Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas.
Carta a los artistas, Juan Pablo II.

Haced cosas bellas pero, sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza.
Encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12-5-2010, Benedicto XVI.

lunes, 20 de diciembre de 2010

"Simplemente": ¡Feliz Navidad!


Deseo que esta Navidad sea para todos una ocasión especial para encontrarnos con los nuestros y con Aquél que viene para darSe.

A los que seguís mi pequeño blog (y a los que no), quiero desearos una Navidad nueva...
Espero que estos días (y los que sigan) introduzcan en vuestra vida, en la mia, ¡en la de todos!, el deseo de conocer cada día más y mejor a Aquél que viene a traernos el mejor regalo: ¡a Si mismo! Si no sois creyentes, deseo igualmente esto para vosotros, ¡por supuesto!
Para todos (me incluyo) un consejo: ¡vivamos cada instante con los ojos bien abiertos! Nos queda mucha Belleza por admirar...
Un abrazo a cada uno,
Lydia

sábado, 11 de diciembre de 2010

Anhelo

Busco la verdad. No siempre he sido consciente de este anhelo de verdad y de belleza, pero cada vez más, quizás por los años, pero sobre todo por los encuentros, por las experiencias, por el asombro de la vida, por los pequeños milagros extraordinariamente “ordinarios”… este anhelo de verdad y de belleza van ocupando en todo mi yo una espacio que crece día a día.
En el último mes en mi vida, bueno, en realidad en los últimos 26 años y unos pocos meses de mi vida (¡en toda mi vida!) ha habido un poco de todo. “Sin calma pierdo el contacto conmigo y con el mundo”, dice una canción de uno de mis cantantes favoritos, Shuarma. ¿No crees que es así? Ahora te escribo con calma y por eso puedo reconocer que lo que estoy buscando, tropezando y levantándome, es la verdad, que lo que estoy buscando es la belleza.
Podrías decirme, como muchos piensan hoy, que la verdad no existe, que todo es relativo. Permíteme que te diga que no, que sí que existe la verdad. No te voy a decir ahora cuál es la Verdad. Yo estoy en camino, pero ya he descubierto algunas aristas y algunas caras que componen este diamante de verdad y de belleza. Sigo buscando… y lo que sí que quiero es decirte que no te rindas jamás, invitarte a esta aventura de buscar la verdad, sea cual sea tu posición, sean cuales sean tus ideas, sean cuales sean tus opiniones… No te rindas, no te dejes condicionar por prejuicios o por ideas preconcebidas, toma la iniciativa y corre tras aquello que puede llenar tu corazón. Vuelvo a las letras de Shuarma: “recuerda cuando tus dedos luchaban por tocar aquello que no podías alcanzar”. Recuérdalo. ¿No te asombra y te conmueve ver la cara de sorpresa de un niño ante cosas que para ti son “cualquier cosa”? Llega un tren y el niño lo señala, a veces saltando y gritando y diciendo: “¡Mira, mira!”. Vuela un avión y el niño alza el cabeza sorprendido siguiendo su trayectoria. El niño camina, quizás siguiendo el camino a casa “de todos los días”, y se detiene porque ha vislumbrado una flor. Ejemplos como estos, tantos como niños hay en el mundo y tantos como instantes componen el tiempo. No dejes que la monotonía y la rutina se adueñen de tu vida, porque tú y yo también podemos mirar la realidad con los ojos de un niño. Yo lo intento y a veces lo consigo, o “más o menos” lo consigo, y te aseguro que este mirar así la realidad te conduce a la admiración y esta admiración te lleva a preguntarte: “¿cómo es posible? ¿De dónde ha salido todo esto?” Probablemente estas preguntas ya te han asaltado más de una vez. Por favor, cuando estas preguntas te asalten, no te detengas. Sigue caminando, enfréntate a ellas, porque como persona tienes el deseo de encontrar una respuesta a estos anhelos. No dejes de pensar. A veces dicen que los niños, los adolescentes o algunos adultos son felices “porque no piensan”. No es verdad. Para estar en camino buscando la verdadera felicidad es necesario que pienses, que te interrogues, que dialogues, que abras bien los ojos y que dejes que la realidad te asalte y te desarme. Todo en esta vida, bello o no, alegre o no, bueno o no, agradable o no… -¡todo!- es una parte del camino que recorres y, si te decides a mirarlo, puedes descubrir que tu camino es, con todo su dolor, en definitiva hermoso. Déjame citar una vez más a Shuarma, que dice “pero aún me cuesta mucho apreciar la belleza de una flor, si oigo un grito de dolor”. Cierto, a mí me también me cuesta, a ti seguramente también, pero lo que quiero decir es que pese al dolor, la belleza está presente: ¡no dejes que tu mirada te impida admirarla! Y, más aún, ese grito de dolor es la voz de alguien que como tú y como yo anhela la verdad y la belleza.
En todo y en todos hay bien y hay mal, pero dime: ¿no eres libre? Lo eres. Mi elección es disfrutar al máximo de mi libertad para recorrer el camino hacia la felicidad con admiración. En mí hay mal, hay contradicción, hay dolor… pero elijo que nada de esto me oculte el anhelo de verdad y de belleza, porque sólo persiguiendo este anhelo podré hacer que mi camino y el tuyo se encuentren y porque sólo si nos encontramos podremos sostenernos en esta búsqueda constante de la felicidad. Bien se ha dicho que “para cambiar el mundo, he de empezar por mí”.
Dedico estas palabras a Gabriela en el día de su bautizo.

sábado, 30 de octubre de 2010

Tengo un maestro


Tengo un maestro: se llama Carlos y tiene 5 años. Todo lo que diga de mi maestro es poco… Carlos lleva en el hospital más de un mes… Cuando voy a verle, siempre me sorprende, me sorprende porque aun cuando está muy cansado, si me acerco y le pregunto “¿cómo estás?” me contesta “bien”… Nunca me ha respondido “mal”, a veces calla y otras, como mucho, reconoce que lo del hospital “es un rollo”, pero acompañando sus palabras de una sonrisa que deslumbra. Él me enseña -nos enseña a muchos- no con sus palabras, sino con su persona. Es un chico que da lecciones sin proponérselo, entre muchas otras cosas gracias a su capacidad de asombrar… Sin duda, visitar a Carlos tiene mucho más de recibir que de dar: ya no sé cuántas veces él le ha dado la vuelta a mi día.
Tiene además mi maestro un gran sentido del humor y una tremenda sencillez… ¿Cómo es posible –me he preguntado con frecuencia estando con él- que sonría de esta manera e incluso a veces se ría tanto estando aquí, en el hospital, desde hace mucho? ¿Cómo puede recuperar la sonrisa en poco tiempo tras haber llorado por alguna razón? ¿Dónde ha aprendido la serenidad? ¿Dónde la paciencia? La clave de mi maestro, creo, es que reconoce lo que vale, lo que importa. Y lo que importa es que tiene al lado a los que más quiere, tiene a su madre, tiene a su padre, a sus hermanos y a muchos amigos… Él sabe que si su madre está a su lado, no tiene por qué temer. Él sabe abandonarse en los brazos de sus padres, de sus hermanos, también de los amigos. Él, sencillamente, confía y confía con alegría. Pese a su debilidad, pese a su cansancio, pese a su dolor, pese a los enfados de a veces, creo que nunca he dejado de ver su sonrisa más de dos días seguidos… No tengo palabras…
Ahora Carlos está en otro hospital, bastante lejos, y no voy a poder verle. Sin duda va a ser mucho más difícil para él no poder estar cerca de los que más quiere, no de todos. Pero seguro que no dejará de enseñar aun en esas circunstancias, no dejará de sonreír tanto como pueda, no dejará de abandonarse en brazos de su padre. También va a ser difícil para los suyos, difícil no poder acompañarle, no poder verle, no poder abrazarle... Qué decir… Afortunadamente, en medio de estas circunstancias difíciles, ni Carlos ni los suyos están solos. Desde aquí te pido que, si rezas, les tengas presentes en tu oración y si no, nunca es tarde para empezar a rezar…
Sólo quiero añadir una cosa… ¿sabes? Cada vez entiendo mejor porqué Carlos es como es, porqué es tan sencillo, tan alegre, tan claro, tan agradecido, tan extraordinario. En su caso, es cosa de familia: Carlos es un maestro en una familia de maestros, maestros de todos los tamaños.

viernes, 1 de octubre de 2010

Razón y realidad: ¿te atreves?


