Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas.
Carta a los artistas, Juan Pablo II.

Haced cosas bellas pero, sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza.
Encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12-5-2010, Benedicto XVI.

martes, 24 de septiembre de 2013

Carta abierta a quien quiera: "lavoro, lavoro, lavoro"


Querido compañero,
Queda en mi recuerdo que alguna vez se nos mencionó, en mi caso hace bastantes años, la existencia de una “Declaración universal de los derechos humanos”. En esta declaración se nos presentan nuestros derechos, los de todos y cada uno de los seres humanos, como un “ideal” al que debemos tender y contribuir. Leída la declaración, te recomiendo su lectura porque tal vez punto a punto puedas interrogarte a ti mismo sobre lo que esta carta te dice, tal vez como medio para descubrir que algunos, quizás tú mismo, no tiene tales derechos (“ideales”), pero más completo sería el trabajo, creo, de plantearte (me lo aplico, sin duda) no sólo si esos derechos los tienes, sino en qué medida están presentes a tu alrededor y en qué medida puedes contribuir a que estén presentes. Tenéis acceso a la declaración completa en español en: http://www.un.org/es/documents/udhr/index_print.shtml
Esta carta abierta podría ir punto por punto en la declaración, pero ha nacido de ver que uno  de estos derechos universales (vinculado a todos) y, sin duda, fundamentales, está un tanto ausente... Mi carta abierta no nace de la teoría, sino de lo que he vivido desde que nací, de lo que me han contado muchas personas de muchísimos sectores profesionales, tan dignos unos como otros, personas que están trabajando y personas que están en desempleo, personas que viven bajo un techo y personas que no tienen un techo, personas “encasilladas” y personas “sin encasillar”, de las más diversas condiciones... El método de este trabajo de campo es sencillo: salir a la calle, caminar, mirar, dialogar con los amigos, dialogar con las personas que viven en la calle (que tienen una historia que contar, grandes historias con frecuencia), escuchar, escuchar… y escuchar… y también reflexionar juntos, solos, etc.
El artículo 23 de la declaración universal recoge:
1) Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.
2) Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual.
3) Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social.
4) Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses.
Sinceramente, este derecho está ausente en buena parte en nuestra sociedad, ¿no? Creo que no hace falta asomarse a la televisión para descubrirlo. Esta carta no pretende ser una crítica a nada ni a nadie, sino una parada de reflexión que probablemente muchos de nosotros ya hemos hecho. Como método de trabajo yo me he planteado una única pregunta: “¿en qué medida contribuyo a que este derecho no sea un ideal sino una realidad?”.  Si cada uno de nosotros nos planteásemos con seriedad esta pregunta, tal vez algo podría cambiar, empezando por nosotros mismos y extenderse como una especie de “onda expansiva”, contagiosa. Podríamos llamarlo “utopía”, cierto, pero hay una frase que nos podemos aplicar “para cambiar el mundo, empieza por ti mismo”. Si tú, si yo, cambiamos, podemos contribuir a que cambie algo en nuestro alrededor, y luego en el alrededor de nuestros alrededores, y así sucesivamente… Contribuir no significa que tengamos una varita mágica con la que poner fin a todos los problemas del mundo.
Uno puede considerarse víctima al no tener este derecho al trabajo (tal y como lo describe el artículo 23) y puede estar en lo cierto, pero uno también puede ser culpable. Y no considero extraño que una persona pudiera reconocerse como víctima y culpable a la vez. No se trata de victimizarse o de autoculpabilizarse, tal vez sea más fácil plantearse la pregunta en referencia a familiares cercanos, a amigos: ¿es esta forma trabajo (o la ausencia de él) lo que deseo para mis hijos, para mis amigos, para…? ¿Quiero que esta sea la herencia vital que pueda dejarles? ¿Acepto lo que hago? ¿Apruebo lo que hago? ¿Hay algo que pueda cambiar? ¿Cómo puedo contribuir?
Son preguntas que todos podemos hacernos, desde los altos cargos hasta “los de abajo”. Son preguntas de 360º, diría, porque abarcan todas las direcciones: nos las podemos plantear mirando a los que están “por arriba”, a los que están “como nosotros”, a los que están “por debajo”, mirándonos “a nosotros” (y esto no significa que seamos inferiores o superiores a nadie)… Las respuestas pueden ser muy distintas según la dirección a la que miremos, pero probablemente si somos honestos con nosotros mismos tengamos cosas que intentar cambiar en cualquier dirección, en esos 360º.
