Ayer escuché un precioso testimonio de serenidad, de paz, en medio del dolor.
Un testimonio de fe hecha vida. Le acompañaba una “sentencia” y una pregunta: “me
veo inútil a la hora de comunicar la fe, ¿cómo puedo explicarme? ¿Me podéis
ayudar?”. No es textual, pero ésta venía a ser la cuestión.
Hace poco menos de un mes concluía el Sínodo de los Obispos, digamos que un
“congreso” de los Obispos y otros miembros de la Iglesia con el Papa. ¿Y cuál
era el tema? “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”.
El Papa comenzó el Sínodo lanzando una pregunta: “Dios ha hablado, ha roto
verdaderamente el gran silencio, se ha mostrado, pero ¿cómo podemos hacer
llegar esta realidad al hombre de hoy, para que se convierta en salvación?”. La
pregunta del primer párrafo y esta pregunta que centraba el Sínodo de los
Obispos son la misma: ¿cómo puedo comunicar mi fe hoy, en pleno siglo XXI? No
es una cuestión trivial la de quien se pregunta cómo comunicar la fe. Si lo fuera,
probablemente no nacería esta pregunta. Si lo fuera, no sería necesario que el
Papa convocase un Sínodo para tratar la nueva evangelización.
Julián Carrón, sacerdote invitado al Sínodo por el Papa, señalaba la
respuesta del Santo Padre: “Nosotros no podemos hacer la Iglesia, sólo podemos
dar a conocer lo que ha hecho Él. La Iglesia no comienza con nuestro “hacer”,
sino con el “hacer” y el “hablar” de Dios (…)”. ¿Qué aporta esta respuesta a la
pregunta de cómo puedo comunicar la fe? En primer lugar, diría que parte de la
respuesta comienza con la pregunta. Quien no se pregunta un cómo, tampoco lo
necesita. Quien lo busca, lo encuentra. ¿Cómo? Dejándose hacer por Dios, dejándose
transformar por Él, dejándose guiar por Él. Cuando Dios acontece en nuestra
vida, no siempre son necesarias las palabras, porque nuestra vida se convierte
en Suya y así puede que en los que nos encuentran se suscite la pregunta de
cómo es posible que vivamos así, con serenidad, con alegría, con paz, en medio
de todas las circunstancias... (y esto no significa que no haya dolor). Si se suscita esta pregunta en quienes nos rodean,
quizás sea más sencillo para nosotros dar una respuesta, como “meros”
cooperadores del Señor, puesto que una pregunta busca su respuesta.
Sé que no respondo de una forma concreta. No creo que exista un “manual del
buen evangelizador”, pero sí que existen testigos, maestros, personas que con
su vida nos provocan, no porque se lo hayan propuesto, sino porque se han
dejado seducir por el Señor -aunque quizás no lo sepan-... y ha sido el Señor quien ha tomado la iniciativa.
La cuestión es si nosotros nos dejamos provocar por estas personas, deseamos
formar parte de sus vidas, deseamos seguir su mismo camino. Decía el Papa al
finalizar el Sínodo: “Así son los nuevos evangelizadores: personas que han
tenido la experiencia de ser curados por Dios, mediante Jesucristo. Y su
característica es una alegría de corazón, que dice con el salmista: ‘El Señor
ha estado grande con nosotros, y estamos alegres’”. ¿Conocemos personas así?
¿Hemos tenido esta experiencia de haber sido curados por el Señor? No se nos
plantea esto como una exigencia personal, sino como un deseo, el deseo de vivir
esta experiencia, tal vez de revivirla y de no olvidarla. Si esto sucede en
nuestra vida, nuestro “cómo comunicar la
fe” se transparentará en nuestro día a día, a través de todo lo que
hacemos, de lo que decimos, de nuestra forma de trabajar, de nuestra forma de
descansar… Por tanto, no se trata de “hacer” ni de “decir”, sino de vivir.
En cualquier caso, sí que apuntaré una cosa. A veces, como todo cristiano,
me he visto en situaciones o conversaciones “comprometidas”. En ocasiones mi
respuesta ha sido el silencio y una oración interior, ¿acaso no sirve la
oración? Otras veces he afirmado “yo soy católica” y he expresado mis razones.
Cuando las personas están abiertas, y es lo que yo me he encontrado en la
mayoría de los casos, no me han juzgado por “eso”, por ser católica. He tenido
suerte, me dicen algunos :-). Lo único que quiero decir con esto es que no
tenemos porqué esconder el hecho de que somos católicos –o el hecho de que no
lo somos- porque al fin y al cabo todos tenemos un mismo deseo: ¡el de no
perdernos “lo mejor” que llama a la puerta de nuestra vida cotidiana! Y, por
qué no decirlo, el deseo de algo más, de infinito, ¡de eternidad!
Un abrazo, especialmente para P.F.
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