Fue hace sólo un par de
días cuando llegué al "punto y final". Me refiero al “punto y
final” de un libro que, sin embargo, para mí no tiene final.
¿Un libro sin final? Diría que sí, y no porque el libro haya
quedado inacabado, incompleto, o porque no tenga un número limitado (y reducido)
de páginas.
Digo "libro sin final"
porque ha logrado despertar en mí el deseo de tener -¡volver a tener!- todos los sentidos despiertos ante la realidad. En “El sentido del asombro” (Ediciones Encuentro, S.A., Madrid 2012), Rachel Carson
narra con un lenguaje sencillo su experiencia y reflexiones al
acompañar a su sobrino Roger en la aventura del descubrimiento.
En este acompañar a su
sobrino en el asombrarse ante la naturaleza, que ilustra con no pocos
ejemplos en su libro, se pone de manifiesto cómo la educación en el
asombro mantiene expectante, vivo, alegre -¡fascinado!- el corazón del niño
ante el misterio del mundo.
Este “innato sentido del
asombro” queda con frecuencia adormecido, incluso sepultado, cuando
por nosotros pasan los años. Pero estamos a tiempo de volver a despertar,
de acompañar y ser acompañados para redescubrir, como niños y
junto a los niños, la grandeza del mundo que nos rodea. A tiempo de
escribir “el sentido del asombro”, sin final, en nuestra vidas,
maravillados:
“Es muy fácil recopilar
extensas listas de criaturas vistas e identificarlas sin que se te
haya cortado la respiración por la maravilla del prodigio de la
vida.” (Rachel Carson)