Hace mucho que no escribo. Reconozco que he estado un poco ausente, pero bueno, de momento vuelvo. Quiero hablaros de una cuestión que siempre me ha resultado muy atractiva. Es un tema de ayer, de hoy y de mañana: razón y fe, fe y razón… ¿Cómo se conjugan? ¿Son compatibles? ¿Cuál es la relación entre ambas? ¿Puede ser creyente una persona que use la razón? ¿y podría no ser creyente alguien que vaya hasta el fondo de cada cosa, que se sirva de la razón hasta el fondo? No he estudiado gran cosa sobre estos temas y leer he leído algo, pero me enfrento a estas preguntas como podría hacerlo cualquier otra persona…
He dicho que este tema siempre me ha resultado atractivo. Ese siempre es más largo de lo que inicialmente pensaba. Hubiese dicho siempre pensando en el tiempo que ha pasado desde marzo de 2004 (tiempo intenso), pero ahora recordaba las clases de religión de cuando tenía entre 11 y 15 años… Para mí la religión era “una asignatura más”, me la estudiaba a regañadientes (a diferencia de las otras, que solían gustarme) y con cierta curiosidad, y como una más aprobaba y también olvidaba… Algo me diría Dios por aquel entonces, pero no me enteré absolutamente de nada (o no de mucho). Eso sí, no en clase, pero alguna vez después de clase (sobre todo con 11 ó 12 años) me quedaba para “discutir” con la profesora lo que “no me había gustado”. Quizás ya para entonces estaba usando un poco la cabeza, porque si no hubiese salido de clase sin “discutir” con la profe. Usé algo de la razón para decir “no voy a confirmarme”, cuando muchos de mis compañeros hicieron la confirmación y realmente no sé si volvieron a la Iglesia después. A mí todo eso de la Biblia, de Dios, de Jesús… me parecía muy raro, no me lo creía… Especialmente no creía en la Confesión (¿es que no me puedo confesar directamente con Dios o qué?), ni en la Eucaristía (¿qué? ¿que el sacerdote dice unas palabras y de repente Jesús está en el pan y en el vino?)… y lo de confirmarme (hablo de mí, no de los demás) me parecía una especie de “comedia”, una incoherencia en mi vida. Confirmarse suponía “volver a decir que sí” y la verdad es que no estaba dispuesta a decir que sí a algo en lo que no creía (a pesar de haberme bautizado porque quise, con mi hermana, cuando teníamos 7 años). Lo que digo con esto es que en la educación secundaria no me quedé sólo con lo que me decían, quise decidir en concordancia con lo que pensaba y procuré ser coherente con la decisión… y esa decisión suponía no seguir a Dios.
Los años pasaron y creo que, salvo en momentos especialmente duros y sólo por un instante, no volví a pensar en ese Dios del que me habían contado Su historia… No pensé mucho, no pensé más que en las matemáticas, la física, los comentarios de texto, el dibujo técnico, etc. La cuestión de la razón y la fe estaba aparcada, hasta marzo de 2004. De este mes ya conté en la entrada de ¡Buen camino! Veo ahora lo que pasó y reconozco que en ese momento se recuperaron muchos interrogantes que, como he dicho, estaban aparcados, pero no habían desaparecido. Es un impacto fuerte encontrarte con algo que te da respuestas, no de forma “automática”, hay que usar la cabeza… Hoy una amiga me decía lo que dijo otro amigo: “hay dos cosas a las que un cristiano no puede renunciar nunca: la razón y la realidad”. Pues es verdad, no ya un cristiano, sino ninguna persona debería renunciar nunca a la razón y a la realidad
No sé si tú, que estás leyendo esto, eres cristiano o no, o creyente o no… Si no crees puede que lo que diga ahora te resulte rarísimo (posiblemente a mí hace pocos años también me hubiese resultado rarísimo)… Igual incluso siendo creyente te resulta rarísimo: mi fe es completamente racional. Eso sí, no es “exclusivamente” racional, sino que va bastante más allá de la razón… Yo te podría contar una teoría bien argumentada y podrías decirme que no, que no porque A o B o C… o “que no porque no” (que es una respuesta que se utiliza a veces). Vale, de acuerdo, pero (ya lo dije en alguna otra entrada, no sé en cual): ¿puedes negarme mi experiencia? Es decir, ¿quién puede decirme que no he vivido lo que he vivido? Y lo que he vivido (y lo que estoy viviendo), una historia real, con personas de carne y hueso me ha llevado (y me sigue llevando) hasta Dios… y me ha llevado hasta Él metiendo la cabeza hasta el fondo, usando de la razón, “discutiendo” a veces, no entendiendo, preguntando, repensando, negando, afirmando, saliendo, entrando… y sí: rezando. Y si ahora dijese “Dios no existe” tendría que negarlo todo, negar todo lo que ha pasado en los últimos 26 años (que son los que tengo) y, bueno, sería totalmente irracional negar que he vivido lo que he vivido... Y no sé si se entiende… Yo me imagino a mí leyendo esto hace, pongamos, 7 años, y la verdad es que no sé qué hubiese pensado… Quizás hubiese sacado mi batería de prejuicios y ya está. Ahora lo leo, esto o la experiencia de otra persona y me pregunto cómo, me pregunto por qué y me digo “vaya, esto es mucho más extraordinario de lo que yo pensaba: quiero saber más”.
Nunca sacaré una demostración matemática de la existencia de Dios. No puedo encerrar en las matemáticas a Dios, no lo puedo encerrar en la ciencia…, y todo lo que escriba se queda muy corto porque tampoco lo puedo encerrar en las palabras… Pero sí que diría que las matemáticas, la ciencia, las palabras,… y, cómo no, las montañas, el mar, los árboles, los animales… y tú, y cada persona, me hablan de Él… Yo no miro a mi hermana, o a un amigo y me digo: ¡qué bonito conjunto de partículas! Y sí, en parte es un puñadito de materia, pero ¿ya está? Pues qué cosa más triste… No, no está: ¿pero cómo va a ser eso? ¿Con lo que me cuesta organizarme a mí (que soy tan poca cosa) y van todas estas partículas, se organizan por azar y montan este espectáculo tan extraordinario? ¡Pensémoslo!
En fin, no sé si al final he escrito sobre lo que quería escribir, pero hasta aquí hemos llegado hoy… Creo que al menos hoy no he dicho “ni media teoría”. Las preguntas del primer párrafo sería mejor hacer el ejercicio de respondérnoslas personalmente. Tiene razón este amigo… Creo que con estos ingredientes, razón y realidad, podemos llegar a mucho: ¿te atreves? Yo voy a intentarlo.
¡Saludos!

jueves, 16 de septiembre de 2010

Que no se marchite como las hojas del otoño

Lo que dejo ahora no lo escribí para todos los que pasáis por el blog, que no sé si sois muchos o pocos, sino para las amigas con las que compartí este año el Camino de Santiago. Pero bueno, después del día de hoy he pensado que no está de más dejarlo en el blog y que lo lea quien quiera y quien no, pues no pasa nada. Esto es lo que “nos” escribí (con alguna pequeña modificación, para que se entienda fuera del contexto):

“Queridas compis del Camino,
Hoy estaba leyendo el inicio del capítulo del sacrificio del libro “¿Se puede vivir así?” (Luigi Giussani, Ediciones Encuentro) antes de la Misa y me evocaba algo reciente como es para nosotras el Camino de Santiago. Desde luego no sólo me recordaba a este viajecito (mejor peregrinación), más bien me lo representaba como imagen de la vida, de lo cotidiano. El caso es que me estaba planteando modificar la última entrada del blog o hacerle un anexo para añadir alguna cosa, pero al final he optado por hacer el anexo sólo para mis compis del Camino de este año, por no hacer el blog demasiado “pesado” (leedlo sólo si queréis, que igual es un poco “rollo”).
El anexo sería sobre el sacrificio, porque aunque algo puse algo de esto en el blog, creo que no es suficiente (y tampoco me gusta mucho cómo quedó la última entrada del blog). A mí con frecuencia me han tenido que recordar (o me he tenido que recordar yo misma) que Jesús no “sólo” murió en la Cruz, sino que después Resucitó (y esta es la clave). Yo me quedo muchas veces en la Cruz, pero no veo la Resurrección, de la misma manera que me quedo muchas veces en la divinidad pero no veo la humanidad (y otras al revés)… Afortunadamente, la Encarnación de Jesús y toda su vida han transformado nuestra vida y nos recuerdan que para los cristianos (y para todos los hombres) en nuestra vida no tiene sentido la Cruz sin la Resurrección, ni tampoco la divinidad sin la humanidad (Dios se hizo hombre)… Estas cosas son inseparables (al menos estoy llegando a esta conclusión, a la que probablemente llegasteis ya hace mucho).
¿Qué relación tiene esto con el Camino de Santiago? No, mejor: ¿qué relación tiene el Camino de Santiago con esto? Bueno, en parte esto que decía lo he aprendido (o “reaprendido” o reconocido) en el Camino de Santiago. La primera vez fue distinto (sorprendentemente, me faltó sacrificio), pero en esta ocasión (en la que he tenido la suerte de estar con vosotras) he reconocido otra vez que me estaba quedando en la cruz, en el “sacrificio”, sin ver que ese sacrificio tenía una razón distinta de mí misma. (Me da un poco de “risa” hablar de sacrificio en el Camino de Santiago, porque en la vida ordinaria hay sacrificios mucho mayores, pero lo tomo sobre todo como imagen.) No hace falta que diga lo que cuesta recorrer los últimos kilómetros de cada etapa y las veces que pensaba “se acabó”, porque vosotras vivisteis lo mismo o parecido, seguramente. Pero ahora lo recuerdo con alegría y gratitud (“sensaciones” que a veces me faltaron esos días) y aunque ya después de la primera Misa el sábado en la Catedral vi que el sacrificio valía la pena, me estoy dando más cuenta ahora que sigo haciendo el Camino pero en Valencia. El sacrificio valía y vale la pena porque tiene una razón “distinta”. Cuando andaba hacia Santiago iba contando los kilómetros que faltaban para llegar a la Catedral, pero desde luego que la Catedral no era la meta aunque yo lo estuviese viviendo así. La meta es mucho mayor (sería difícil contar los kilómetros que quedan hasta el Cielo…)… No sé cuál es la experiencia de cada uno en el Camino de Santiago, pero para mí hay una cosa clara y es que las flechas amarillas apuntan hacia “Arriba”… Ahora veo que en cada etapa buena parte de la belleza está en el sacrificio, sobre todo cuando ese sacrificio es Cruz (no cruz, sino Cruz). Y también (y creo que esto me cuesta más) que al final de cada etapa, (especialmente en la llegada a Santiago) hay una resurrección (aquí pondría múltiples comillas, quizás sería mejor decir que hay un renacer). Y esto que pasa “en pequeñito” en el Camino de Santiago (pero la verdad es que las cosas pequeñas son muy muy muy grandes), también pasa en la vida… Bla, bla, bla… Giussani lo dice mucho mejor:
“El sacrificio vale la pena cuando se hace por "algo distinto" que no se marchite como las hojas del otoño, que no se corrompa como un hombre al morir; algo diferente que desafíe el tiempo, algo que se vuelva más bello con el tiempo, que resista, y que, de este modo, te haga resistir también a ti.”
Y es extraordinariamente bello que cada uno de nuestros pasos en esta vida (que siempre implican alguna renuncia, algún sacrificio o la aceptación –y mucho más que aceptación- del sufrimiento…) repercuta en todos los cristianos (y en todos los hombres), no al modo de eso que llaman “efecto mariposa” sino de esta otra cosa que se llama “Comunión”.
Bueno, disculpad el rollo este, pero como “estoy haciendo” el Camino de Santiago con vosotras no he podido evitar contároslo.
Mil gracias.”

