La parte de mi
caminito que menos parecía gustarle, y no faltaron ocasiones en que
me lo manifestase, era mi camino en la fe, ese deseo de seguir siempre la
flecha amarilla que había encontrado en el Camino de Santiago y que tengo grabada en mi corazón, de
volver a buscarla y sorprenderme con la flechita delante, de volver a
seguirla, día a día, semana a semana, mes a mes, año a año... Con
todo, algunas veces seguíamos la flechita juntas, aunque fuese por
unos minutos, cada una a su ritmo, cada una con su mochila más o
menos pesada.
Pero sucedió algo
inesperado para esta persona y los suyos. Su mochila era pesada, pudo vaciarla de lo que no le
servía e hizo un "parón" para descansar. Los amigos y la familia
vimos este “parón”. La carga se le tornó ligera. A mí me enseñó
a mirar, volví a aprender a mirar de nuevo gracias a ella. ¡Creo que nos enseñó mucho a muchos! Estuvo 31 días en
su cama y, desde su camita divisó, diría, ¡la flecha amarilla más
grande jamás vista! Se decidió a seguirla y recorrió las últimas
etapas sin poder andar, pero con un corazón que corría hacia el
destino. Su alegría, su serenidad, su humildad, su sencillez, su
deseo de transmitir esta felicidad que estaba viviendo, fueron
desarmantes, ¡asombrosos! Contagiaba esta serena alegría a quienes
pudimos estar con ella, ¡quiso que brindásemos con cava alrededor
de su cama! ¿La razón? “Para celebrar lo felices que somos 'a
pesar' de todo”. ¿Su pregunta? “Quería saber si vosotros estáis
tan felices como yo”.
¿De dónde nació
esto? ¡Del esperar lo inesperado! Porque su encuentro con Cristo fue
tan inesperado como lo fue para mi el mío. Unas amigas fueron a
verla y le preguntaron si le gustaría confesarse y -¡sorpresa!-
dijo que sí. Recuerdo una madrugada en que me despertó y me dijo:
“Cuando me confesé me quedé en medio del Cielo. Me gustaría
poder levantarme para ir a Misa...”. Luego su toque personal e irrenunciable :-) :
“pero yo no soy una beata de esas, ¿eh?”. Le respondí con
sinceridad: “no, ni yo, tieta”. Y volvió a hablar de su inmensa
alegría. Quería recibir al Señor, ¡quería! Y el Señor lo sabía,
así que decidió que había llegado la hora de cumplir este deseo de
recibirLe y, a su vez, de recibirla Él también donde siempre la
estaba esperando. Fue la madrugada del domingo 7 de julio. Esa noche
del sábado al domingo, ¡la recepción estaba lista!
Cuando desperté el
domingo, muy temprano, tenía la sensación de que había llegado ese momento,
fui a la habitación de mi abuela y estaba mi hermana con ella: “la
tieta ya se ha ido”. Se había ido con una serenidad y una alegría
que su rostro reflejaba. Se había ido y muchos la esperaban en su
destino, donde espero que nos volvamos a ver.
Tieta Adelaida, no
hace falta que te cuente todo lo que ha acontecido en este último
año, tú lo sabes mejor que yo. Hemos esperado lo inesperado y lo
inesperado ha sido y es asombroso. Seguimos con este esperar lo
inesperado, seguimos esta flecha amarilla que hemos encontrado. Tú
lo sabes, cada uno con su mochila, más o menos pesada, cada uno a su
ritmo, ¡despistándonos como siempre! Tengo que hablarte en primera
persona: veo una hermosa flecha amarilla, ¿la seguimos?
Ultreia et Suseia!