Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas.
Carta a los artistas, Juan Pablo II.

Haced cosas bellas pero, sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza.
Encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12-5-2010, Benedicto XVI.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

¿Pero cómo puede saberlo el hombre?



Ayer escuché un precioso testimonio de serenidad, de paz, en medio del dolor. Un testimonio de fe hecha vida. Le acompañaba una “sentencia” y una pregunta: “me veo inútil a la hora de comunicar la fe, ¿cómo puedo explicarme? ¿Me podéis ayudar?”. No es textual, pero ésta venía a ser la cuestión.
Hace poco menos de un mes concluía el Sínodo de los Obispos, digamos que un “congreso” de los Obispos y otros miembros de la Iglesia con el Papa. ¿Y cuál era el tema? “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. El Papa comenzó el Sínodo lanzando una pregunta: “Dios ha hablado, ha roto verdaderamente el gran silencio, se ha mostrado, pero ¿cómo podemos hacer llegar esta realidad al hombre de hoy, para que se convierta en salvación?”. La pregunta del primer párrafo y esta pregunta que centraba el Sínodo de los Obispos son la misma: ¿cómo puedo comunicar mi fe hoy, en pleno siglo XXI? No es una cuestión trivial la de quien se pregunta cómo comunicar la fe. Si lo fuera, probablemente no nacería esta pregunta. Si lo fuera, no sería necesario que el Papa convocase un Sínodo para tratar la nueva evangelización.
Julián Carrón, sacerdote invitado al Sínodo por el Papa, señalaba la respuesta del Santo Padre: “Nosotros no podemos hacer la Iglesia, sólo podemos dar a conocer lo que ha hecho Él. La Iglesia no comienza con nuestro “hacer”, sino con el “hacer” y el “hablar” de Dios (…)”. ¿Qué aporta esta respuesta a la pregunta de cómo puedo comunicar la fe? En primer lugar, diría que parte de la respuesta comienza con la pregunta. Quien no se pregunta un cómo, tampoco lo necesita. Quien lo busca, lo encuentra. ¿Cómo? Dejándose hacer por Dios, dejándose transformar por Él, dejándose guiar por Él. Cuando Dios acontece en nuestra vida, no siempre son necesarias las palabras, porque nuestra vida se convierte en Suya y así puede que en los que nos encuentran se suscite la pregunta de cómo es posible que vivamos así, con serenidad, con alegría, con paz, en medio de todas las circunstancias... (y esto no significa que no haya dolor). Si se suscita esta pregunta en quienes nos rodean, quizás sea más sencillo para nosotros dar una respuesta, como “meros” cooperadores del Señor, puesto que una pregunta busca su respuesta.
Sé que no respondo de una forma concreta. No creo que exista un “manual del buen evangelizador”, pero sí que existen testigos, maestros, personas que con su vida nos provocan, no porque se lo hayan propuesto, sino porque se han dejado seducir por el Señor -aunque quizás no lo sepan-... y ha sido el Señor quien ha tomado la iniciativa. La cuestión es si nosotros nos dejamos provocar por estas personas, deseamos formar parte de sus vidas, deseamos seguir su mismo camino. Decía el Papa al finalizar el Sínodo: “Así son los nuevos evangelizadores: personas que han tenido la experiencia de ser curados por Dios, mediante Jesucristo. Y su característica es una alegría de corazón, que dice con el salmista: ‘El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres’”. ¿Conocemos personas así? ¿Hemos tenido esta experiencia de haber sido curados por el Señor? No se nos plantea esto como una exigencia personal, sino como un deseo, el deseo de vivir esta experiencia, tal vez de revivirla y de no olvidarla. Si esto sucede en nuestra vida, nuestro “cómo comunicar la fe” se transparentará en nuestro día a día, a través de todo lo que hacemos, de lo que decimos, de nuestra forma de trabajar, de nuestra forma de descansar… Por tanto, no se trata de “hacer” ni de “decir”, sino de vivir.
En cualquier caso, sí que apuntaré una cosa. A veces, como todo cristiano, me he visto en situaciones o conversaciones “comprometidas”. En ocasiones mi respuesta ha sido el silencio y una oración interior, ¿acaso no sirve la oración? Otras veces he afirmado “yo soy católica” y he expresado mis razones. Cuando las personas están abiertas, y es lo que yo me he encontrado en la mayoría de los casos, no me han juzgado por “eso”, por ser católica. He tenido suerte, me dicen algunos :-). Lo único que quiero decir con esto es que no tenemos porqué esconder el hecho de que somos católicos –o el hecho de que no lo somos- porque al fin y al cabo todos tenemos un mismo deseo: ¡el de no perdernos “lo mejor” que llama a la puerta de nuestra vida cotidiana! Y, por qué no decirlo, el deseo de algo más, de infinito, ¡de eternidad!
Un abrazo, especialmente para P.F.