Hasta aquí… Yo, como tú, imagino, tampoco quiero sufrir, ni pasarlo mal porque sí, ni sacrificarme… No, no quiero. Pero sé que nada de lo que tengo y –mucho más importante- nada de lo que soy, lo tendría ni lo sería si en mi vida no hubiese habido sufrimiento, ni sacrificio, ni esfuerzo… Nada tendría valor ni sentido para mí si todo eso se me hubiese ahorrado.... y sin esas “piedras” en el camino mi corazón no hubiese gritado que deseaba ser colmado, colmado hasta el fondo. Ese deseo se satisface, yo también me sorprendí al principio, en Cristo. Y no dejo de sorprenderme.

martes, 7 de septiembre de 2010

La imagen más bella de la vida


Poco antes de comenzar el Camino de Santiago en la última semana de agosto, un amigo me escribió: “es la imagen más bella de la vida”. Ahora se cumplen ya 10 días desde que llegamos a Santiago, 8 desde que dejé atrás esta ciudad cuya Catedral es, como he visto nuevamente, mi casa… A la vuelta, hablando con una amiga del Camino, me dijo: “claro, es que tú naciste en Santiago…”. Bueno, en realidad no nací en Santiago, pero ante la pregunta que Nicodemo hizo a Jesús (Jn 3, 1-16) –“¿Acaso puede un hombre nacer de nuevo siendo viejo?”- la respuesta que le daría después de estos años es ciertamente que sí, y en este sentido nací en Santiago el 17 de marzo de 2004 (¡Buen Camino!) y no fue la última vez.
Este segundo Camino de Santiago ha sido distinto, más sereno, con otras motivaciones diversas a las que tenía la primera vez que lo hice, pero quizás se me ha cumplido más aquello que me decía mi amigo, que es la imagen más bella de la vida. La belleza del Camino ya la había palpado hace unos años, pero esta vez he sido más consciente de que incluso en los momentos más duros del recorrido, cuando cada paso te duele, permanece la belleza aunque andes tan centrado en dar un paso más que te cuesta apreciarla. Permanece la belleza en la naturaleza que te rodea, permanece en la compañía, permanece en cada gesto, en cada “casualidad”, en el descanso, en el silencio, en la soledad, en el dolor… Si estás abierto, si dejas que el Camino te toque, notas que tu corazón va dando saltos porque toda esa belleza le remite a algo más, a algo mucho más grande, a un deseo de infinito que no se colmará sin sacrificio… y tampoco sin amor.
La imagen más bella de la vida, porque la vida está llena de momentos de alegría y de momentos de sufrimiento y de pequeños grandes detalles, y pequeños grandes regalos… No niego que pese a haber recorrido sólo 111 km desde Sarria (imaginad los que vienen de lejos), a partir del tercer día pensaba con frecuencia: “no volveré a hacer el Camino, es la última vez”. Se acumulaban el dolor, el peso de la mochila, y, sobre todo, el cansancio debido a la falta de sueño… y a este “no lo volveré a hacer” que se me pasaba por la cabeza le faltaba la percepción de que cada paso valía la pena, porque conducía a una meta. No me es difícil encontrar paralelismos en cosas de la vida cotidiana, supongo que a vosotros tampoco.
El Camino es un recorrido personal, pero que para mí no hubiese tenido sentido ni en 2004 ni esta vez sin las que me han acompañado. En esta segunda vez hemos sido cuatro y a todas les agradezco los momentos que hemos compartido. Es cierto que en algunos momentos necesitaba silencio y “soledad”, pero en ningún momento ellas me han sobrado… Al contrario sí, es decir, he sentido que me faltaban, que hubiese querido haber dado cada paso con todas y entrar en Santiago con todas, cosa que no fue posible. (Siento haberos dejado a veces atrás y otras veces adelante). Sin embargo, citando a otra amiga “lo importante del Camino no es sólo llegar, sino cada etapa, cada paso” y, juntas o no, cada paso lo dimos –pienso- por todas... y por todos.
Mi “no lo volveré a hacer” se transformó en un deseo de volver a recorrer el Camino en la Catedral de Santiago, tras la Misa del Peregrino de las 12.00 el sábado de mi llegada. El Camino tiene algo que hoy sé que es la presencia de Dios y las huellas del Apóstol que a muchos, casi 2000 años después de su muerte, nos cambió la vida. “¿Por qué? ¿Por qué has hecho el Camino? ¿Por qué has venido hasta la Catedral de Santiago de Compostela?” Si alguna vez hiciste el Camino y no te lo preguntaste, quizás es el momento de responder… o, mejor, lo hayas hecho o no, quizás es el momento de recorrerlo con el deseo de que cada paso del Camino y cada paso de tu vida esté lleno de sentido. Nunca debemos dejar de buscar la felicidad…
Ahora el Camino sigue. No termina en Santiago, tampoco en Finisterre. Es mucho más largo, mucho más duro, mucho más bello… y la meta mucho más alta. Mi porqué es el deseo de andar la vida disfrutándola, asombrándome de todo, es el deseo de encontrar el lugar que haga que esto se cumpla del mejor modo, el deseo de dar… y de recibir, el deseo de saciar el corazón, el deseo de Cristo… (quién me lo iba a decir…).
Esta entrada está dedicada especialmente a mis compañeras del Camino. Mil gracias a las tres. ¡Y que la acción de gracias suba tan alto como el Botafumeiro!
Saludos y, nuevamente, disculpad la falta de concreción.

sábado, 7 de agosto de 2010

¡Buen Camino!

Llevo tiempo queriendo escribir sobre el Camino de Santiago, pero todavía no había podido y siempre se me adelantaba otro tema. Siento escribir sobre él ahora en agosto, que ya es el octavo mes de este año Jacobeo 2010, pero tal y como se dice, más vale tarde que nunca…

No sé qué decir del Camino de Santiago sin que las palabras se me queden cortas, aunque creo que siempre se me han quedado cortas en cualquiera de las entradas de este blog, por largas que os hayan parecido J. Es difícil poder expresar la experiencia de lo que te excede, de lo que te sobrepasa, de lo que te cautiva… Es difícil “capturar” todo eso en palabras, porque siempre queda la impresión de que lo que dices es “sólo” un reflejo de lo que has vivido… A veces pienso: “si realmente pudiera trasladar la experiencia del Camino y de todo lo que nació después…”. Me refiero no sólo a “trasladarla” a otras personas, sino también a otros momentos de mi propia vida en los que me parece que no soy consecuente con lo que he vivido... Pero no puedo, no puedo hacer una “transfusión” de la experiencia. Todo lo que puedo es describirlo con palabras limitadas y desear que las palabras no se queden en palabras, sino que nos muevan y nos lleven a comenzar y recomenzar en nuestro propio camino. Imagino que quien haya vivido algo similar, sentirá lo mismo.

Como ya he mencionado en alguna otra entrada, hice el Camino de Santiago en marzo de 2004. Sólo recorrí los últimos 111 kilómetros del Camino francés, que separan Sarria de Santiago de Compostela… y cuando inicié este recorrido no imaginaba en absoluto que únicamente era el comienzo de un Camino mucho más largo, con sus montañas y sus valles, sus momentos de soledad y otros muchos de gratísima compañía, sus risas y sus lágrimas, sus dificultades… No imaginaba que era sólo el comienzo de un Camino mucho más hermoso.

La oportunidad de hacer el Camino se me presentó por sorpresa. Estaba en 2º de Telecomunicaciones, se acercaban las fallas (fiesta valenciana) y mis planes eran estudiar, estudiar y estudiar. A la vuelta de las fiestas quería presentarme al examen de Matemáticas al que no me había presentado en enero. De pronto, una chica de mi curso (aunque de otra clase) me saludó, nos pusimos a hablar y me preguntó: “¿qué vas a hacer en Fallas?” Le conté mis planes y le pregunté a ella, que dijo: “yo voy a hacer el Camino de Santiago, y cuando vuelva estudiaré Matemáticas”. El Camino de Santiago. Algo había oído hablar de él, algo supongo que habría visto por la tele… y me parecía un recorrido excepcional para estar en contacto con la naturaleza. “¿Quieres venir?” No lo dudé, consulté a mi familia y ese mismo día me apunté. No me arrepiento de haber dicho “voy” con un grupo de personas hasta el momento desconocidas y del que ahora conservo buenas amigas.

