Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas.
Carta a los artistas, Juan Pablo II.

Haced cosas bellas pero, sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza.
Encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12-5-2010, Benedicto XVI.

miércoles, 10 de octubre de 2012

El Año de la Fe



Meses, muchos meses después, me propongo escribir algo en mi blog. ¿La razón? Mañana comienza el Año de la Fe que ha proclamado el Papa Benedicto XVI, en adelante B16. Puede que esta razón te parezca poco atractiva y en este punto dejes de leer, con toda libertad. Puede que esta razón te parezca, digamos, de peso, y decidas continuar leyendo. Puede que simplemente sigas leyendo, sin que mi razón te sea de importancia. Yo, como siempre, lo que pretendo es ayudarte y ayudarme, así que aunque sea yo la única persona en la tierra que lea mis palabras, voy a seguir escribiendo.
Acabo de leer la homilía que B16 pronunció el pasado 7 de octubre en la Misa de apertura del Sínodo de los Obispos y proclamación de dos nuevos doctores de la Iglesia. Podría terminar mi escritura diciéndote “aquí la tienes”: HOMILÍA 
Pero entonces estaría dejando de lado, al menos parcialmente, lo que me propuse al iniciar este blog: hablarte de mi experiencia, de lo que me ha atraído hacia la Fe y de lo que supone para mí este Año de la Fe. No obstante, sí que voy a tomar algunas palabras de la homilía de B16 acogiendo “la invitación a fijar los ojos en el Señor Jesús”. Quizás sea esta una buena definición de la Fe: tener “la mirada del corazón puesta en Él”. Mi camino de fe, ya lo he escrito otras veces, ha pasado y continúa pasando por momentos de gran oscuridad. Sin embargo, puedo decir sin vanidad que sigo caminando hacia Cristo. ¿Qué es lo que me mueve? La tensión hacia la verdad, un vínculo inquebrantable que me ha unido a Cristo y, a través de Cristo, al Padre. Te resultará familiar mi lenguaje si participas, como yo, de la vida del movimiento de Comunión y Liberación. No tengo intención de hacer “publicidad” alguna, pero me fascina la belleza de la Iglesia que he encontrado en este movimiento, como en muchas otras partecicas de la Iglesia que también me acompañan. En el Año de la Fe quiero plantearme y plantearte tres preguntas: la primera, ¿sobre qué se sostiene tu Fe? ¿sobre qué te sostienes tú?; la segunda, ¿cuál es la llamada que el Señor me dirige en este Año?; la tercera, ¿qué “puedo” hacer para vivir el Año de la Fe?
Voy a responderlas una a una, desde mi propia experiencia:
¿Sobre qué se sostiene mi Fe? ¿Sobre qué me sostengo yo?
Tomo unas frases de los últimos ejercicios espirituales para adultos de Comunión y Liberación:
“Jesús no nos ha propuesto eliminar la oscuridad: Él mismo ha atravesado la oscuridad y la ha vencido, porque su consistencia es su vínculo con el Padre. Ni siquiera a Jesús se le ahorró la Pasión, entrar en la oscuridad y en la muerte. ¿Y nosotros queremos ser sus discípulos, o a lo mejor pensamos que es mejor seguir a otro? La cuestión es si nosotros, también en el momento de la dificultad y del miedo, volvemos a donde volvió Él, es decir, al vínculo con el Padre, con Aquel que nos permite estar de pie ante cualquier circunstancia (…)”.
Mi fe se sostiene en este camino humano que el mismo Jesús recorrió, mi fe se sostiene en la humanidad de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Si Él no hubiese atravesado la oscuridad que también yo atravieso con frecuencia, mi fe no se sostendría. Si Él no hubiese puesto su mirada y su voluntad en la voluntad del Padre, mi fe no se sostendría. Si Él no hubiese querido vivir como un hombre para enseñar al hombre lo que es el hombre, mi fe no se sostendría. Si Él no hubiese pronunciado como yo las palabras “aparta de mi este cáliz” mi fe no se sostendría. Si Él no hubiese dicho, como yo intento, “pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya”, mi fe no se sostendría. Mi fe se sostiene, y yo me sostengo por ella, en la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo, de la que soy y espero ser partícipe siempre. Puede que esto te suene abstracto, lo resumiré: mi Fe se sostiene en un Dios que se ha hecho hombre para que el hombre pueda, mirándoLe a Él y a los Suyos, saberse acompañado.
Mi humanidad no es algo que he de quitarme de encima para poder encontrar a Cristo, sino que es, con todas mis circunstancias, el camino que Dios me marca para seguirLe. Por eso un corazón despierto, abierto a la realidad, humano, puede encontrar a Cristo en cualquier circunstancia, si se deja sorprender.
¿Cuál es la llamada que el Señor me dirige este Año?
Tomando palabras de B16 no es otra distinta que la llamada a la santidad, la llamada universal a la santidad. No es algo pretencioso: todos, absolutamente todos, estamos llamados a la santidad.
Fijaos en lo que nos dice el Papa:
“La santidad no conoce barreras culturales, sociales, políticas, religiosas. Su lenguaje – el del amor y la verdad – es comprensible a todos los hombres de buena voluntad y los acerca a Jesucristo, fuente inagotable de vida nueva.”
El lenguaje de la santidad es el lenguaje de la belleza, del amor y de la verdad, y este es un lenguaje universal. Pongamos un ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta. ¿Quién no reconoce en ella un ejemplo de mujer santa (“ejemplar”, para los no creyentes)? ¿Qué barrera puede impedir este reconocimiento? También me sirve el ejemplo para ilustrar la vida de una persona que no se dejó derrotar por la oscuridad, en la que vivió durante muchos años. Más fuerte que la oscuridad, más fuerte que la sequedad, más fuerte que el dolor, es Cristo, porque Él ya ha pasado por encima de todo esto.
En este Año de la Fe el Señor me recuerda esta llamada a la santidad, consciente de mis faltas y mis pecados. Pero, ¿quién ha dicho que los cristianos somos perfectos? Nadie y bien lo sabemos. Hoy he leído, ya no sé dónde, que la Iglesia no es un hotel para santos sino un hospital para pecadores. El mismo B16 nos dice: “La mirada sobre el ideal de la vida cristiana, expresado en la llamada a la santidad, nos impulsa a mirar con humildad la fragilidad de tantos cristianos, más aún, su pecado, personal y comunitario, que representa un gran obstáculo para la evangelización, y a reconocer la fuerza de Dios que, en la fe, viene al encuentro de la debilidad humana. Por tanto, no se puede hablar de la nueva evangelización sin una disposición sincera de conversión. Dejarse reconciliar con Dios y con el prójimo (cf. 2 Cor 5,20) es la vía maestra de la nueva evangelización.”
Dios me llama en este Año de la Fe a la conversión, a una conversión sincera, a dejar que mi corazón de piedra se convierta en un corazón de carne.
¿Qué puedo hacer para vivir el Año de la Fe?
Escuchaba ayer una canción que me decía: “no sabes amar y eres amado, no sabes hacerte y eres hecho”. Esto es lo único que puedo hacer: dejarme amar, dejarme hacer por Aquel que desea que la santidad sea una realidad en mi vida. Nada más. Sólo así podré ser testigo, no de palabra, sino por la experiencia, de que Cristo lo es todo en mi vida.
Ser testigo, dejarme “hacer testigo”, este es mi deseo, para “favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que trae alegría y esperanza”.
Que el Señor nos acompañe a todos, creyentes o no, en este Año de gracia.