Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas.
Carta a los artistas, Juan Pablo II.

Haced cosas bellas pero, sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza.
Encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12-5-2010, Benedicto XVI.

martes, 29 de mayo de 2012

Gracias Zaragoza


Se acerca el final de una etapa. Han sido tres meses los que he pasado en Zaragoza. Cuando llegué, no conocía prácticamente a nadie. Sólo al profesor con el que he estado trabajando, y no mucho. Hoy me atrevería a decir que tengo una familia en Zaragoza.
Durante estos tres meses he convivido con una familia, un matrimonio joven con una niña pequeña. Hace unos días me refería a ellos como “autoridad”, porque han sido para mí testigos de la Presencia de Cristo vivo entre nosotros. Al escucharme hablar de ellos como mi autoridad, mis testigos, añado hoy, mis maestros, probablemente piensen: “¿cómo va a ser así? Si nosotros...”. Hoy venía en el autobús leyendo que a un maestro no se le elige, se le reconoce. Pues ahora voy a hablarles a ellos, abiertamente, dado que mantengo su “anonimato”: yo no os he elegido, os he reconocido. No miento si hablo de vosotros como maestros en estos tres meses. Vosotros sabéis lo que hemos vivido juntos y no me podéis objetar nada si os digo que habéis estado a mi lado, me habéis guiado, me habéis acompañado.
Nunca olvidaré cómo, cuando ya no sabíais que hacer, hacías lo mejor… Sí, lo mejor. No olvidaré cómo os pusisteis a rezar al lado de mi cama cuando parecía que ya no se podía hacer nada más, nada más que dejar pasar el tiempo o quién sabe qué. Los que estéis leyendo esto estaréis pensando: “¿de qué está hablando?” Hablo de una enfermedad que arrastro desde hace años, pero no me voy a dedicar a explicar nada por aquí. Menciono estos momentos porque han sido puntos de encuentro y de partida en nuestra convivencia. El testimonio que he tenido delante de mis ojos en estos meses, siendo el mismo, me hubiese podido pasar “desapercibido” sin los momentos más duros. En la película “Tierras de penumbra” escuchamos algo así como que el dolor es el altavoz que utiliza el Señor para despertarnos en un mundo de sordos. Yo confieso mi sordera y confieso que ha sido en el dolor donde he despertado y he reconocido la Presencia viva de Cristo en los que Él ha puesto a mi lado, que ahora se convierte en memoria.
No quiero extenderme más. No hay palabras para agradecer lo que el Señor, por medio de estas personas y de otros amigos, ha hecho por mí en este tiempo. Por tanto, no habiendo palabras, me remito al silencio. El silencio es también un gran maestro, hago silencio en mi corazón para escuchar al Señor y para darLe gracias por estas personas, mi familia zaragozana, y por todos los amigos que aquí he encontrado.
Simplemente gracias y hasta siempre.

