en Finisterre. Es mucho más largo, mucho más duro, mucho más bello… y la meta mucho más alta. Mi porqué es el deseo de andar la vida disfrutándola, asombrándome de todo, es el deseo de encontrar el lugar que haga que esto se cumpla del mejor modo, el deseo de dar… y de recibir, el deseo de saciar el corazón, el deseo de Cristo… (quién me lo iba a decir…).
Esta entrada está dedicada especialmente a mis compañeras del Camino. Mil gracias a las tres. ¡Y que la acción de gracias suba tan alto como el Botafumeiro!
Saludos y, nuevamente, disculpad la falta de concreción.