miércoles, 10 de octubre de 2012

El Año de la Fe



Meses, muchos meses después, me propongo escribir algo en mi blog. ¿La razón? Mañana comienza el Año de la Fe que ha proclamado el Papa Benedicto XVI, en adelante B16. Puede que esta razón te parezca poco atractiva y en este punto dejes de leer, con toda libertad. Puede que esta razón te parezca, digamos, de peso, y decidas continuar leyendo. Puede que simplemente sigas leyendo, sin que mi razón te sea de importancia. Yo, como siempre, lo que pretendo es ayudarte y ayudarme, así que aunque sea yo la única persona en la tierra que lea mis palabras, voy a seguir escribiendo.
Acabo de leer la homilía que B16 pronunció el pasado 7 de octubre en la Misa de apertura del Sínodo de los Obispos y proclamación de dos nuevos doctores de la Iglesia. Podría terminar mi escritura diciéndote “aquí la tienes”: HOMILÍA 
Pero entonces estaría dejando de lado, al menos parcialmente, lo que me propuse al iniciar este blog: hablarte de mi experiencia, de lo que me ha atraído hacia la Fe y de lo que supone para mí este Año de la Fe. No obstante, sí que voy a tomar algunas palabras de la homilía de B16 acogiendo “la invitación a fijar los ojos en el Señor Jesús”. Quizás sea esta una buena definición de la Fe: tener “la mirada del corazón puesta en Él”. Mi camino de fe, ya lo he escrito otras veces, ha pasado y continúa pasando por momentos de gran oscuridad. Sin embargo, puedo decir sin vanidad que sigo caminando hacia Cristo. ¿Qué es lo que me mueve? La tensión hacia la verdad, un vínculo inquebrantable que me ha unido a Cristo y, a través de Cristo, al Padre. Te resultará familiar mi lenguaje si participas, como yo, de la vida del movimiento de Comunión y Liberación. No tengo intención de hacer “publicidad” alguna, pero me fascina la belleza de la Iglesia que he encontrado en este movimiento, como en muchas otras partecicas de la Iglesia que también me acompañan. En el Año de la Fe quiero plantearme y plantearte tres preguntas: la primera, ¿sobre qué se sostiene tu Fe? ¿sobre qué te sostienes tú?; la segunda, ¿cuál es la llamada que el Señor me dirige en este Año?; la tercera, ¿qué “puedo” hacer para vivir el Año de la Fe?
Voy a responderlas una a una, desde mi propia experiencia:
¿Sobre qué se sostiene mi Fe? ¿Sobre qué me sostengo yo?
Tomo unas frases de los últimos ejercicios espirituales para adultos de Comunión y Liberación:
“Jesús no nos ha propuesto eliminar la oscuridad: Él mismo ha atravesado la oscuridad y la ha vencido, porque su consistencia es su vínculo con el Padre. Ni siquiera a Jesús se le ahorró la Pasión, entrar en la oscuridad y en la muerte. ¿Y nosotros queremos ser sus discípulos, o a lo mejor pensamos que es mejor seguir a otro? La cuestión es si nosotros, también en el momento de la dificultad y del miedo, volvemos a donde volvió Él, es decir, al vínculo con el Padre, con Aquel que nos permite estar de pie ante cualquier circunstancia (…)”.
Mi fe se sostiene en este camino humano que el mismo Jesús recorrió, mi fe se sostiene en la humanidad de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Si Él no hubiese atravesado la oscuridad que también yo atravieso con frecuencia, mi fe no se sostendría. Si Él no hubiese puesto su mirada y su voluntad en la voluntad del Padre, mi fe no se sostendría. Si Él no hubiese querido vivir como un hombre para enseñar al hombre lo que es el hombre, mi fe no se sostendría. Si Él no hubiese pronunciado como yo las palabras “aparta de mi este cáliz” mi fe no se sostendría. Si Él no hubiese dicho, como yo intento, “pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya”, mi fe no se sostendría. Mi fe se sostiene, y yo me sostengo por ella, en la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo, de la que soy y espero ser partícipe siempre. Puede que esto te suene abstracto, lo resumiré: mi Fe se sostiene en un Dios que se ha hecho hombre para que el hombre pueda, mirándoLe a Él y a los Suyos, saberse acompañado.
