Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas.
Carta a los artistas, Juan Pablo II.

Haced cosas bellas pero, sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza.
Encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12-5-2010, Benedicto XVI.

sábado, 30 de octubre de 2010

Tengo un maestro


Tengo un maestro: se llama Carlos y tiene 5 años. Todo lo que diga de mi maestro es poco… Carlos lleva en el hospital más de un mes… Cuando voy a verle, siempre me sorprende, me sorprende porque aun cuando está muy cansado, si me acerco y le pregunto “¿cómo estás?” me contesta “bien”… Nunca me ha respondido “mal”, a veces calla y otras, como mucho, reconoce que lo del hospital “es un rollo”, pero acompañando sus palabras de una sonrisa que deslumbra. Él me enseña -nos enseña a muchos- no con sus palabras, sino con su persona. Es un chico que da lecciones sin proponérselo, entre muchas otras cosas gracias a su capacidad de asombrar… Sin duda, visitar a Carlos tiene mucho más de recibir que de dar: ya no sé cuántas veces él le ha dado la vuelta a mi día.
Tiene además mi maestro un gran sentido del humor y una tremenda sencillez… ¿Cómo es posible –me he preguntado con frecuencia estando con él- que sonría de esta manera e incluso a veces se ría tanto estando aquí, en el hospital, desde hace mucho? ¿Cómo puede recuperar la sonrisa en poco tiempo tras haber llorado por alguna razón? ¿Dónde ha aprendido la serenidad? ¿Dónde la paciencia? La clave de mi maestro, creo, es que reconoce lo que vale, lo que importa. Y lo que importa es que tiene al lado a los que más quiere, tiene a su madre, tiene a su padre, a sus hermanos y a muchos amigos… Él sabe que si su madre está a su lado, no tiene por qué temer. Él sabe abandonarse en los brazos de sus padres, de sus hermanos, también de los amigos. Él, sencillamente, confía y confía con alegría. Pese a su debilidad, pese a su cansancio, pese a su dolor, pese a los enfados de a veces, creo que nunca he dejado de ver su sonrisa más de dos días seguidos… No tengo palabras…
Ahora Carlos está en otro hospital, bastante lejos, y no voy a poder verle. Sin duda va a ser mucho más difícil para él no poder estar cerca de los que más quiere, no de todos. Pero seguro que no dejará de enseñar aun en esas circunstancias, no dejará de sonreír tanto como pueda, no dejará de abandonarse en brazos de su padre. También va a ser difícil para los suyos, difícil no poder acompañarle, no poder verle, no poder abrazarle... Qué decir… Afortunadamente, en medio de estas circunstancias difíciles, ni Carlos ni los suyos están solos. Desde aquí te pido que, si rezas, les tengas presentes en tu oración y si no, nunca es tarde para empezar a rezar…
Sólo quiero añadir una cosa… ¿sabes? Cada vez entiendo mejor porqué Carlos es como es, porqué es tan sencillo, tan alegre, tan claro, tan agradecido, tan extraordinario. En su caso, es cosa de familia: Carlos es un maestro en una familia de maestros, maestros de todos los tamaños.

viernes, 1 de octubre de 2010

Razón y realidad: ¿te atreves?