¿Cómo? Para mí el diálogo es posible, pero el diálogo implica escuchar y hablar y el compromiso sincero, si se desea, de llegar a un acuerdo. Podemos tener miedo, miedo de “puedo perder…”, “puede que digan…”, “si digo que…”, miedo a “quedarnos en la calle”. Podemos tener miedo a que alguien esté “¿por encima de nosotros?”, a que alguien “¿nos quite nuestro sitio?”. También pueden surgir quejas, que no son extrañas, del tipo: “yo estoy haciendo todo lo posible, pero no me responde nadie, nadie me entiende, no hay nadie que pueda ayudar”. Pero no está nada mal aprender de los errores propios y “ajenos”, ¿no? Tampoco están de más palabras, gestos, que facilitan el día a día… Estas cuestiones no están desconectadas del mundo del trabajo, como tampoco lo están en otros entornos de nuestra vida.
Si deseamos unas condiciones mínimas de trabajo, entre las cuáles la más importante es el respeto a la persona, a la dignidad de toda persona, no podemos conformarnos con “conquistarlas” para nosotros mismos, sino que lo “ideal” sería que nuestro deseo atravesase las fronteras de nuestro “yo mismo”. Tú y yo, todos nosotros, somos los protagonistas de este momento histórico (todo momento es histórico) y en nuestras manos está el decidir hacia dónde queremos dirigirnos, qué es lo que deseamos entregar a los que nos seguirán: ¿queremos dejarles “impuesto” un sistema en el que el último factor a considerar son ellos mismos? ¿Queremos dejarles un sistema en el que gobiernen el poder y el dinero, por encima de ellos mismos, por encima de su persona? ¿Queremos transmitir que este es “un mundo de lobos”? ¿Queremos que sea cierto que “no podemos fiarnos de nadie”? (en “nadie” deberíamos incluirnos a nosotros mismos) ¿Queremos vivir así? ¿Se puede vivir así?
Hoy los que tienen trabajo, en nuestro entorno, sean cuales sean las condiciones, se llaman “afortunados”. Pero hay una palabra “mágica” que también hemos de considerar: “no”. ¿No qué? “No” no significa que no se pueda estar agradecido por tener un trabajo, a pesar de todos los pesares. “No” significa que “no todo vale”. Estamos rodeados de “crisis” y a veces esta palabra puede servirnos de escudo y de pretexto, además de hundirnos, pero es distinto considerarse afortunado por tener un trabajo (independientemente del dinero, aunque es un factor a tener en cuenta, puesto que es un medio de vida y también de servicio) que aceptar que ese trabajo sea “digno”, que se respete nuestra dignidad, que respetemos la dignidad de los demás, que sea justo. No todo vale, al menos no para todos. ¿Te ves obligado a pasar o crees que haces pasar a las personas por donde tú no quisieras pasar? ¿Te ves obligado a caminar en contra de tus principios? Puede pasarte y eso puede pasarte factura y, tristemente, no son pocas las veces que se escucha “eso es normal”. ¿Es normal? ¿Y quién ha decidido que lo sea? ¿Nosotros? ¿Siempre ha sido así y estás satisfecho con que sea así? Personas más mayores que yo me han dicho “estamos caminando hacia atrás”. También se ha dicho, al menos en España, que algunos de nosotros seremos “la primera generación que viva peor de lo que vivían sus padres”.
A veces es bueno retroceder, es cierto, algunos deportistas lo hacen para “coger carrerilla”. También es cierto que, cuando sabemos enfrentarlos y/o contamos con la ayuda necesaria, los momentos difíciles son en los que más podemos aprender, podemos aprender también que los “imprescindibles” no eran “necesarios”... Cojamos carrerilla, entonces: ¿cómo nos lo aplicamos? Hemos dado pasos hacia atrás, ¿queremos seguir en esa dirección o queremos que estos pasos nos sirvan para coger un impulso renovado? Para mí, para muchos, por encima de todo estás tú, persona, estoy yo, persona. Aunque no pocos hemos escuchado, vivido, visto, pensado: “o pasas por ahí, o no llegas a ninguna parte”. Tal vez esa “ninguna parte” sea mejor que la dirección que podemos estar tomando, tal vez cuando nos encontremos en “ninguna parte” podamos pararnos y caminar juntos. Caminar juntos como personas iguales, con respeto, sin “obligarnos” a ir contra nosotros mismos, contra nuestros ideales, contra nuestra conciencia, moral, ética, en un entorno de respeto, de diálogo. Llámese utopía, si se quiere, pero ¿sería utópico aplicarlo a nuestro entorno más cercano, al menos intentarlo?
Yo me siento interpelada por “nuestro rumbo”, por “nuestros derechos”, por los puntos de la declaración universal de los derechos humanos, por todas las personas que encuentro, por la ausencia de trabajo y por las condiciones que nos estamos imponiendo para acceder a un trabajo… ¿Y tú? (la respuesta es libre y personal).
¿Viaje a “ninguna parte”?
Lydia