lunes, 14 de mayo de 2012

Una


Estoy en el tren, camino de Valencia a Zaragoza. En mi vagón vamos unas 10 personas, creo que no más. Cada una tendrá su historia, cada una sus problemas, sus creencias o sus no creencias… Quién sabe cuántos seremos católicos, católicos practicantes. Puedo decir que al menos dos, porque está una religiosa (se la distingue por su hábito) y estoy yo. Quién sabe cuántos estaremos unidos…
Voy a aprovechar este trayecto para hablarte precisamente de la unidad, más bien, de la Unidad con letra mayúscula. Si eres católico, te resultarán familiares estas palabras relativas a la Iglesia: Una, Santa, Católica y Apostólica.
Hoy voy a hablarte de la primera de ellas: la Iglesia es Una. Desde que encontré la fe, desde que Dios se metió en mi camino por sorpresa, he sentido el dolor de ver como esta Iglesia que decimos Una se encuentra dividida. No me refiero a la existencia de diversas instituciones, movimientos, asociaciones, etc. Esto no es una división, es un rasgo bellísimo de nuestra Iglesia. ¿Por qué? Porque en la Iglesia todos tenemos cabida, hay carismas “para todos los gustos”, para todos los temperamentos, para todas las sensibilidades particulares de cada uno de nosotros… Pero esto no es división, es Belleza, es riqueza para la Iglesia, son tallas de un mismo diamante. Cada uno está en disposición, si lo desea, de encontrar un lugar en la Iglesia donde vivir su fe con la compañía espiritual y la amistad que necesita, siguiendo un carisma particular que le facilite el camino –el único camino- que debemos seguir todos en la Iglesia: Cristo, él es nuestro Camino, y persiguiendo aquello a lo que todos en la Iglesia hemos sido llamados, la santidad. Sólo un apunte respecto de la santidad: no pienses que eso no está hecho para ti, que está hecho para hombres y mujeres con “súper-poderes” (no creas, yo también lo pienso a veces)… Pero lo cierto es que no: la santidad es una llamada universal para todos los cristianos y consiste, no en hacer lo “imposible”, sino en dejarse hacer por Dios, en entregarse a Su Voluntad… Todos podemos alcanzar la meta de la santidad, la plenitud en la Vida Eterna, si nos ponemos en manos de Dios como el barro en manos del alfarero, si nos dejamos podar como los sarmientos en la vid… Yes, we can! ;-)
Bueno, volvamos a la Unidad. A fecha de hoy, conozco bastantes instituciones en la Iglesia, cosa que me sorprende, Dios lo ha querido así, y eso que hace apenas 8 años que me encontré con el Señor. Conozco el Opus Dei, el movimiento de Comunión y Liberación, a algunos miembros del Regnum Christi y Legionarios de Cristo, a sacerdotes diocesanos, a Carmelitas Descalzas, a religiosas del Lumen Dei, Misioneras Identes, neocatecumenales, cristianos que no pertenecen a ninguna institución en concreto… Algunas veces, para mi tristeza, he oído comentarios negativos o críticas de algunos miembros de alguna institución hacia otras instituciones… Es algo que me produce muchísimo dolor y creo que al Señor, que es el mismo para todos, le producen mucho más dolor. Él le dijo a María desde la Cruz que en Juan tenía a su hijo, y a Juan que en María tenía a su madre… regalándonos a todos la única familia de la Iglesia.
Hace pocos días, escribiendo sobre este tema, pensaba en lo que es la Iglesia: la Iglesia somos todos, Cristo es la cabeza y nosotros somos su cuerpo. ¿Qué sentido tiene que con tu mano tires piedras contra tu propio pie? ¿O que con tu pie pises tu propia mano? Es algo que dicho así, humanamente, resulta muy comprensible: no tiene sentido alguno. Sin embargo, es lo que nosotros, los católicos miembros de una Iglesia que es Una, hacemos con frecuencia. Pocos días después, hablando con una amiga de la Obra, me decía que a ella este tema también le produce mucho dolor. En su casa a veces ha oído críticas hacia otras instituciones (lo mismo he oído yo en otras instituciones hacia la Obra) y ha querido corregir estos comentarios. ¿Por qué? Ella lo explicaba muy bien poniendo la analogía de una familia: la Iglesia es una familia. Dios es nuestro Padre: ¿qué padre no quiere que sus hijos estén unidos? Sus hijos pueden ser muy distintos unos de otros, pueden comprenderse más o menos entre sí, incluso pueden “caerse” mejor o peor, pero ¿qué padre no desea que pese a las diferencias que existen entre ellos, permanezcan juntos, unidos? Y que los hijos sean distintos, no quiere decir que ninguna sea mejor que el otro… Espero hacerme entender, bien sea con mi ejemplo, bien sea con el de mi amiga. Creo que explicado así está al alcance de todos el comprenderlo.
Yo, por la gracia de Dios, no he de hacer un esfuerzo para querer por igual a todas las “partecicas” de la Iglesia, para admirar la Belleza que supone la diversidad de los carismas que ésta aprueba. Quizás tú tampoco, o sí, no lo sé. Pero piénsalo: si eres católico, la Iglesia es tu casa, es tu familia, has de quererla como tal, en toda su totalidad, sin separatismos, sin “burlas” de unos u otros… Lo digo con cariño.
Como sabrás, y si no lo sabes lo sabrás a partir de ahora, en la Iglesia se celebra la Octava por la unidad de los cristianos (lo que no sé decirte, son las fechas). Son ocho días dedicados especialmente a la oración para que los cristianos estemos unidos, para que la Iglesia de Cristo sea verdaderamente Una. Yo procuro intensificar mi oración por la unidad durante esos días, pero al mismo tiempo pienso: ¡si ni siquiera los cristianos católicos estamos unidos entre nosotros!
Quiero finalizar pidiéndote que te unas a la oración por la unidad entre todos los miembros de la Iglesia, porque si proclamamos que la Iglesia es Una, si decimos “Creo en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica”, no podemos obrar luego contra aquello en lo que hemos dicho que creemos.
Lo siento si te he aburrido :-)!! Seamos Una sóla cosa con Él.

domingo, 6 de mayo de 2012

¿Una hora de qué...?