Mi idea del viaje era, por tanto, algo así como ver algo nuevo, un paisaje bonito, admirar su belleza, disfrutar de la compañía, respirar silencio y serenidad… y regresar a estudiar. Me preocupaban los días que no dedicaría al estudio, pero pensaba que tras el viaje estudiaría con más ganas. El 12 de marzo salimos de Valencia para Madrid. Era el 12 de marzo de 2004, no era un día “cualquiera” porque el día anterior sucedió algo terrible, algo que me golpeó (nos golpeó a todos) y que me entristeció muchísimo. “Este viaje ya no va a ser lo mismo”, pensé y sentí. El hecho lo conoceréis: 11 de marzo de 2004, atentado con bomba en varios trenes de Madrid, 191 fallecidos, más de 1500 heridos… Era imposible que algo así no nos golpease a todos, era imposible no tener en la cabeza y en el corazón a esas personas, a sus familias, a sus amigos, su dolor… aunque no les conocía. Con esta carga comenzamos a andar el 13 de marzo tras llegar a Sarria. Éramos un grupo de 8 chicas (si no recuerdo mal). Todo bien. Había algo que me chocaba, aunque lo respetaba: algunas de ellas rezaban y todas, creo, iban a Misa al final de cada etapa. Qué curioso… Yo me quedaba entre tanto en el albergue o sentada en algún lugar mirando el paisaje, o viendo las estrellas. No sé qué le dije a la que estudiaba mi carrera, que me contestó: “sí, yo rezo. ¿Te molesta?” Recuerdo que respondí: “No, no me molesta. Yo no rezo, tú haz lo que quieras, no es nada malo”. Ahí comenzó a pasar algo. No sé en qué momento a lo largo de los cinco días que estuvimos caminando oí hablar de una cosa que llamaban “indulgencia plenaria”. ¿Qué será eso? Me enteré de que al hacer el Camino de Santiago se podría ganar la indulgencia esa y que para ello había que confesarse, comulgar y rezar por el Papa. “Lástima, no la ganaré”. Supe también que se podía ganar para uno mismo o para otra persona que hubiese fallecido... y que a la persona que se le aplicase, en caso de estar en el purgatorio, saldría e iría al Cielo. Me gustó saberlo, pero no pensaba ganarla (bueno, en realidad no pensaba confesarme, ni comulgar, ni nada de eso). Reconozco que cada noche, cuando por fin estaba en silencio, pensaba: “¿y si…?”. Especialmente cuando estaba sola, esperando que volviesen las demás de Misa. Recuerdo una de las noches que me tumbé en un banco mirando las estrellas y me asaltaron preguntas: “¿qué es todo esto? ¿De dónde ha salido todo esto? ¿De dónde ha salido este paisaje? ¿De dónde las flores? ¿De dónde estas personas?...”. Al llegar a Santiago el 17 de marzo, sin embargo, no tenía intención de confesarme. Claro que iría a Misa, vería el Botafumeiro, pero ni me confesaría ni comulgaría ni rezaría… Estábamos comiendo en un barecito de Santiago y me sentía un poco ¿triste? ¿Para qué había caminado hasta ahí? ¿”Sólo” para verlo? ¿”Sólo” para eso con todo lo que se me ofrecía…? Mi madre había fallecido hacía cinco años. Mi bisabuela ese 17 de marzo hacía justo un año que había fallecido. Casi 200 personas habían perdido la vida en los atentados de Madrid hacía sólo 6 días… Yo pensaba: “¿cómo voy a renunciar a ganar la indulgencia para alguna de estas personas?” Pensaba eso, aunque yo no era lo que se dice católica practicante: tenía 19 años y ni siquiera había querido hacer la Confirmación en su momento.

Lo que pasó en la Catedral, pues no sé bien. Al comienzo de la Misa mi amiga me preguntó: “¿te quieres confesar?” No sé si dudé, si poco o si mucho, pero dije que sí. Valió la pena después de 7, 8, 9… no sé cuántos años. Y en una capillita recé la penitencia que me dijo el sacerdote, delante de un Sagrario… No sé cómo miré entonces el Sagrario, pero lo recuerdo con cariño. Comulgué, después de no sé cuánto tiempo… Recé por el Papa, no sé cuándo pero recé. Y cuando comulgué me dirigí a Dios, como le hablaría a un amigo, para pedirle la indulgencia: “mira, ya sé que se aplica sólo a una persona, pero como eres Dios… Quiero que sea para mi madre y si puedes también para mi bisabuela… y también para las víctimas del 11-M”. No sé a quién se aplicó, si les hacía falta a estas personas o no… No lo sé, pero estoy segura de que Él hizo lo mejor para todos.

Desde ese momento no he dejado de creer en Él y desde luego que no tengo ni una sola razón para dejar de hacerlo. Al contrario, cada día tengo más razones para creer en Él. Tengo fe y tengo también la certeza absoluta no sólo de que existe, sino de que está a nuestro lado, de que nos Ama como un Padre. Esto es algo que se me ha dado, pero es algo por lo que lucho todos los días, porque soy perfectamente libre para dejarLe, para negarLe, aunque para hacer eso tendría que negar mi propia vida.

A finales de este mes volveré a dirigirme a Santiago desde Sarria. Seguro que Él tiene algo especial reservado para entonces, como lo tiene para cada día.

Nunca había escrito, creo, qué pasó en el Camino. Siento que las palabras se queden cortas, pese a que el texto sea (¡lo sé, lo sé!) demasiado largo para el blog…

Animaos a hacer el Camino de Santiago, contemplando toda su belleza y dejad que esa belleza os hable de Algo mucho mayor… Yo voy a intentarlo.

Me alegro infinitamente de haber comenzado esta aventura.

¡Saludos!

miércoles, 4 de agosto de 2010

Extendiendo su mano, lo sostuvo

Hoy es 3 de Agosto. En este día la Iglesia celebra, entre otros santos, a santa Lidia de Tiatira, comerciante vendedora de púrpura que se convirtió al cristianismo gracias a la predicación de San Pablo en Filipos (Macedonia). Fue la primera conversa en Europa.
Hoy es, por tanto, mi santo. Nunca lo he celebrado, pero lo descubrí hace algunos años curioseando el calendario. A veces ni me acuerdo y hoy casi que tampoco me acordaba. Sin embargo, el Jefe ;) (es decir, Dios) sí que se acordaba y ha tenido un “pequeño” detalle, o al menos para mí ha sido todo un detalle. Nada “extraordinario”, aunque en realidad contemplar la belleza está en grandísima medida en saber ver lo extraordinario de lo ordinario, de lo cotidiano...
El detalle de que hablo, entre muchos otros del día, ha sido el encontrarme en la Misa con un Evangelio que siempre recibo con tanta gratitud y alegría como puedo, porque me dice mucho… Es el primer texto del Evangelio que se me metió directamente en el corazón hace algunos años (no más de 5 ó 6), al menos por lo que yo recuerdo. Para los que no habéis tenido la oportunidad de escucharlo hoy, dejo aquí un pedacito (casi todo), pero mejor leerlo completo (Mateo 14, 22-36). Contexto: Jesús, tras un rato de oración solo, se dirige a la barca donde se encuentran los discípulos... y lo hace caminando sobre las aguas. Sopla un fuerte viento contrario.
«Cuando le vieron los discípulos caminando sobre el mar se turbaron y decían: “Es un fantasma”; y llenos de miedo empezaron a gritar. Pero al instante Jesús comenzó a decirles: “Tened confianza, soy yo, no temáis”. Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Él le dijo: “Ven”. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a andar sobre las aguas hacia Jesús. Pero al ver que el viento era tan fuerte se atemorizó y, al empezar a hundirse, gritó diciendo: “¡Señor sálvame!” Al punto Jesús, extendiendo su mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” Y cuando subieron a la barca cesó el viento.»
No sé si vosotros escucháis el Evangelio, si lo leéis, ni con qué frecuencia… Yo procuro escucharlo a diario, pero poco a poco estoy aprendiendo que no es un texto que se haya escrito para escucharlo –no sólo eso- sino que son palabras escritas para hacerlas vida. Esto, que así dicho a algunos os puede parecer “evidente”, a otros “absurdo” o yo qué sé qué… a mí me parece, no sé cómo decirlo… ¡novedoso! Sí, novedoso, porque me asombra que un texto escrito hace unos 2000 años sea tan actual y personal que, a veces “de golpe” y las más trabajándolo, te das cuenta de que te está hablando a ti, de tu vida, de tus circunstancias, de tus problemas, de tus alegrías, de tus miedos... Seguro que los que leéis el Evangelio habéis tenido esta experiencia más de una vez.
Creo que para que esto nos suceda, hemos de procurar “meternos” en el Evangelio, tomar parte de él como uno más de los que estaban en las escenas que narra… Esto a veces puede resultar sencillo, otras no tanto. En el Evangelio de hoy, por ejemplo, no me cuesta nada identificarme con Pedro, porque yo hubiese hecho lo mismo… Es más, he hecho lo mismo que hizo Pedro en muchas ocasiones. Para mí esto es muy personal, pero lo digo porque me parece que muchos de nosotros nos reconoceríamos en Pedro en este pasaje, en las pequeñas cosas de cada día y también en las decisiones esenciales de la vida.
Este Evangelio describe muy bien la situación. La barca estaba lejos de la orilla y el viento era contrario: tempestad, oscuridad, problemas, quizás sin soluciones “a la vista”... Los discípulos estaban solos: soledad, temor, desesperanza, angustia, incomprensión… Sucede entonces que se acerca Jesús ¡caminando sobre las aguas! Ah, no todo el mundo puede hacer eso… y Jesús que al ser Dios podía, tampoco era algo a lo que recurriese con frecuencia: Él no obraba milagros para procurarse nada para sí, sino que los hacía por y para los demás. Jesús, de un modo u otro, se acerca -está cerca- en medio de la dificultad. Sin embargo los discípulos no le reconocen, sienten miedo y empiezan a gritar: a veces, en los problemas, en las dificultades, en la contrariedad… nos cuesta reconocerLe, también entre los suyos. Pedro, que en medio del temor desea reconocerLe, Le pide una “prueba”: “si eres Tú…”. Y aquí comienza un diálogo de palabras y de acciones: Jesús llama y Pedro se lanza al agua, caminando hacia Él. Parece que va bien, pero la tempestad continúa, el viento contrario sopla con fuerza y Pedro –quizás tú… y yo sin quizás- comienza a hundirse. Quien camina hacia Jesús, sean cuales sean las circunstancias, sea cual sea la adversidad, lo tiene todo para ir hacia Él. El trato que Dios nos ofrece es este: “sígueme y no te pediré nada que no te haya dado antes… y te daré el ciento por uno”. Pedro, por tanto, podía caminar hacia Jesús, pero ¡Pedro era “sólo” un hombre! Y Pedro duda y comienza a hundirse, pero sabe qué le puede salvar: la mano que Dios tiende hacia él. Eso es lo que Pedro reclama y lo que Jesús le ofrece sin hacerle más que un pequeño reproche cargado de cariño. ¡Cuánto nos cuesta a veces reconocer la mano que Dios nos tiende en la contrariedad, independientemente de nuestras miserias! “Y cuando subieron a la barca cesó el viento”: ¡y cómo cambia todo cuando aceptamos la compañía gratuita de Cristo!
Perdonad que haya repetido en este último párrafo el Evangelio de hoy. Creo que lo mejor es que reconozcamos, si las hay, estas situaciones en nuestra vida y no tengamos ni miedo ni ninguna otra barrera para pedir lo que pidió Pedro: “¡Señor, sálvame!”. Sin duda, muy probablemente ya lo habréis comprobado, Jesús –que está presente- os tenderá su mano… Temo que esto suene “abstracto”, cuando no lo es: quizás tú eres esa mano tendida de Cristo en la vida de alguien, quizás alguien lo es para ti; quizás has experimentado el abrazo de Dios tras una confesión, tras una comunión, en la oración...; quizás no crees en nada de esto, pero no pienses que estás sólo, porque Él ha dado su vida por ti aunque no lo creas… y porque muchas personas darían –y dan- su vida por ayudarte…, si tú quieres. La vida con Cristo no carece de problemas, de sufrimiento, de dificultades… pero se vive en todas sus “dimensiones”, se vive con un sentido, se vive con la alegría de saberse acompañado de la Belleza: ¡estamos en la misma barca!
Es tarde. Ya me he metido en el 4 de agosto, así que…, a ver: felicidades a los Aristarcos, Eleuterios, Eufronios,… ¡entre otros ;)!
¡Saludos!

martes, 13 de julio de 2010

Y tú... ¿no deseas ser feliz?