Mi humanidad no es algo que he de quitarme de encima para poder encontrar a Cristo, sino que es, con todas mis circunstancias, el camino que Dios me marca para seguirLe. Por eso un corazón despierto, abierto a la realidad, humano, puede encontrar a Cristo en cualquier circunstancia, si se deja sorprender.
¿Cuál es la llamada que el Señor me dirige este Año?
Tomando palabras de B16 no es otra distinta que la llamada a la santidad, la llamada universal a la santidad. No es algo pretencioso: todos, absolutamente todos, estamos llamados a la santidad.
Fijaos en lo que nos dice el Papa:
“La santidad no conoce barreras culturales, sociales, políticas, religiosas. Su lenguaje – el del amor y la verdad – es comprensible a todos los hombres de buena voluntad y los acerca a Jesucristo, fuente inagotable de vida nueva.”
El lenguaje de la santidad es el lenguaje de la belleza, del amor y de la verdad, y este es un lenguaje universal. Pongamos un ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta. ¿Quién no reconoce en ella un ejemplo de mujer santa (“ejemplar”, para los no creyentes)? ¿Qué barrera puede impedir este reconocimiento? También me sirve el ejemplo para ilustrar la vida de una persona que no se dejó derrotar por la oscuridad, en la que vivió durante muchos años. Más fuerte que la oscuridad, más fuerte que la sequedad, más fuerte que el dolor, es Cristo, porque Él ya ha pasado por encima de todo esto.
En este Año de la Fe el Señor me recuerda esta llamada a la santidad, consciente de mis faltas y mis pecados. Pero, ¿quién ha dicho que los cristianos somos perfectos? Nadie y bien lo sabemos. Hoy he leído, ya no sé dónde, que la Iglesia no es un hotel para santos sino un hospital para pecadores. El mismo B16 nos dice: “La mirada sobre el ideal de la vida cristiana, expresado en la llamada a la santidad, nos impulsa a mirar con humildad la fragilidad de tantos cristianos, más aún, su pecado, personal y comunitario, que representa un gran obstáculo para la evangelización, y a reconocer la fuerza de Dios que, en la fe, viene al encuentro de la debilidad humana. Por tanto, no se puede hablar de la nueva evangelización sin una disposición sincera de conversión. Dejarse reconciliar con Dios y con el prójimo (cf. 2 Cor 5,20) es la vía maestra de la nueva evangelización.”
Dios me llama en este Año de la Fe a la conversión, a una conversión sincera, a dejar que mi corazón de piedra se convierta en un corazón de carne.
¿Qué puedo hacer para vivir el Año de la Fe?
Escuchaba ayer una canción que me decía: “no sabes amar y eres amado, no sabes hacerte y eres hecho”. Esto es lo único que puedo hacer: dejarme amar, dejarme hacer por Aquel que desea que la santidad sea una realidad en mi vida. Nada más. Sólo así podré ser testigo, no de palabra, sino por la experiencia, de que Cristo lo es todo en mi vida.
Ser testigo, dejarme “hacer testigo”, este es mi deseo, para “favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que trae alegría y esperanza”.
Que el Señor nos acompañe a todos, creyentes o no, en este Año de gracia.

