Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas.
Carta a los artistas, Juan Pablo II.

Haced cosas bellas pero, sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza.
Encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12-5-2010, Benedicto XVI.

sábado, 7 de marzo de 2020

Una familia mirando un árbol


Madrid. Noviembre o diciembre del año pasado. Eran días en los que la decoración navideña llenaba nuestras plazas e iluminaba nuestras calles y, tal vez, nuestras casas.

Cojo el metro, la línea 6, de regreso a mi casa "temporal". Tras algunas paradas que transcurren normalmente, a ratos mirando el móvil, a ratos oyendo sin escuchar y a ratos cerrando los ojos, empieza a suceder algo. En una de las paradas sube un hombre, lata de cerveza en mano y bolsa de plástico en la que se transparenta un paquete de patatas fritas. Busca un sitio para sentarse y cuando identifica un asiento vacío, situado entre los que se encuentran frente a mi, pregunta si puede sentarse. Está borracho, se ve en sus ojos, en su voz y en su ropa. Poco después de sentarse, las personas de los asientos vecinos se levantan y se alejan. Ahí se queda él, acomodado, y a dos asientos un hombre joven con sus auriculares de aislamiento.

Pasan tal vez dos paradas antes de que se sumen tres nuevos protagonistas de la historia. Son tres jóvenes, creo que chilenos, acompañados de micrófono, caja y saxofón. Se presentan y empiezan a tocar y cantar de un modo excepcional. Es precioso verles y escucharles. Todos les prestamos atención aunque alguno sigue con sus auriculares, pero el que más, el que más es el hombre borracho. Está disfrutando como nadie del espectáculo musical que tiene delante. Tanto que al terminar los jóvenes, se les presenta agradecido para pedirles una canción: "espectacular, ¿podéis tocar otra? Una en la que destaque todavía más el saxofón, por favor...". La respuesta de los jóvenes es una pieza, que yo no sé identificar, en la que el saxofón no sólo destaca, sino que sobresale haciendo de este trayecto algo único. El hombre borracho está entusiasmado y conmovido, profundamente agradecido, y es tan conmovedor verle a él como escuchar esa música, es conmovedor verle vivir la música y dar nuevamente gracias a los músicos por lo que han hecho por él. Los chicos se van llevando su música a otro vagón.

Photo by Ryan Hafey on Unsplash
Ahora el hombre borracho se dirige a su vecino de asientos, que también ha disfrutado de la música pero sin quitarse en ningún momento, tampoco ahora, sus auriculares. Le dice: "Cada vez es más difícil ver algo así...". El otro asiente sin mirarle. Sigue: "Ahora en Navidad vas por la calle y en cada sitio te encuentras un árbol de plástico ahí sólo, pero cada vez es más difícil ver una familia mirando un árbol..".

El resto del viaje lo pasa en silencio. La cerveza se ha terminado. Aplasta la lata deformándola con sus dedos y saca un rotulador con el que escribe o garabatea sobre la lata. ¿Qué hará? Termina y la guarda en su bolsa de plástico. El metro llega a mi parada, que resultar ser también la suya. Baja contento, saca la lata de cerveza de la bolsa de plástico y dando un salto la coloca sobre un pequeño saliente en la parede de la estación. Entonces veo un rostro dibujado sobre una lata de cerveza que parece mirar con curiosidad a todos los que pasamos corriendo por ahí, a los que pasamos tantas veces sin ver.

Me quedé con las ganas de preguntarle a este hombre, a este hombre lúcido que estaba borracho, quién era, qué hacía, qué buscaba. No le he vuelto a ver, pero no le he olvidado y agradezco haber visto en él un corazón despierto, todavía despierto, que reconoce en lo extraordinario (en lo que, dice, cada vez es más difícil ver) lo que desea vivir: "...una familia mirando un árbol".