Meses, muchos
meses después, me propongo escribir algo en mi blog. ¿La razón? Mañana comienza
el Año de la Fe que ha proclamado el Papa Benedicto XVI, en adelante B16. Puede
que esta razón te parezca poco atractiva y en este punto dejes de leer, con
toda libertad. Puede que esta razón te parezca, digamos, de peso, y decidas
continuar leyendo. Puede que simplemente sigas leyendo, sin que mi razón te sea
de importancia. Yo, como siempre, lo que pretendo es ayudarte y ayudarme, así
que aunque sea yo la única persona en la tierra que lea mis palabras, voy a
seguir escribiendo.
Acabo de leer la
homilía que B16 pronunció el pasado 7 de octubre en la Misa de apertura del
Sínodo de los Obispos y proclamación de dos nuevos doctores de la Iglesia.
Podría terminar mi escritura diciéndote “aquí la tienes”: HOMILÍA
Pero entonces estaría
dejando de lado, al menos parcialmente, lo que me propuse al iniciar este blog:
hablarte de mi experiencia, de lo que me ha atraído hacia la Fe y de lo que
supone para mí este Año de la Fe. No obstante, sí que voy a tomar algunas
palabras de la homilía de B16 acogiendo “la
invitación a fijar los ojos en el Señor Jesús”. Quizás sea esta una buena
definición de la Fe: tener “la mirada del
corazón puesta en Él”. Mi camino de fe, ya lo he escrito otras veces, ha
pasado y continúa pasando por momentos de gran oscuridad. Sin embargo, puedo
decir sin vanidad que sigo caminando hacia Cristo. ¿Qué es lo que me mueve? La
tensión hacia la verdad, un vínculo inquebrantable que me ha unido a Cristo y,
a través de Cristo, al Padre. Te resultará familiar mi lenguaje si participas,
como yo, de la vida del movimiento de Comunión y Liberación. No tengo intención
de hacer “publicidad” alguna, pero me fascina la belleza de la Iglesia que he
encontrado en este movimiento, como en muchas otras partecicas de la Iglesia
que también me acompañan. En el Año de la Fe quiero plantearme y plantearte
tres preguntas: la primera, ¿sobre qué se sostiene tu Fe? ¿sobre qué te
sostienes tú?; la segunda, ¿cuál es
la llamada que el Señor me dirige en este Año?; la tercera, ¿qué “puedo” hacer
para vivir el Año de la Fe?
Voy a
responderlas una a una, desde mi propia experiencia:
¿Sobre qué se sostiene mi Fe? ¿Sobre qué me
sostengo yo?
Tomo unas frases
de los últimos ejercicios espirituales para adultos de Comunión y Liberación:
“Jesús no nos ha propuesto eliminar la oscuridad:
Él mismo ha atravesado la oscuridad y la ha vencido, porque su consistencia es
su vínculo con el Padre. Ni siquiera a Jesús se le ahorró la Pasión, entrar en
la oscuridad y en la muerte. ¿Y nosotros queremos ser sus discípulos, o a lo
mejor pensamos que es mejor seguir a otro? La cuestión es si nosotros, también
en el momento de la dificultad y del miedo, volvemos a donde volvió Él, es
decir, al vínculo con el Padre, con Aquel que nos permite estar de pie ante
cualquier circunstancia (…)”.
Mi fe se sostiene
en este camino humano que el mismo
Jesús recorrió, mi fe se sostiene en la humanidad de Cristo, verdadero Dios y
verdadero hombre. Si Él no hubiese atravesado la oscuridad que también yo
atravieso con frecuencia, mi fe no se sostendría. Si Él no hubiese puesto su
mirada y su voluntad en la voluntad del Padre, mi fe no se sostendría. Si Él no
hubiese querido vivir como un hombre para
enseñar al hombre lo que es el hombre, mi fe no se sostendría. Si Él no
hubiese pronunciado como yo las palabras “aparta
de mi este cáliz” mi fe no se sostendría. Si Él no hubiese dicho, como yo
intento, “pero no se haga mi voluntad,
sino la Tuya”, mi fe no se sostendría. Mi fe se sostiene, y yo me sostengo
por ella, en la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo, de la que soy y
espero ser partícipe siempre. Puede que esto te suene abstracto, lo resumiré:
mi Fe se sostiene en un Dios que se ha hecho hombre para que el hombre pueda, mirándoLe
a Él y a los Suyos, saberse acompañado.