martes, 29 de mayo de 2012

Gracias Zaragoza


Se acerca el final de una etapa. Han sido tres meses los que he pasado en Zaragoza. Cuando llegué, no conocía prácticamente a nadie. Sólo al profesor con el que he estado trabajando, y no mucho. Hoy me atrevería a decir que tengo una familia en Zaragoza.
Durante estos tres meses he convivido con una familia, un matrimonio joven con una niña pequeña. Hace unos días me refería a ellos como “autoridad”, porque han sido para mí testigos de la Presencia de Cristo vivo entre nosotros. Al escucharme hablar de ellos como mi autoridad, mis testigos, añado hoy, mis maestros, probablemente piensen: “¿cómo va a ser así? Si nosotros...”. Hoy venía en el autobús leyendo que a un maestro no se le elige, se le reconoce. Pues ahora voy a hablarles a ellos, abiertamente, dado que mantengo su “anonimato”: yo no os he elegido, os he reconocido. No miento si hablo de vosotros como maestros en estos tres meses. Vosotros sabéis lo que hemos vivido juntos y no me podéis objetar nada si os digo que habéis estado a mi lado, me habéis guiado, me habéis acompañado.
Nunca olvidaré cómo, cuando ya no sabíais que hacer, hacías lo mejor… Sí, lo mejor. No olvidaré cómo os pusisteis a rezar al lado de mi cama cuando parecía que ya no se podía hacer nada más, nada más que dejar pasar el tiempo o quién sabe qué. Los que estéis leyendo esto estaréis pensando: “¿de qué está hablando?” Hablo de una enfermedad que arrastro desde hace años, pero no me voy a dedicar a explicar nada por aquí. Menciono estos momentos porque han sido puntos de encuentro y de partida en nuestra convivencia. El testimonio que he tenido delante de mis ojos en estos meses, siendo el mismo, me hubiese podido pasar “desapercibido” sin los momentos más duros. En la película “Tierras de penumbra” escuchamos algo así como que el dolor es el altavoz que utiliza el Señor para despertarnos en un mundo de sordos. Yo confieso mi sordera y confieso que ha sido en el dolor donde he despertado y he reconocido la Presencia viva de Cristo en los que Él ha puesto a mi lado, que ahora se convierte en memoria.
No quiero extenderme más. No hay palabras para agradecer lo que el Señor, por medio de estas personas y de otros amigos, ha hecho por mí en este tiempo. Por tanto, no habiendo palabras, me remito al silencio. El silencio es también un gran maestro, hago silencio en mi corazón para escuchar al Señor y para darLe gracias por estas personas, mi familia zaragozana, y por todos los amigos que aquí he encontrado.
Simplemente gracias y hasta siempre.