Hola a todos. Disculpad que haya estado más de un mes sin aparecer por aquí… En el grupo de facebook voy dejando algunos enlaces, pero el blog lo he tenido un poquito abandonado. Se han juntado un montón de cosas, empezando por los exámenes y acabando por alguna más.

Como imagino que sabréis, el pasado 5 de julio entró en vigor en España la nueva ley del aborto, una ley más permisiva que la que teníamos hasta el momento… En esos días, anduve metida en una “discusión” en facebook sobre el tema del aborto, un dialogo breve pero enriquecedor en el que todos compartimos lo que pensamos sin ofender a nadie. Si no recuerdo mal, tan sólo intervenimos cuatro o cinco personas y sólo una de ellas sostuvo una postura “a favor” del aborto. Escribo “a favor” entre comillas porque esta persona reconoció que no era una solución y menos aún una solución “grata”… Mi posición es contraria al aborto, pero no quiero poner el NO por delante: lo que pongo por delante es el SÍ, el SÍ A LA VIDA. Este “sí a la vida” suena a eslogan, lo sé, pero para mí (y para muchos) no es un eslogan sino una convicción, una vivencia personal, algo que afirmo con toda mi cabeza y con todo mi corazón.


En la conversación de la que os hablaba se plantearon interrogantes a los que no soy ajena. Cuando digo que defiendo la vida, no soy ajena al dolor de muchos; cuando digo que defiendo la vida, no soy ajena a las familias que no pueden siquiera dar de comer a sus hijos, no soy ajena a los niños que están enfermos, ni a los que son maltratados, abandonados, explotados, despreciados… Tampoco soy ajena a la “posición” de quienes se plantean abortar, a su desesperación, a su soledad, a sus circunstancias, a su pobreza, a su sufrimiento, a su desconocimiento… y, por qué no decirlo, también muchas veces a su egoísmo… No hace falta que me relaten estas dificultades puesto que las he visto o las veo cerca y “lejos”. No quería copiar directamente parte de la conversación de facebook, pero reconozco que estoy un poco cansada y dudo que ahora pueda escribir nada que valga la pena, así que disculpad este “copy-paste”:


“Probablemente, si mis padres hubiesen tenido en cuenta todas las dificultades económicas que les rodeaban, no estaría aquí escribiendo esto...Probablemente, si los padres biológicos de un niño adoptado por unos amigos hubiesen decidido abortar, ahora él no estaría disfrutando de su familia, de sus hermanos, de los amigos... y enseñándonos a todos a sonreír...
En la vida, no es ningún descubrimiento, se puede sufrir y de hecho todos sufrimos... pero también se puede amar y se puede descubrir el amor por mucho que se haya sufrido o se sufra... A nadie le negaría la oportunidad de convertir su vida, por muy dura que sea, por mucho que se sufra, en un lugar de belleza... La solución no es el aborto, si no ofrecer alternativas que puedan hacer más sencillo el camino a los que no tienen nada que llevarse a la boca, a los que son abandonados, a los que no tienen recursos para alimentar a sus hijos...
No tengo la nevera repleta de cosas maravillosas ni zapatillas de 100€... y tuve mucho menos cuando era pequeña. Sin embargo, he aprendido mucho de todo esto y he descubierto que la vida vale la pena vivirla, que las personas cuentan y valen por lo que son y no por lo que tienen... y que entre todos, en lugar de "facilitar" la vida de unos haciendo que otros no nazcan, debemos trabajar para que el camino de TODOS sea más pleno, más bello...”.


No pretendo convencer a nadie de nada, sólo deseo que veamos la grandeza de cada vida, su dignidad, su belleza… No voy a darle más vueltas ahora porque es un poco tarde. No sé a vosotros, pero a mí jamás se me ocurriría destrozar una obra de arte, pongamos un cuadro, una pieza de música, una construcción arquitectónica, un libro… No destruiría la obra de un artista aun cuando no hubiese más que una pincelada sobre el lienzo, una nota sobre el pentagrama, un boceto, una palabra… ¿Acaso no es mucho más valiosa la vida de una persona? ¿No es algo digno de respeto desde su inicio? ¿Podemos negarle a alguien el derecho a reír, a llorar, a soñar, a sufrir, a equivocarse, a rectificar, a pedir perdón…? ¿Podemos negarle el derecho y la oportunidad de caminar en busca de la felicidad? Y tú… ¿no deseas ser feliz?

Disculpad la sencillez y la “brevedad” (sé que la “brevedad” la agradeceréis) de esta entrada, pero es todo lo que puedo hacer ahora… Lo dejo todo abierto a la reflexión y al debate.
Saludos.


“Né l’angoscia, né il dolore, la paura e la spada…
Mai il tuo sguardo fuggirò, la tua casa lascerò”

jueves, 3 de junio de 2010

¿Qué hacéis mirando... al suelo?

‘¿Qué hacéis mirando… al suelo?’ Puede que esta cuestión os evoque otra que recoge el Nuevo Testamento en el Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 1,11). Si alguno no sabe a qué me refiero, la pregunta original es: ‘¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?’ Pero no voy a escribir sobre las palabras que escucharon los Apóstoles…
Quería escribir sobre otros temas, pero hace unos días (el lunes pasado) sucedió algo que me hizo plantearme esta pregunta, no tal como la formulo hoy aquí sino en primera persona, esto es: ‘¿qué haces mirando… al suelo?’. Por motivos que no vienen al caso, el pasado lunes recorrí el trayecto que hago habitualmente al salir de la Universidad con la cabeza agachada, con la mirada fija en el suelo, no sé… Ya escribí sobre esto en otra entrada a la que os remito si no la habéis leído y queréis hacerlo: Belleza en tus pasos. En aquella entrada decía: “me había “olvidado” de contemplar la belleza que nos rodeaba y concentraba todos mis esfuerzos, mirando al suelo, en seguir dando pasos para llegar a la cima… y me perdía lo mejor de la subida, me perdía la belleza del camino”. Pues así, más o menos, andaba yo el lunes, sin ver, sin oír… y reconozco que para nada pensaba en ningún camino ni en llegar a ninguna cima…
¿Qué sucedió entonces? Había recorrido más o menos la mitad del trayecto cuando, esperando para cruzar un semáforo, vi algo que me hizo levantar un poco la mirada… Al otro lado de la calle, sentado en el suelo con la espalda contra la pared, sucio, con dos perros acostados uno a cada lado, había un chico (diría que no tendría aún los 30 años)… “No es tan extraño”, diréis… No: por desgracia la pobreza con todos sus matices y en todas sus formas es una realidad que está muy presente entre nosotros; por desgracia no es extraño ver a personas abandonadas, abandonadas de los demás, abandonadas de sí mismas, pidiendo en las calles; por desgracia no es extraño que algunas de estas personas pasen prácticamente desapercibidas, rodeadas de soledad, en sus casas o donde puedan… El joven tenía los brazos cruzados sobre sus rodillas, la cabeza agachada y apoyada sobre sus brazos –no se podía ver qué decían sus ojos- y en su mano derecha sostenía una flauta dulce… Tenía en sus manos, digo, un instrumento musical, un instrumento sencillo pero con el que se pueden tocar ciertas melodías, un instrumento que puede hacer eco de la belleza… Pero él miraba al suelo, se veía que no podía levantar la cabeza, que estaba solo y hundido… Posiblemente, de haber visto “sólo” eso, yo hubiese pasado de largo como tantas otras veces, hubiese pasado a su lado rezando por él (reconozco que esto lo hago), hubiese pasado con dolor… pero al minuto me hubiese “olvidado” y hubiese clavado nuevamente mi mirada en el suelo… Pero no vi “sólo” eso… Frente al joven había dos chicos de no más de 20 años, dos chicos bien vestidos, estudiantes quizás… No sé qué tipo de “desenlace” esperáis que tenga esta historia tal y como os la estoy relatando. Os adelanto que, afortunadamente, todavía existen personas –y esperemos que cada vez más- que se interesan por los demás y que lo hacen de una forma desinteresada, gratuita. Los dos jóvenes estaban hablando con el muchacho de la flauta, estaban intentando que levantase la mirada, se acercaron a él, le pusieron las manos sobre sus hombros, acariciaron a los perros que le acompañaban… Esta escena la vi desde el otro lado del semáforo, así que no puedo deciros –porque no las oí ni sé si me incumbía oírlas- qué palabras le dirigían, pero viéndoles no dudo que eran palabras de ánimo, de esperanza, no dudo que pretendían ofrecerle –al menos intentarlo- una vida más plena o el comienzo de la misma…
El semáforo se puso en verde para los peatones y crucé la calle… Pasé a su lado, pasé al lado de los tres jóvenes y no intervine más que rezando por ellos… Dos jóvenes que tratan de levantar a un tercero necesitan, pensé y pienso, una fuerza que no nace de ellos… Todo lo que os cuento no duró más de un minuto, quizás incluso menos de un minuto, no lo sé… pero fue el tiempo suficiente para que me planteara la cuestión con la que he comenzado: ‘¿Qué haces mirando… al suelo?’. Sí: qué hacemos, qué hacemos a veces que no apreciamos lo que nos rodea, que no dejamos que nos hablen las cosas que pasan a nuestro alrededor… o que nos negamos a ver que detrás de todo –de todo, de todo, de todo…- hay algo más… Qué hacemos que nos sumergimos en nuestras preocupaciones y no levantamos la mirada, que pensamos –con razón- que nada podemos, pero no pensamos que Él sí puede… Qué hacemos que no ofrecemos a los demás lo que Él nos ha dado sin merecerlo, que no ofrecemos su abrazo… Qué hacemos que nos centramos tanto en nosotros mismos que olvidamos que estamos aquí para ser felices, sí, pero que jamás lo lograremos si no luchamos para que los que nos rodean sean también felices… ¿Cómo? Cuestión de cada uno trabajarlo, pero para los que queráis considerarlo os dejo unas palabras que dirigió Benedicto XVI a las personas del mundo de la cultura y el arte el pasado 12 de Mayo en Lisboa: «Haced cosas bellas, pero sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza». Sí, quizás si cambiamos y convertimos nuestras vidas en un lugares de belleza, podremos transmitir la Belleza al mundo que nos rodea… y quizás así el mundo –este mundo que está en nuestras manos porque nos ha sido dado- sea para todos (empecemos por los que tenemos más cerca) un buen sitio para buscar la felicidad, la Verdad, el Amor, una vida llena de sentido…
No sé si los dos jóvenes lograron levantar al tercero, no sé si el chico de la flauta se puso en pie y se puso en camino, no sé si lograremos cambiar cada uno (no sin ayuda) para cambiar el mundo, pero sé que debemos intentarlo por nosotros y por todos… y sé que el chico de la flauta no es el único que sufre la pobreza: pobreza económica, sí, pero sobre todo pobreza, dolor, tristeza, soledad, desesperanza… en su corazón. No sé a vosotros, pero a mí me duele que estas situaciones sean tan frecuentes –quizás más de lo que pensamos- y que hagamos tan poco para transformarlas… Perdonad la generalización: en ese ‘hacer tan poco’ me incluyo sin duda y deseo que los que leéis esto podáis decir que vosotros sí que lucháis de verdad por cambiar para cambiar este mundo nuestro…
Termino con unos versos de José María Pemán:

Guarda amigo para ti
lo que quieras sin medida,
que cuando salga de aquí
para ganar la otra vida
sólo tendré lo que di.

¡Ah! Se me olvidaba… Al girar la esquina cerca de donde se encontraban estos tres jóvenes, poco más adentrado en la calle, sobre la acera había dos sillas una al lado de la otra… La una estaba vacía y en la otra había un sacerdote (sé que era un sacerdote porque iba vestido de negro y llevaba alzacuellos)… Tres jóvenes, dos tratando de ayudar al tercero. Un sacerdote junto a una silla vacía. Menos de 1 minuto de camino entre una escena y la otra, separadas solamente por la esquina de un edificio… No sé si estas escenas estaban o no relacionadas entre sí, pero sin duda para mí lo estuvieron… y al pasar junto al sacerdote volvió la pregunta: ‘¿Qué haces mirando al suelo?’ 'Nada, simplemente estaba obviando la belleza del camino…'
Saludos :)

jueves, 20 de mayo de 2010

En el siglo XXI, CREO


Cuando comencé con el blog, hablando un día con una amiga me comentó: “me gusta más que escribas sobre la vida y no tanto sobre la religión, sobre la Iglesia”. Tomé estas palabras con mucha consideración, pero hoy no puedo “evitar” (mejor dicho, no quiero evitar) escribir con un poquito más de claridad –sólo un poquito- sobre mi religión, sobre mi fe. Y la razón, teniendo en cuenta lo que me dijo mi amiga, no es otra que “para mí, la vida es Cristo”. Esto lo dijo San Pablo hace unos 2000 años… y hoy me atrevo a repetirlo. No sé a vosotros, pero a mí me asombra que hoy, tantos y tantos años después, con tanta historia y tantas historias de por medio, seamos muchos los que pensamos esto. Yo me he atrevido a escribirlo y probablemente mañana me “arrepentiré” de haberlo puesto tan claro en el blog… Y el atreverme aquí tiene para mí un doble sentido: el menos importante es atreverme a manifestarlo públicamente en la red, donde todos los que queráis podéis leerlo; el más importante es atreverme a poner en mi boca (o en mis dedos, porque estoy tecleando) estas palabras de un santo, a sabiendas de que yo estoy muy lejos de afirmar con mi vida lo que dicen.
Hay más de un "detonante" para esta entrada, pero sólo os quiero confesar uno… Hace unos días estaba en clase y la profesora –excelente profesional- hablando con gracia de la relevancia de grandes científicos, mencionó a Newton y nos dijo (no es textual): “Newton era creyente, porque en ese momento no se conocían muchas cosas. Y puso la referencia en Dios. Otros, como él les había resuelto tantos problemas, dijeron: bueno, eso se lo podemos perdonar”. Bien, este es el punto de partida... Hoy también hay grandes científicos creyentes; hay estudiantes, investigadores y profesores universitarios creyentes; médicos, abogados, economistas, maestros, historiadores, ingenieros y arquitectos creyentes; barrenderos, panaderos, fotógrafos, taxistas y peluqueros creyentes... y eso que "se conocen" más cosas que en la época de Newton...
He dicho que iba a hablar más claramente de mi fe. No sé lo que saldrá, pero voy a intentarlo. “Un hombre culto, un europeo de nuestros días, ¿puede creer, realmente creer, en la divinidad del Hijo de Dios, Jesucristo?“ Son palabras que escribió Dostoievski en su obra “Los hermanos Karamazov". Yo no me considero una persona culta. He estudiado una ingeniería y ahora soy estudiante de doctorado, cosas que no necesariamente están relacionadas con un buen nivel cultural. No soy Newton ni nada que se le parezca y no le he resuelto a nadie ningún problema, así que nadie “me tiene que perdonar” lo de ser creyente… Sí que soy una europea de nuestros días (no hago distinción alguna entre europeos y no europeos, pero es por seguir a Dostoievski). En suma: soy ciudadana del siglo XXI y sí: creo en Dios… Creo en Dios “a pesar” de mis estudios de ingeniería, “a pesar” de tener la oportunidad de profundizar científicamente en muchas cuestiones… y mejor, voy a sustituir el “a pesar” por un “precisamente por”: creo en Dios “precisamente por” mis estudios de ingeniería, “precisamente por” tener la oportunidad de profundizar científicamente en muchas cuestiones… Precisamente por todo ello, porque es ahí donde me he encontrado con Él, a través del “asombro” ante la realidad, a través de tantas personas (algunas las conozco desde hace más, a otras desde hace menos) a las que desde aquí agradezco todo lo que han hecho y todo lo que hacen por mí, todo lo que han hecho y todo lo que hacen por nosotros (posiblemente estoy hablando de ti). Y estas personas son, como tú y como yo, ciudadanos de nuestro tiempo... y ciudadanos cristianos.
Tengo la sensación de que nuevamente os escribo un poco “en abstracto”. Siempre me pasa… Lo cierto es que no quiero contar demasiado mi experiencia en un "escenario" como este. Puede que algunos de los que leéis esto me conozcáis algo, otros poco y otros nada. Voy a ver qué os digo. Ciertamente, Dios siempre ha estado a mi lado (igual que está a tu lado, lo creas o no)… Sin embargo, yo no le tuve en cuenta y no me di cuenta de esto hasta que nos encontramos… Ya habíamos coincidido alguna vez, pero nada, todo había quedado en un “hola y adiós” o ni siquiera en eso. El primer encuentro, el primer encuentro de verdad, se produjo hace 6 años –marzo de 2004- al atravesar las puertas de la Catedral de Santiago de Compostela tras haber andado poco más de 100 km hasta ahí, sin intención alguna de encontrarLe, con la única intención de "contemplar" la belleza del paisaje. Al final resultó que la Belleza se hizo “visible” en la belleza… Todavía no he encontrado la fórmula matemática que resuelva este “misterio”, el "misterio" del Encuentro, cierto que tampoco la he buscado, cierto que no me hace ninguna falta. Allí comenzó, allí Él sembró una semilla en la que yo no tenía especial interés… Si tomas una tierra no demasiado buena y siembras una semilla, lo normal es que tengas que trabajarla para que crezca la planta… La semilla es la fe y la puso Dios... y luego, con ayuda y a veces en la adversidad, la he ido cultivando. Conociéndome, mirando atrás, mirando toda mi vida, todo lo de antes a ese marzo de 2004, todo lo de después hasta este instante, yo soy la primera que se “sorprende” hoy al decir: “Sí, creo”. Este sí lo digo conscientemente, con completa libertad, con muchísima alegría; este sí no lo digo “a la ligera”, sé lo que me ha costado, sé lo que Le he costado, pero sobre todo sé que Dios me Ama y que te Ama a ti, seas o no consciente de ello. En muchas ocasiones me puedo decir: “¿y esto? Esto no puede ser… ¿Dónde está Él?”. No quiero concretar, pero os puedo asegurar que está… Si levantas la mirada del suelo y Le miras a Él, te encuentras con que Él ya llevaba largo tiempo mirándote, Él siempre te ha mirado, te estaba esperando…
No sé qué experiencia tienes tú, que estás leyendo esto. Quizás te suena un poco a ciencia-ficción o a saber qué, o quizás tienes una experiencia similar, o ya estás pensando en dejar de leer…Como ejemplo: fijaos en una familia, una madre y un padre que aman a sus hijos, que se desviven por ellos (sé que no todas las familias son “ideales”, pero tampoco nosotros somos “ideales”…). El deseo de estos padres es la felicidad de sus hijos, ¿qué si no? Sin embargo, no son los “dueños” de sus hijos, no son los dueños de su "destino": ellos educan, educan con el amor, educan con el ejemplo, con las palabras, con los consejos… Pero ciertamente esto no les garantiza que sus hijos vayan a emprender el camino “correcto”, un buen camino en sus vidas… Alguno de sus hijos puede errar el camino, puede caer en miles de trampas que te pone la vida (hechas tantas veces por los propios hombres…). Bien: pues ahí, en medio del dolor, están sus padres, amándole, aconsejándole, pero no coaccionándole, no imponiéndole… deseosos de que vuelva. Esto que pasa en muchas casas, en todo el mundo, cada día… es lo que recoge la “Parábola del hijo pródigo” (Lucas 15, 1-3.11-32). En la imagen podéis ver el regreso del hijo pródigo según lo pintó Rembrandt. Así es Dios: Él es mi Padre, Él es tu Padre, Dios te Ama y, por supuesto, quiere que estés a Su lado, porque es lo mejor para ti, pero no te lo impondrá... Él te esperará y te acogerá con inmensa Alegría si regresas, pero no te exigirá que vuelvas...
No sabría cómo deciros esto de otra manera sin contar demasiado de mí, pero tengo la sensación de que lo dejo “a medias”… Estas palabras las habéis podido escuchar (o no, no los sé) muchas veces, pero cuando las palabras no se hacen vida, cuando no nos cambian, cuando no nos mueven… ¿de qué nos sirven? Yo, sinceramente, ahora no tendría fe si no la cultivase cada día, si no me dejase mirar por Dios, si no Le mirase, si no hubiese buscado o no quisiese la compañía que Él ha puesto a mi lado en cada momento, si no me dejase "interpelar" continuamente por lo que pasa a mi alrededor... Sé que si dependiese de mí -si sólo dependiese de mí- ahora andaría por no se sabe dónde… Pero aunque reconozco que una parte depende de mí –de mi correspondencia- Él me lo ha dado todo para seguirLe. ¿Me explico? Él nos ha Amado primero, Él nos ha Mirado primero, Él se ha Entregado primero… Él puede dármelo todo –puede dártelo todo-, mientras que yo no puedo darle nada más que lo poco que tengo.
Quisiera poder contároslo de otra manera, pero las palabras se me quedan cortas… Quisiera poder contaros el porqué digo lo que digo. Os aseguro que detrás de lo que escribo –si me conocéis un poco, más o menos lo sabréis- no hay sólo “razonamientos abstractos”… Mentiría si dijese que no soy persona de “razonamientos” ni de “abstracciones”, pero lo que hay, lo que hay sobre todo, son vivencias, son las cosas que han pasado y pasan en mi vida, igual que han pasado y pasan en tu vida. Son experiencias en las que con o sin esfuerzo, con un trabajo mayor o menor, he visto el abrazo de Dios... Y este abrazo es el que veo hoy en muchas de las personas que me rodean.
Creo en Dios… Él me ha levantado muchas veces. Sé que existe, sé que está conmigo, sé que quiere estar con todos… y lo quiere no porque nos necesite, sino porque Le necesitamos. Le necesitamos: tengo 25 años, de los cuales casi 20 los he pasado “pasando” de Él… y veo la diferencia... y veo la necesidad…
Esta entrada no ha quedado como quisiera... Si no supiese de qué estoy hablando podrían parecerme “sólo” palabras… “Temo” que a vosotros os parezcan también eso: “sólo” palabras… Las palabras se pueden negar, las palabras se pueden discutir… Incluso se podría hablar de “circunstancias”, de lo que queráis… Pero lo que nadie me puede negar, lo que nadie me puede discutir, es la experiencia de toda mi vida, la experiencia de los últimos años, mi relación con Él, la asombrosa compañía de los suyos. Nadie me puede negar decirLe GRACIAS.
Si alguno se queda pensando “¿pero de qué estás hablando? ¿Qué estás diciendo?”, que lo diga, por favor. Están los comentarios en el blog y también la dirección de email que he puesto por ahí.
Saludos a todos, si es que alguien lo lee y, como siempre, ¡perdón por la extensión! :)

