Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas.
Carta a los artistas, Juan Pablo II.

Haced cosas bellas pero, sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza.
Encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12-5-2010, Benedicto XVI.

lunes, 7 de julio de 2014

Un 7 de julio...


Cuando hace poquito más de 10 años regresé del Camino de Santiago, después de renacer en la Catedral de Santiago de Compostela, cuando seguí caminando - ¡siguiendo la flecha amarilla!- tras regresar a Valencia, durante años, hubo una persona muy querida a la que parecía no gustarle mi caminito personal.

La parte de mi caminito que menos parecía gustarle, y no faltaron ocasiones en que me lo manifestase, era mi camino en la fe, ese deseo de seguir siempre la flecha amarilla que había encontrado en el Camino de Santiago y que tengo grabada en mi corazón, de volver a buscarla y sorprenderme con la flechita delante, de volver a seguirla, día a día, semana a semana, mes a mes, año a año... Con todo, algunas veces seguíamos la flechita juntas, aunque fuese por unos minutos, cada una a su ritmo, cada una con su mochila más o menos pesada.

Pero sucedió algo inesperado para esta persona y los suyos. Su mochila era pesada, pudo vaciarla de lo que no le servía e hizo un "parón" para descansar. Los amigos y la familia vimos este “parón”. La carga se le tornó ligera. A mí me enseñó a mirar, volví a aprender a mirar de nuevo gracias a ella. ¡Creo que nos enseñó mucho a muchos! Estuvo 31 días en su cama y, desde su camita divisó, diría, ¡la flecha amarilla más grande jamás vista! Se decidió a seguirla y recorrió las últimas etapas sin poder andar, pero con un corazón que corría hacia el destino. Su alegría, su serenidad, su humildad, su sencillez, su deseo de transmitir esta felicidad que estaba viviendo, fueron desarmantes, ¡asombrosos! Contagiaba esta serena alegría a quienes pudimos estar con ella, ¡quiso que brindásemos con cava alrededor de su cama! ¿La razón? “Para celebrar lo felices que somos 'a pesar' de todo”. ¿Su pregunta? “Quería saber si vosotros estáis tan felices como yo”.

¿De dónde nació esto? ¡Del esperar lo inesperado! Porque su encuentro con Cristo fue tan inesperado como lo fue para mi el mío. Unas amigas fueron a verla y le preguntaron si le gustaría confesarse y -¡sorpresa!- dijo que sí. Recuerdo una madrugada en que me despertó y me dijo: “Cuando me confesé me quedé en medio del Cielo. Me gustaría poder levantarme para ir a Misa...”. Luego su toque personal e irrenunciable :-) : “pero yo no soy una beata de esas, ¿eh?”. Le respondí con sinceridad: “no, ni yo, tieta”. Y volvió a hablar de su inmensa alegría. Quería recibir al Señor, ¡quería! Y el Señor lo sabía, así que decidió que había llegado la hora de cumplir este deseo de recibirLe y, a su vez, de recibirla Él también donde siempre la estaba esperando. Fue la madrugada del domingo 7 de julio. Esa noche del sábado al domingo, ¡la recepción estaba lista!

Cuando desperté el domingo, muy temprano, tenía la sensación de que había llegado ese momento, fui a la habitación de mi abuela y estaba mi hermana con ella: “la tieta ya se ha ido”. Se había ido con una serenidad y una alegría que su rostro reflejaba. Se había ido y muchos la esperaban en su destino, donde espero que nos volvamos a ver.


Tieta Adelaida, no hace falta que te cuente todo lo que ha acontecido en este último año, tú lo sabes mejor que yo. Hemos esperado lo inesperado y lo inesperado ha sido y es asombroso. Seguimos con este esperar lo inesperado, seguimos esta flecha amarilla que hemos encontrado. Tú lo sabes, cada uno con su mochila, más o menos pesada, cada uno a su ritmo, ¡despistándonos como siempre! Tengo que hablarte en primera persona: veo una hermosa flecha amarilla, ¿la seguimos?

Ultreia et Suseia!