lunes, 14 de mayo de 2012

Una


Estoy en el tren, camino de Valencia a Zaragoza. En mi vagón vamos unas 10 personas, creo que no más. Cada una tendrá su historia, cada una sus problemas, sus creencias o sus no creencias… Quién sabe cuántos seremos católicos, católicos practicantes. Puedo decir que al menos dos, porque está una religiosa (se la distingue por su hábito) y estoy yo. Quién sabe cuántos estaremos unidos…
Voy a aprovechar este trayecto para hablarte precisamente de la unidad, más bien, de la Unidad con letra mayúscula. Si eres católico, te resultarán familiares estas palabras relativas a la Iglesia: Una, Santa, Católica y Apostólica.
Hoy voy a hablarte de la primera de ellas: la Iglesia es Una. Desde que encontré la fe, desde que Dios se metió en mi camino por sorpresa, he sentido el dolor de ver como esta Iglesia que decimos Una se encuentra dividida. No me refiero a la existencia de diversas instituciones, movimientos, asociaciones, etc. Esto no es una división, es un rasgo bellísimo de nuestra Iglesia. ¿Por qué? Porque en la Iglesia todos tenemos cabida, hay carismas “para todos los gustos”, para todos los temperamentos, para todas las sensibilidades particulares de cada uno de nosotros… Pero esto no es división, es Belleza, es riqueza para la Iglesia, son tallas de un mismo diamante. Cada uno está en disposición, si lo desea, de encontrar un lugar en la Iglesia donde vivir su fe con la compañía espiritual y la amistad que necesita, siguiendo un carisma particular que le facilite el camino –el único camino- que debemos seguir todos en la Iglesia: Cristo, él es nuestro Camino, y persiguiendo aquello a lo que todos en la Iglesia hemos sido llamados, la santidad. Sólo un apunte respecto de la santidad: no pienses que eso no está hecho para ti, que está hecho para hombres y mujeres con “súper-poderes” (no creas, yo también lo pienso a veces)… Pero lo cierto es que no: la santidad es una llamada universal para todos los cristianos y consiste, no en hacer lo “imposible”, sino en dejarse hacer por Dios, en entregarse a Su Voluntad… Todos podemos alcanzar la meta de la santidad, la plenitud en la Vida Eterna, si nos ponemos en manos de Dios como el barro en manos del alfarero, si nos dejamos podar como los sarmientos en la vid… Yes, we can! ;-)
Bueno, volvamos a la Unidad. A fecha de hoy, conozco bastantes instituciones en la Iglesia, cosa que me sorprende, Dios lo ha querido así, y eso que hace apenas 8 años que me encontré con el Señor. Conozco el Opus Dei, el movimiento de Comunión y Liberación, a algunos miembros del Regnum Christi y Legionarios de Cristo, a sacerdotes diocesanos, a Carmelitas Descalzas, a religiosas del Lumen Dei, Misioneras Identes, neocatecumenales, cristianos que no pertenecen a ninguna institución en concreto… Algunas veces, para mi tristeza, he oído comentarios negativos o críticas de algunos miembros de alguna institución hacia otras instituciones… Es algo que me produce muchísimo dolor y creo que al Señor, que es el mismo para todos, le producen mucho más dolor. Él le dijo a María desde la Cruz que en Juan tenía a su hijo, y a Juan que en María tenía a su madre… regalándonos a todos la única familia de la Iglesia.
Hace pocos días, escribiendo sobre este tema, pensaba en lo que es la Iglesia: la Iglesia somos todos, Cristo es la cabeza y nosotros somos su cuerpo. ¿Qué sentido tiene que con tu mano tires piedras contra tu propio pie? ¿O que con tu pie pises tu propia mano? Es algo que dicho así, humanamente, resulta muy comprensible: no tiene sentido alguno. Sin embargo, es lo que nosotros, los católicos miembros de una Iglesia que es Una, hacemos con frecuencia. Pocos días después, hablando con una amiga de la Obra, me decía que a ella este tema también le produce mucho dolor. En su casa a veces ha oído críticas hacia otras instituciones (lo mismo he oído yo en otras instituciones hacia la Obra) y ha querido corregir estos comentarios. ¿Por qué? Ella lo explicaba muy bien poniendo la analogía de una familia: la Iglesia es una familia. Dios es nuestro Padre: ¿qué padre no quiere que sus hijos estén unidos? Sus hijos pueden ser muy distintos unos de otros, pueden comprenderse más o menos entre sí, incluso pueden “caerse” mejor o peor, pero ¿qué padre no desea que pese a las diferencias que existen entre ellos, permanezcan juntos, unidos? Y que los hijos sean distintos, no quiere decir que ninguna sea mejor que el otro… Espero hacerme entender, bien sea con mi ejemplo, bien sea con el de mi amiga. Creo que explicado así está al alcance de todos el comprenderlo.
Yo, por la gracia de Dios, no he de hacer un esfuerzo para querer por igual a todas las “partecicas” de la Iglesia, para admirar la Belleza que supone la diversidad de los carismas que ésta aprueba. Quizás tú tampoco, o sí, no lo sé. Pero piénsalo: si eres católico, la Iglesia es tu casa, es tu familia, has de quererla como tal, en toda su totalidad, sin separatismos, sin “burlas” de unos u otros… Lo digo con cariño.
Como sabrás, y si no lo sabes lo sabrás a partir de ahora, en la Iglesia se celebra la Octava por la unidad de los cristianos (lo que no sé decirte, son las fechas). Son ocho días dedicados especialmente a la oración para que los cristianos estemos unidos, para que la Iglesia de Cristo sea verdaderamente Una. Yo procuro intensificar mi oración por la unidad durante esos días, pero al mismo tiempo pienso: ¡si ni siquiera los cristianos católicos estamos unidos entre nosotros!
Quiero finalizar pidiéndote que te unas a la oración por la unidad entre todos los miembros de la Iglesia, porque si proclamamos que la Iglesia es Una, si decimos “Creo en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica”, no podemos obrar luego contra aquello en lo que hemos dicho que creemos.
Lo siento si te he aburrido :-)!! Seamos Una sóla cosa con Él.

domingo, 6 de mayo de 2012

¿Una hora de qué...?