domingo, 2 de mayo de 2010

Belleza en tus pasos

E’ bella la strada per chi cammina,
è bella la strada per chi va,
è bella la estrada che porta a casa
e dove ti aspettano già.


Estas palabras me las regaló no hace mucho una amiga. Supongo que vosotros, que tenéis más cultura que yo, las entendéis… Pero por si acaso voy a daros la traducción para que nadie se quede sin saber qué dicen estos versos y para ahorraros la tarea de buscarla. Dice así:
¡Qué hermoso es el camino para quien lo recorre, qué hermoso es para quien avanza! ¡Qué hermoso es el camino que lleva a casa, donde ya te esperan!
Esta entrada es un regalito para una muy buena amiga que planteó la cuestión de si resulta fácil ver la belleza en nuestro propio camino. A medida que pienso sobre el tema se me vienen a la cabeza más “ideas” y también más dificultades para explicar lo que quisiera deciros. Por ejemplo, una de las primeras preguntas que me planteo es: ¿qué es la belleza? Supongo que ninguno de los que leéis esto definiría belleza de la misma manera, aunque detrás de cada definición, en “el fondo” de cada definición, tendríamos la misma fuente. Yo voy a intentar expresar qué entiendo por belleza, pero ya os digo que muy probablemente lo que entiendo hoy por belleza no será lo mismo que entienda mañana… y esto no sucederá porque la Belleza (permitidme una mayúscula) cambie, sino porque yo –eso espero- cambiaré…

¿Qué es la belleza?
Quizás la primera cuestión que debemos resolver antes de enfrentarnos a esta pregunta es: ¿qué es para mí la belleza? No quiero recurrir a ninguna fuente para responder a esta pregunta, sino que intentaré hacerlo de un modo personal con el riesgo que a veces ello conlleva. En una primera aproximación, yo diría que la belleza es la cualidad que poseen las cosas que me atraen. Sin embargo, esta definición de belleza implica una “completa” subjetividad (completa entre comillas porque la Belleza que nos atrae a todos es la misma…). La subjetividad entra cuando esa Belleza la buscamos en las cosas que tenemos más a nuestro alcance, en las cosas que participan de la Belleza o a veces, cuando nos equivocamos, en cosas que nos parecen atractivas pero que no son realmente bellas… Creo que me estoy “abstrayendo” así que voy a intentar bajar un poquito a la tierra…
Bien, ya estoy pisando el suelo, aunque quizás alguno después de leer lo que viene a continuación seguirá creyendo que todavía estoy en la luna…
No sé a vosotros, pero a mí me encanta escuchar música clásica, me apasionan los buenos libros, me fascinan las obras de arte (y todo esto a pesar de que no sé nada sobre estas cosas)… Está claro que estás cosas que enriquecen nuestra vida no se han hecho solas: ¿quién las ha creado? Detrás de toda pieza, de toda obra ingeniosa, maravillosa… ¡hay un artista! Tal cuadro no se pintó solo, ni tal canción se escribió ni se cantó sola, ni no hubo arquitecto alguno detrás de una construcción maravillosa… ¿Cómo pensar, pues, que la mayor obra de arte, que es el Universo, que es la Tierra, que es la vida, que eres tú se crearon solos…? Para mi es evidente que no, que hay “algo” detrás de todo esto, pero no era evidente hace un tiempo… Para mí es evidente ahora que existe una fuente de toda esta belleza… Para considerarlo podría servirnos pararnos por un momento a contemplar tantos y tan hermosos paisajes, a escuchar el sonido del silencio o piezas musicales extraordinarias creadas por esos artistas creados… ¿Qué pensáis?
A mí la Belleza empezó a cautivarme hace 6 años, antes quizás “sólo” me cautivaba la belleza… Para mí todo empezó recorriendo el camino, en este caso el Camino de Santiago… Imagino que muchos de vosotros ya lo habréis hecho y a los que no os animo a hacerlo, os animo a no perder esta OPORTUNIDAD y os recuerdo que este año 2010 es año Jacobeo. Ahora no sé expresarlo bien, pero en el camino pude ver lo que le da nombre a este blog: “la belleza del camino”. Y me supo “a poco”. ¿Os digo por qué? Porque me faltaba una mayúscula: ¡”sólo” por eso! Eso sí, la mayúscula se la puse –o más bien se puso- al llegar a la Catedral de Santiago…
No sé si os habéis perdido con lo que digo o si lo habéis vivido, no sé si me he explicado o si no se ha entendido nada… Igual yo lo entiendo porque forma parte de mí, pero quisiera hacéroslo llegar de alguna manera… Quisiera hacéroslo llegar sobre todo por si a alguien le ayuda, aunque sea sólo a uno y aunque sea sólo un poco…
Creo que no he aclarado qué es la belleza, pero lo importante no es que en esta entrada lo aclare o no, sino que nos despertemos los que no estamos despiertos y abramos los ojos para ver que realmente la belleza –la Belleza- nos acompaña… Y esta es tarea de cada uno.

