Querido compañero,
Queda en mi recuerdo que alguna vez se nos mencionó, en mi caso hace
bastantes años, la existencia de una “Declaración universal de los derechos humanos”.
En esta declaración se nos presentan nuestros derechos, los de todos y cada uno
de los seres humanos, como un “ideal” al que debemos tender y contribuir. Leída
la declaración, te recomiendo su lectura porque tal vez punto a punto puedas
interrogarte a ti mismo sobre lo que esta carta te dice, tal vez como medio
para descubrir que algunos, quizás tú mismo, no tiene tales derechos (“ideales”),
pero más completo sería el trabajo, creo, de plantearte (me lo aplico, sin
duda) no sólo si esos derechos los tienes, sino en qué medida están presentes a
tu alrededor y en qué medida puedes contribuir a que estén presentes. Tenéis
acceso a la declaración completa en español en: http://www.un.org/es/documents/udhr/index_print.shtml
Esta carta abierta podría ir punto por punto en la declaración, pero ha
nacido de ver que uno de estos derechos
universales (vinculado a todos) y, sin duda, fundamentales, está un tanto
ausente... Mi carta abierta no nace de la teoría, sino de lo que he vivido
desde que nací, de lo que me han contado muchas personas de muchísimos sectores
profesionales, tan dignos unos como otros, personas que están trabajando y
personas que están en desempleo, personas que viven bajo un techo y personas
que no tienen un techo, personas “encasilladas” y personas “sin encasillar”, de
las más diversas condiciones... El método de este trabajo de campo es sencillo:
salir a la calle, caminar, mirar, dialogar con los amigos, dialogar con las
personas que viven en la calle (que tienen una historia que contar, grandes
historias con frecuencia), escuchar, escuchar… y escuchar… y también reflexionar
juntos, solos, etc.
El artículo 23 de la declaración universal recoge:
1) Toda
persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a
condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el
desempleo.
2) Toda
persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo
igual.
3) Toda
persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y
satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a
la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera
otros medios de protección social.
4) Toda
persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus
intereses.
Sinceramente, este derecho está ausente en buena parte en nuestra sociedad,
¿no? Creo que no hace falta asomarse a la televisión para descubrirlo. Esta
carta no pretende ser una crítica a nada ni a nadie, sino una parada de
reflexión que probablemente muchos de nosotros ya hemos hecho. Como método de
trabajo yo me he planteado una única pregunta: “¿en qué medida contribuyo a que
este derecho no sea un ideal sino una realidad?”. Si cada uno de nosotros nos planteásemos con
seriedad esta pregunta, tal vez algo podría cambiar, empezando por nosotros
mismos y extenderse como una especie de “onda expansiva”, contagiosa. Podríamos
llamarlo “utopía”, cierto, pero hay una frase que nos podemos aplicar “para
cambiar el mundo, empieza por ti mismo”. Si tú, si yo, cambiamos, podemos
contribuir a que cambie algo en nuestro alrededor, y luego en el alrededor de
nuestros alrededores, y así sucesivamente… Contribuir no significa que tengamos
una varita mágica con la que poner fin a todos los problemas del mundo.
Uno puede considerarse víctima al no tener este derecho al trabajo (tal y
como lo describe el artículo 23) y puede estar en lo cierto, pero uno también
puede ser culpable. Y no considero extraño que una persona pudiera reconocerse
como víctima y culpable a la vez. No se trata de victimizarse o de autoculpabilizarse,
tal vez sea más fácil plantearse la pregunta en referencia a familiares
cercanos, a amigos: ¿es esta forma trabajo (o la ausencia de él) lo que deseo
para mis hijos, para mis amigos, para…? ¿Quiero que esta sea la herencia vital
que pueda dejarles? ¿Acepto lo que hago? ¿Apruebo lo que hago? ¿Hay algo que pueda
cambiar? ¿Cómo puedo contribuir?
Son preguntas que todos podemos hacernos, desde los altos cargos hasta “los
de abajo”. Son preguntas de 360º, diría, porque abarcan todas las direcciones:
nos las podemos plantear mirando a los que están “por arriba”, a los que están “como
nosotros”, a los que están “por debajo”, mirándonos “a nosotros” (y esto no
significa que seamos inferiores o superiores a nadie)… Las respuestas pueden
ser muy distintas según la dirección a la que miremos, pero probablemente si
somos honestos con nosotros mismos tengamos cosas que intentar cambiar en
cualquier dirección, en esos 360º.