Hace unos días un amigo me preguntó algo que no era la primera vez que se me planteaba: ¿tú sabes por qué se hace una hora de ayuno antes de la Misa? Lo primero que le dije fue simplemente un apunte: no es una hora antes de la Misa, sino antes de recibir la comunión, pero así no resolvía su curiosidad ni su interés. Faltaba todavía la respuesta.
Es posible que acabes de enterarte de este tema, es decir, de que la Iglesia nos indica que debemos guardar al menos una hora de ayuno antes de comulgar. No te preocupes, yo tampoco lo sabía hasta que me lo dijeron. De hecho, cuando hice por primera vez el Camino de Santiago (por si no conoces mi historia, por entonces no era creyente) ofrecía caramelos a mis amigas justo antes de que se fueran a Misa y siempre me daban las gracias pero me decían que no. ¿Cómo no, con la energía que necesitábamos? Me extrañaba su negativa y en ese momento nadie me dijo el porqué. Fue después cuando me enteré, tendría 19 ó 20 años.
No es común que escriba en mi blog sobre cuestiones de este tipo, cuestiones de “catecismo”, pero tras haber descubierto que muchos amigos cercanos a la Iglesia no conocían lo de la hora de ayuno, me he dicho: ¿por qué no anunciarlo y por qué no explicarlo? A mí me ayuda respetar esta hora de ayuno, ¿por qué no decirlo?
Anunciarlo ya lo he hecho, con lo escrito hasta aquí. Explicarlo me podría resultar muy complicado, pero no voy a hacer una explicación “teológica” ni “catequética” ni nada similar, porque no soy quién para hacerlo y, además, quiero explicarlo de forma sencilla. Así que simplemente voy a referirme a un ejemplo del mundo que a mí personalmente me resulta ilustrativo, de hecho fue la respuesta que le di a mi amigo. Ahí va el ejemplo:
Te han invitado a una gran celebración, con su gran banquete, por ejemplo, a una boda. Sabes que el banquete va a ser espectacular, te espera una buena comida o una buena cena. Falta poco para la hora de la comida y tienes hambre, pero sabes que los manjares que van a ofrecerte después merecen que te quedes de momento con esa hambre. Por tanto, a la espera del banquete, ¿te vas a una hamburguesería a comerte una hamburguesa con patatas fritas o te comes un helado gigante? No es lo habitual, ¿verdad? Si sabes que te espera un gran banquete, procuras no saciarte antes de tiempo para aprovechar todo lo que te ofrezcan en este banquete.
Creo que la analogía es sencilla. Para los cristianos, la Eucaristía es un gran banquete que nos ofrece el Señor: el de Su mismo Cuerpo y Su misma Sangre. ¿Hay algo más grande que recibir al mismo Señor? Estamos invitados a este banquete y sólo se nos pide estar preparados para recibirlo. ¿Estar preparados? Sí. Estar preparados implica muchas cosas: estar limpios por dentro (confesión, este es otro tema) y por fuera (respetar el Sacramento, su grandeza), a ser posible guardar unos minutos de preparación en silencio antes de que comience la Eucaristía, estar atentos a la celebración… Pero volviendo al tema que nos ocupa hoy, este estar preparados pasa también por esta hora de ayuno. Del mismo modo que no nos saciamos antes de una gran comida, de un gran banquete, tampoco nos saciamos antes de recibir la comunión, porque este sí que es un Gran Banquete, porque estamos a la espera de recibir el mayor alimento que se nos puede ofrecer, el alimento del Cuerpo y la Sangre de Cristo, nuestra fuerza espiritual que nos inunda de gracia para enfrentarnos a cada día como verdaderos cristianos.
Personalmente, el ayuno eucarístico, aunque confieso que con frecuencia lo vivo de forma rutinaria, me ayuda a tomar conciencia de la grandeza del sacramento de la Comunión: nada más y nada menos que el mismo Señor se hace presente entre nosotros para que podamos recibirLe, convirtiéndonos en templos no ya del Espíritu Santo (que no es poco, sin duda), sino de Su mismo Cuerpo, inundándonos de gracia.
No sé si lo que he escrito te servirá para comprender mejor, aunque lo haya descrito con términos y ejemplos tan “mundanos”, el sentido del ayuno eucarístico. Espero que sí y si no es así, puedes informarte más y mejor preguntándole a algún sacerdote o a alguna persona que viva este ayuno, leyendo el catecismo o, si quieres, escribiéndome.
Agradezco los comentarios que podáis hacer a esta entrada y, si no conocías lo de la hora de ayuno, agradecería que me lo hicieras saber.
Y lanzo una pregunta: ¿cuántas cosas estamos dispuestos a hacer por el cuerpo que no estamos dispuestos a hacer por el alma? J
Un abrazo.