Hace unos días un amigo me preguntó algo que no era la primera vez que se me planteaba: ¿tú sabes por qué se hace una hora de ayuno antes de la Misa? Lo primero que le dije fue simplemente un apunte: no es una hora antes de la Misa, sino antes de recibir la comunión, pero así no resolvía su curiosidad ni su interés. Faltaba todavía la respuesta.
Es posible que acabes de enterarte de este tema, es decir, de que la Iglesia nos indica que debemos guardar al menos una hora de ayuno antes de comulgar. No te preocupes, yo tampoco lo sabía hasta que me lo dijeron. De hecho, cuando hice por primera vez el Camino de Santiago (por si no conoces mi historia, por entonces no era creyente) ofrecía caramelos a mis amigas justo antes de que se fueran a Misa y siempre me daban las gracias pero me decían que no. ¿Cómo no, con la energía que necesitábamos? Me extrañaba su negativa y en ese momento nadie me dijo el porqué. Fue después cuando me enteré, tendría 19 ó 20 años.
No es común que escriba en mi blog sobre cuestiones de este tipo, cuestiones de “catecismo”, pero tras haber descubierto que muchos amigos cercanos a la Iglesia no conocían lo de la hora de ayuno, me he dicho: ¿por qué no anunciarlo y por qué no explicarlo? A mí me ayuda respetar esta hora de ayuno, ¿por qué no decirlo?
Anunciarlo ya lo he hecho, con lo escrito hasta aquí. Explicarlo me podría resultar muy complicado, pero no voy a hacer una explicación “teológica” ni “catequética” ni nada similar, porque no soy quién para hacerlo y, además, quiero explicarlo de forma sencilla. Así que simplemente voy a referirme a un ejemplo del mundo que a mí personalmente me resulta ilustrativo, de hecho fue la respuesta que le di a mi amigo. Ahí va el ejemplo:
Te han invitado a una gran celebración, con su gran banquete, por ejemplo, a una boda. Sabes que el banquete va a ser espectacular, te espera una buena comida o una buena cena. Falta poco para la hora de la comida y tienes hambre, pero sabes que los manjares que van a ofrecerte después merecen que te quedes de momento con esa hambre. Por tanto, a la espera del banquete, ¿te vas a una hamburguesería a comerte una hamburguesa con patatas fritas o te comes un helado gigante? No es lo habitual, ¿verdad? Si sabes que te espera un gran banquete, procuras no saciarte antes de tiempo para aprovechar todo lo que te ofrezcan en este banquete.
Creo que la analogía es sencilla. Para los cristianos, la Eucaristía es un gran banquete que nos ofrece el Señor: el de Su mismo Cuerpo y Su misma Sangre. ¿Hay algo más grande que recibir al mismo Señor? Estamos invitados a este banquete y sólo se nos pide estar preparados para recibirlo. ¿Estar preparados? Sí. Estar preparados implica muchas cosas: estar limpios por dentro (confesión, este es otro tema) y por fuera (respetar el Sacramento, su grandeza), a ser posible guardar unos minutos de preparación en silencio antes de que comience la Eucaristía, estar atentos a la celebración… Pero volviendo al tema que nos ocupa hoy, este estar preparados pasa también por esta hora de ayuno. Del mismo modo que no nos saciamos antes de una gran comida, de un gran banquete, tampoco nos saciamos antes de recibir la comunión, porque este sí que es un Gran Banquete, porque estamos a la espera de recibir el mayor alimento que se nos puede ofrecer, el alimento del Cuerpo y la Sangre de Cristo, nuestra fuerza espiritual que nos inunda de gracia para enfrentarnos a cada día como verdaderos cristianos.
Personalmente, el ayuno eucarístico, aunque confieso que con frecuencia lo vivo de forma rutinaria, me ayuda a tomar conciencia de la grandeza del sacramento de la Comunión: nada más y nada menos que el mismo Señor se hace presente entre nosotros para que podamos recibirLe, convirtiéndonos en templos no ya del Espíritu Santo (que no es poco, sin duda), sino de Su mismo Cuerpo, inundándonos de gracia.
No sé si lo que he escrito te servirá para comprender mejor, aunque lo haya descrito con términos y ejemplos tan “mundanos”, el sentido del ayuno eucarístico. Espero que sí y si no es así, puedes informarte más y mejor preguntándole a algún sacerdote o a alguna persona que viva este ayuno, leyendo el catecismo o, si quieres, escribiéndome.
Agradezco los comentarios que podáis hacer a esta entrada y, si no conocías lo de la hora de ayuno, agradecería que me lo hicieras saber.
Y lanzo una pregunta: ¿cuántas cosas estamos dispuestos a hacer por el cuerpo que no estamos dispuestos a hacer por el alma? J
Un abrazo.