¿Cómo? Para mí el diálogo es posible, pero el diálogo implica escuchar y
hablar y el compromiso sincero, si se desea, de llegar a un acuerdo. Podemos
tener miedo, miedo de “puedo perder…”, “puede que digan…”, “si digo que…”,
miedo a “quedarnos en la calle”. Podemos tener miedo a que alguien esté “¿por
encima de nosotros?”, a que alguien “¿nos quite nuestro sitio?”. También pueden
surgir quejas, que no son extrañas, del tipo: “yo estoy haciendo todo lo posible,
pero no me responde nadie, nadie me entiende, no hay nadie que pueda ayudar”. Pero
no está nada mal aprender de los errores propios y “ajenos”, ¿no? Tampoco están
de más palabras, gestos, que facilitan el día a día… Estas cuestiones no están
desconectadas del mundo del trabajo, como tampoco lo están en otros entornos de
nuestra vida.
Si deseamos unas condiciones mínimas de trabajo, entre las cuáles la más
importante es el respeto a la persona, a la dignidad de toda persona, no
podemos conformarnos con “conquistarlas” para nosotros mismos, sino que lo “ideal”
sería que nuestro deseo atravesase las fronteras de nuestro “yo mismo”. Tú y
yo, todos nosotros, somos los protagonistas de este momento histórico (todo
momento es histórico) y en nuestras manos está el decidir hacia dónde queremos
dirigirnos, qué es lo que deseamos entregar a los que nos seguirán: ¿queremos
dejarles “impuesto” un sistema en el que el último factor a considerar son
ellos mismos? ¿Queremos dejarles un sistema en el que gobiernen el poder y el
dinero, por encima de ellos mismos, por encima de su persona? ¿Queremos
transmitir que este es “un mundo de lobos”? ¿Queremos que sea cierto que “no
podemos fiarnos de nadie”? (en “nadie” deberíamos incluirnos a nosotros mismos)
¿Queremos vivir así? ¿Se puede vivir así?
Hoy los que tienen trabajo, en nuestro entorno, sean cuales sean las
condiciones, se llaman “afortunados”. Pero hay una palabra “mágica” que también
hemos de considerar: “no”. ¿No qué? “No” no significa que no se pueda estar
agradecido por tener un trabajo, a pesar de todos los pesares. “No” significa
que “no todo vale”. Estamos rodeados de “crisis” y a veces esta palabra puede
servirnos de escudo y de pretexto, además de hundirnos, pero es distinto
considerarse afortunado por tener un trabajo (independientemente del dinero,
aunque es un factor a tener en cuenta, puesto que es un medio de vida y también
de servicio) que aceptar que ese trabajo sea “digno”, que se respete nuestra
dignidad, que respetemos la dignidad de los demás, que sea justo. No todo vale,
al menos no para todos. ¿Te ves obligado a pasar o crees que haces pasar a las
personas por donde tú no quisieras pasar? ¿Te ves obligado a caminar en contra
de tus principios? Puede pasarte y eso puede pasarte factura y, tristemente, no
son pocas las veces que se escucha “eso es normal”. ¿Es normal? ¿Y quién ha
decidido que lo sea? ¿Nosotros? ¿Siempre ha sido así y estás satisfecho con que
sea así? Personas más mayores que yo me han dicho “estamos caminando hacia
atrás”. También se ha dicho, al menos en España, que algunos de nosotros
seremos “la primera generación que viva peor de lo que vivían sus padres”.
A veces es bueno retroceder, es cierto, algunos deportistas lo hacen para “coger
carrerilla”. También es cierto que, cuando sabemos enfrentarlos y/o contamos
con la ayuda necesaria, los momentos difíciles son en los que más podemos
aprender, podemos aprender también que los “imprescindibles” no eran “necesarios”...
Cojamos carrerilla, entonces: ¿cómo nos lo aplicamos? Hemos dado pasos hacia
atrás, ¿queremos seguir en esa dirección o queremos que estos pasos nos sirvan
para coger un impulso renovado? Para mí, para muchos, por encima de todo estás
tú, persona, estoy yo, persona. Aunque no pocos hemos escuchado, vivido, visto,
pensado: “o pasas por ahí, o no llegas a ninguna parte”. Tal vez esa “ninguna
parte” sea mejor que la dirección que podemos estar tomando, tal vez cuando nos
encontremos en “ninguna parte” podamos pararnos y caminar juntos. Caminar
juntos como personas iguales, con respeto, sin “obligarnos” a ir contra
nosotros mismos, contra nuestros ideales, contra nuestra conciencia, moral,
ética, en un entorno de respeto, de diálogo. Llámese utopía, si se quiere, pero
¿sería utópico aplicarlo a nuestro entorno más cercano, al menos intentarlo?
Yo me siento interpelada por “nuestro rumbo”, por “nuestros derechos”, por
los puntos de la declaración universal de los derechos humanos, por todas las
personas que encuentro, por la ausencia de trabajo y por las condiciones que
nos estamos imponiendo para acceder a un trabajo… ¿Y tú? (la respuesta es libre
y personal).
¿Viaje a “ninguna parte”?
Lydia