Mi humanidad no
es algo que he de quitarme de encima para poder encontrar a Cristo, sino que
es, con todas mis circunstancias, el camino que Dios me marca para seguirLe.
Por eso un corazón despierto, abierto a la realidad, humano, puede encontrar a
Cristo en cualquier circunstancia, si se deja sorprender.
¿Cuál es la llamada que el Señor me dirige este
Año?
Tomando palabras
de B16 no es otra distinta que la llamada a la santidad, la llamada universal a
la santidad. No es algo pretencioso: todos, absolutamente todos, estamos
llamados a la santidad.
Fijaos en lo que
nos dice el Papa:
“La santidad no conoce barreras culturales,
sociales, políticas, religiosas. Su lenguaje – el del amor y la verdad – es
comprensible a todos los hombres de buena voluntad y los acerca a Jesucristo,
fuente inagotable de vida nueva.”
El lenguaje de la
santidad es el lenguaje de la belleza, del amor y de la verdad, y este es un
lenguaje universal. Pongamos un ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta. ¿Quién no
reconoce en ella un ejemplo de mujer santa (“ejemplar”, para los no creyentes)?
¿Qué barrera puede impedir este reconocimiento? También me sirve el ejemplo
para ilustrar la vida de una persona que no se dejó derrotar por la oscuridad,
en la que vivió durante muchos años. Más fuerte que la oscuridad, más fuerte
que la sequedad, más fuerte que el dolor, es Cristo, porque Él ya ha pasado por
encima de todo esto.
En este Año de la
Fe el Señor me recuerda esta llamada a la santidad, consciente de mis faltas y
mis pecados. Pero, ¿quién ha dicho que los cristianos somos perfectos? Nadie y
bien lo sabemos. Hoy he leído, ya no sé dónde, que la Iglesia no es un hotel
para santos sino un hospital para pecadores. El mismo B16 nos dice: “La mirada sobre el ideal de la vida cristiana,
expresado en la llamada a la santidad, nos impulsa a mirar con humildad la
fragilidad de tantos cristianos, más aún, su pecado, personal y comunitario,
que representa un gran obstáculo para la evangelización, y a reconocer la
fuerza de Dios que, en la fe, viene al encuentro de la debilidad humana. Por
tanto, no se puede hablar de la nueva evangelización sin una disposición
sincera de conversión. Dejarse reconciliar con Dios y con el prójimo (cf. 2 Cor 5,20) es la vía maestra de la
nueva evangelización.”
Dios me llama en
este Año de la Fe a la conversión, a una conversión sincera, a dejar que mi
corazón de piedra se convierta en un corazón de carne.
¿Qué puedo hacer para vivir el Año de la Fe?
Escuchaba ayer
una canción que me decía: “no sabes amar
y eres amado, no sabes hacerte y eres hecho”. Esto es lo único que puedo
hacer: dejarme amar, dejarme hacer por Aquel que desea que la santidad sea una
realidad en mi vida. Nada más. Sólo así podré ser testigo, no de palabra, sino
por la experiencia, de que Cristo lo es todo en mi vida.
Ser testigo,
dejarme “hacer testigo”, este es mi deseo, para “favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que trae
alegría y esperanza”.
Que el Señor nos
acompañe a todos, creyentes o no, en este Año de gracia.
Qué bueno lydia!!
ResponderEliminar:) Blanca
Gracias Blanca!
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