Hace mucho que no escribo. Reconozco que he estado un poco ausente, pero bueno, de momento vuelvo. Quiero hablaros de una cuestión que siempre me ha resultado muy atractiva. Es un tema de ayer, de hoy y de mañana: razón y fe, fe y razón… ¿Cómo se conjugan? ¿Son compatibles? ¿Cuál es la relación entre ambas? ¿Puede ser creyente una persona que use la razón? ¿y podría no ser creyente alguien que vaya hasta el fondo de cada cosa, que se sirva de la razón hasta el fondo? No he estudiado gran cosa sobre estos temas y leer he leído algo, pero me enfrento a estas preguntas como podría hacerlo cualquier otra persona…
He dicho que este tema siempre me ha resultado atractivo. Ese siempre es más largo de lo que inicialmente pensaba. Hubiese dicho siempre pensando en el tiempo que ha pasado desde marzo de 2004 (tiempo intenso), pero ahora recordaba las clases de religión de cuando tenía entre 11 y 15 años… Para mí la religión era “una asignatura más”, me la estudiaba a regañadientes (a diferencia de las otras, que solían gustarme) y con cierta curiosidad, y como una más aprobaba y también olvidaba… Algo me diría Dios por aquel entonces, pero no me enteré absolutamente de nada (o no de mucho). Eso sí, no en clase, pero alguna vez después de clase (sobre todo con 11 ó 12 años) me quedaba para “discutir” con la profesora lo que “no me había gustado”. Quizás ya para entonces estaba usando un poco la cabeza, porque si no hubiese salido de clase sin “discutir” con la profe. Usé algo de la razón para decir “no voy a confirmarme”, cuando muchos de mis compañeros hicieron la confirmación y realmente no sé si volvieron a la Iglesia después. A mí todo eso de la Biblia, de Dios, de Jesús… me parecía muy raro, no me lo creía… Especialmente no creía en la Confesión (¿es que no me puedo confesar directamente con Dios o qué?), ni en la Eucaristía (¿qué? ¿que el sacerdote dice unas palabras y de repente Jesús está en el pan y en el vino?)… y lo de confirmarme (hablo de mí, no de los demás) me parecía una especie de “comedia”, una incoherencia en mi vida. Confirmarse suponía “volver a decir que sí” y la verdad es que no estaba dispuesta a decir que sí a algo en lo que no creía (a pesar de haberme bautizado porque quise, con mi hermana, cuando teníamos 7 años). Lo que digo con esto es que en la educación secundaria no me quedé sólo con lo que me decían, quise decidir en concordancia con lo que pensaba y procuré ser coherente con la decisión… y esa decisión suponía no seguir a Dios.
Los años pasaron y creo que, salvo en momentos especialmente duros y sólo por un instante, no volví a pensar en ese Dios del que me habían contado Su historia… No pensé mucho, no pensé más que en las matemáticas, la física, los comentarios de texto, el dibujo técnico, etc. La cuestión de la razón y la fe estaba aparcada, hasta marzo de 2004. De este mes ya conté en la entrada de ¡Buen camino! Veo ahora lo que pasó y reconozco que en ese momento se recuperaron muchos interrogantes que, como he dicho, estaban aparcados, pero no habían desaparecido. Es un impacto fuerte encontrarte con algo que te da respuestas, no de forma “automática”, hay que usar la cabeza… Hoy una amiga me decía lo que dijo otro amigo: “hay dos cosas a las que un cristiano no puede renunciar nunca: la razón y la realidad”. Pues es verdad, no ya un cristiano, sino ninguna persona debería renunciar nunca a la razón y a la realidad
No sé si tú, que estás leyendo esto, eres cristiano o no, o creyente o no… Si no crees puede que lo que diga ahora te resulte rarísimo (posiblemente a mí hace pocos años también me hubiese resultado rarísimo)… Igual incluso siendo creyente te resulta rarísimo: mi fe es completamente racional. Eso sí, no es “exclusivamente” racional, sino que va bastante más allá de la razón… Yo te podría contar una teoría bien argumentada y podrías decirme que no, que no porque A o B o C… o “que no porque no” (que es una respuesta que se utiliza a veces). Vale, de acuerdo, pero (ya lo dije en alguna otra entrada, no sé en cual): ¿puedes negarme mi experiencia? Es decir, ¿quién puede decirme que no he vivido lo que he vivido? Y lo que he vivido (y lo que estoy viviendo), una historia real, con personas de carne y hueso me ha llevado (y me sigue llevando) hasta Dios… y me ha llevado hasta Él metiendo la cabeza hasta el fondo, usando de la razón, “discutiendo” a veces, no entendiendo, preguntando, repensando, negando, afirmando, saliendo, entrando… y sí: rezando. Y si ahora dijese “Dios no existe” tendría que negarlo todo, negar todo lo que ha pasado en los últimos 26 años (que son los que tengo) y, bueno, sería totalmente irracional negar que he vivido lo que he vivido... Y no sé si se entiende… Yo me imagino a mí leyendo esto hace, pongamos, 7 años, y la verdad es que no sé qué hubiese pensado… Quizás hubiese sacado mi batería de prejuicios y ya está. Ahora lo leo, esto o la experiencia de otra persona y me pregunto cómo, me pregunto por qué y me digo “vaya, esto es mucho más extraordinario de lo que yo pensaba: quiero saber más”.
Nunca sacaré una demostración matemática de la existencia de Dios. No puedo encerrar en las matemáticas a Dios, no lo puedo encerrar en la ciencia…, y todo lo que escriba se queda muy corto porque tampoco lo puedo encerrar en las palabras… Pero sí que diría que las matemáticas, la ciencia, las palabras,… y, cómo no, las montañas, el mar, los árboles, los animales… y tú, y cada persona, me hablan de Él… Yo no miro a mi hermana, o a un amigo y me digo: ¡qué bonito conjunto de partículas! Y sí, en parte es un puñadito de materia, pero ¿ya está? Pues qué cosa más triste… No, no está: ¿pero cómo va a ser eso? ¿Con lo que me cuesta organizarme a mí (que soy tan poca cosa) y van todas estas partículas, se organizan por azar y montan este espectáculo tan extraordinario? ¡Pensémoslo!
En fin, no sé si al final he escrito sobre lo que quería escribir, pero hasta aquí hemos llegado hoy… Creo que al menos hoy no he dicho “ni media teoría”. Las preguntas del primer párrafo sería mejor hacer el ejercicio de respondérnoslas personalmente. Tiene razón este amigo… Creo que con estos ingredientes, razón y realidad, podemos llegar a mucho: ¿te atreves? Yo voy a intentarlo.
¡Saludos!