¿Es fácil ver la belleza en mi camino?
Después de esta “introducción”, que yo hubiese querido “breve” pero que ya sabéis –los que habéis leído alguna otra entrada- que la brevedad en estos casos me cuesta encontrarla, voy a intentar responder a mi queridísima amiga (ya siento llamarte queridísima, cabecita loca ;) ) que preguntó: "¿crees que es fácil que cada persona vea la belleza de su camino?" Yo diría, resumiendo, que se puede ver, pero en cuanto a la “facilidad” tengo más reservas. Creo que esta “facilidad” no surge de un día para otro, sino que requiere un tiempo -menor o mayor y puede que abarque toda la vida- de trabajo. Si alguien puede decirnos que sí que es fácil y porqué ruego que lo haga…
Voy a intentar hacer un paralelismo. Cuando yo era joven (esto es, cuando tenía 20 ó 21 años...) acostumbraba a subir una montaña (más bien montañita, pero dejémoslo en montaña) cada mes. Cuando llegaba al pie de la montaña y observaba el paisaje de alrededor me decía: “¡qué ilusión! ¡qué bien! ¡qué gran día que vamos a pasar!” Luego levantaba la cabeza y miraba la cima… ¿Qué pensáis que decía? Bueno, pues no decía “Mejor me quedo aquí abajo y que me recojan luego”, sino que quería empezar, ¡empezar a subir! Y empezábamos. Un paso, otro paso, mirada a un lado, mirada al otro, unas palabras a algún acompañante, una flor preciosa, el silencio y sus palabras… Todo estupendo, pero cuando ya había avanzado unos metros –a veces más, a veces menos- y empezaba a estar cansada y a tener sed y se me había acabado el agua y comenzaban a oírse los “suspiros” de algunos y los míos, de repente esta idea surgía en mi cabeza: “Esta es la última vez, la última de verdad, que subo una montaña”. Y así, con la idea de “es la última vez”, continuaba subiendo, un paso y otro paso… pero ya no estaban las miradas a uno y a otro lado, ni las flores, ni las palabras… ¿Me explico? En esta subida, tras un tiempo, me había “olvidado” de contemplar la belleza que nos rodeaba y concentraba todos mis esfuerzos, mirando al suelo, en seguir dando pasos para llegar a la cima… y me perdía lo mejor de la subida, me perdía la belleza del camino. Afortunadamente la cima llegaba y desde arriba todo se veía distinto: “había valido la pena todo, con tal de estar allí”. Quedaba bajar, pero esa es otra cuestión. Y esto se repetía siempre, cada mes, y me olvidaba de lo difícil que había sido la vez anterior para poder volver a subir y contemplar el paisaje, la belleza, desde arriba.
Creo que esta explicación de la montaña me es muy útil ahora para responder a mi amiga. Es muy útil porque en la vida puede pasarnos algo parecido, en nuestro propio camino, en nuestros pasos, puede pasarnos algo parecido… Puede pasarnos en las cosas “pequeñas” que emprendemos y puede pasarnos en “general”. Se pasa la ilusión, se pasan las ganas, se pasan los deseos… ¿Y entonces qué? ¿Nos sentamos en una piedra a esperar a que vengan a recogernos o a que pase la vida? ¿Nos sentamos y agachamos la cabeza? No es la solución y eso lo sabemos, pero no siempre vivimos este “saber”. No existe una varita mágica para hacernos levantar la mirada, no existe si no queremos… Pero a nuestro alrededor y pese a nosotros mismos, sigue la música, sigue el arte, siguen las flores, siguen las montañas, sigue la belleza… ¡la Belleza! No siempre es fácil verla, amiga, creo que llevas razón… y si estamos equivocadas que alguien nos lo diga, por favor. No es fácil porque hemos agachado la cabeza, cerrado los ojos, nos hemos tapado los oídos... y estamos tan “desesperados”, tan “asustados”, tan “desanimados”… que aunque queramos, o aunque queramos querer, no podemos… No podemos nosotros, pero sí Ella, la Belleza sí que puede… sí que puede llegarnos. Lo que tenemos que aprender es a mirarLa cuando creemos que no vemos, a escucharLa cuando creemos que no escuchamos, a tocarLa cuando creemos que no tocamos, a sentirLa cuando creemos que no sentimos… y a pedir y a mendigar y a saber decir a quien puede ayudarnos: “oye, ¿puedes mostrarme la Belleza, puedes ayudarme a verLa?”. Y esto, tienes razón, no es fácil: esto es un trabajo, es un trabajo que no se termina en vida…
Se nos puede hacer especialmente difícil cuando “algo” ha truncado nuestras expectativas, nuestros planes… y lo que vemos es que ese camino que recorrían nuestros pasos está “cortado” o que hay un letrero en el que pone “no pasar”… Sin embargo, levantando la vista, vemos que la cima de la montaña sigue ahí, no se ha movido ni un milímetro… ¿Qué quiero decir? Que sí, que ese camino que era nuestro se nos ha hecho inaccesible, intransitable, pero nos ha servido para subir un buen tramo y hemos de mirar alrededor porque seguro –segurísimo- existe alguna otra senda que nos permitirá alcanzar la cima y que nos permitirá, no sin esfuerzo, no sin trabajo, no sin sufrimientos… ¡no sin alegrías!, verlo todo desde “arriba” y decir, finalmente, que todo ha valido la pena con tal de estar ahí.
Quizás todo esto os ha parecido algo abstracto, pero espero que cada uno, si le sirve de algo, pueda aplicárselo. Yo me lo aplico, yo intento aplicármelo.

Porto con me le mie canzoni ed una storia cominciata:
è veramente grande Dio, è grande questa nostra vita!


Gracias por llegar hasta el final.
Queridíiiiiiiiisima amiga, ¿te sirvió? Un abrazo.

lunes, 12 de abril de 2010

Un encuentro en el camino

Queridos amigos. Disculpad que haya tardado tanto en escribir una nueva entrada (si es que alguien la esperaba), pero ya os advertí que no serían demasiado frecuentes. Me propuse ser breve, pero ya sabéis que los propósitos no siempre los cumplimos, incluso creo que he empeorado respecto a esto… (haced las paradas que consideréis oportunas).
Esta entrada que os presento ha desplazado a la que iba a ser la segunda, pero la otra también aparecerá en algún momento, no sólo porque ya está comenzada sino también –y especialmente por esto- porque se la debo como mínimo a una persona.
Bueno, comienzo con la nueva entrada.
Como sabréis, porque os habrá sucedido más de una vez, cuando uno se encuentra caminando, bien por la calle, bien por la montaña… bien por la vida, a veces se producen encuentros. Estos encuentros no siempre los buscamos, sino que en ocasiones pueden parecer “fortuitos”, “casuales”… y digo “pueden parecer” porque no creo demasiado en la casualidad… creo más en la providencia… No sé vosotros, pero yo no dejo de sorprenderme de los encuentros inesperados que te transforman la vida, que te cambian, que te hacen ver la realidad desde una perspectiva enriquecedora a la que nunca te habías aproximado… Pensad en vuestras parejas (o en aquello que da sentido a vuestros pasos…): ¿podrías haberos imaginado algo así en vuestras vidas? Quizás más de uno dirá que “sí” (¡felicidades!)… pero yo, personalmente, respondería que no… que no podría habérmelo imaginado, puesto que es algo tan grande que ni merezco ni he buscado: es un regalo, un tesoro que se me ha dado, que yo no podría darme a mí misma. Algunos sabréis de que hablo y otros menos, pero bueno, esto no lo escribo para que nadie sepa de mí, sino para que cada uno valore la riqueza, la belleza, el tesoro, que está presente en su vida… o que lo busque…
Este fin de semana he estado en Madrid en un encuentro cultural que se denomina “Encuentro Madrid”. Podría haber pasado por allí escuchando sin más y salir de allí tal y como entré, pero en este caso probablemente el encuentro (y pese al nombre de este acto) no se hubiese producido, al menos no para mí. Lo que quiero decir es que “coincidir” no es “encontrarse”, no sé si estaréis de acuerdo conmigo… Para que el encuentro tenga lugar hace falta algo más, hace falta el ánimo de escuchar, de compartir, de acompañar… de pararse y de caminar juntos.
El Encuentro Madrid de este año (no sé cuántos años lleva celebrándose, pero ya son varios) tenía como lema “Si los hombres no construyen, ¿cómo vivirán?” (T.S. Eliot)… ¿Os lo habéis planteado? Conozco personas (y creo que yo soy una de ellas) que ante las tristezas del mundo, la pobreza (no sólo material), la soledad de tantos, la falta de un todo, etc… se lamentan y se dicen “¡qué pena! Qué pena porque no podemos hacer nada…”; también sé que existen personas que ante lo mismo ni siquiera sienten dolor, compasión (o al menos no lo parece)… sino que se dicen “yo estoy bien y eso me basta…”. Pues bien, en estos días en Madrid no me he encontrado con estas personas, sino con personas que ante estas realidades (que muchas veces están presentes en sus vidas de forma muy palpable) han dicho: puedo seguir, puedo seguir porque nadie me puede impedir mirar al cielo, puedo porque existe una compañía, puedo porque he sido mirado, porque he sido amado… y porque puedo mirar, porque puedo amar… y entonces han empezado a construir… (yo por aquí hubiese puesto algunas mayúsculas, pero que cada cual las ponga donde considere). Creo que éste es el resumen de muchos de los testimonios que he escuchado… Me gustaría poder hablaros de cada uno, pero tendría que pedirme unos días más de vacaciones y creo que no va a ser posible.
Las intervenciones han sido diversas… Se ha hablado de la labor de una ONG llamada CESAL en Haití (país en el que ya estaba presente antes de la tragedia… o drama…), se ha hablado de la crisis económica, de la educación, de la universidad, etc. Yo voy a citar a cuatro personas: Solzhenitsyn, Mario Melazzi, el Padre Aldo Trento y Tim Guénard. Muy brevemente hablaré de cada uno, para que no se quede todo en el aire.
Sobre Solzhenitsyn (escritor, autor de obras como “Archipiélago Gulag”) intentaré escribiros en otra ocasión, puesto que no he podido todavía leer la exposición (tengo el catálogo, así que lo haré en cuanto pueda). De todos modos, os dejo unas palabras que dan que pensar y que pone en boca de un personaje en una de sus obras: “intentad comprender y transmitir a vuestros superiores, que vosotros sois fuertes solamente en la medida en que no quitáis a los hombres todo. Pues cuando habéis quitado todo a un hombre, ya no está en vuestro poder, es de nuevo libre”.
Creo que no debo escribir mucho más, porque ya os veo bostezando. Resumiré: Mario Melazzi, el Padre Aldo y Tim Guénard han vivido situaciones muy difíciles en sus vidas. A Melazzi, oncólogo, le fue detectada una esclerosis lateral amiotrófica que le tiene ya postrado en una silla de ruedas, con una movilidad muy limitada… La desesperación le llevó a solicitar a una asociación el “suicidio asistido” (eutanasia), pero la respuesta afirmativa y muy deshumanizada de esta asociación le “despertó”. Planteó y os planteo esta pregunta: ¿equivale una mayor calidad de vida a una mayor dignidad de la persona? El Padre Aldo y Tim Guénard, a raíz de sus experiencias de sufrimiento, de abandono, de soledad y de su encuentro con el amor, han sido capaces de “renacer” y hoy ambos tienen en marcha casas de acogida, el primero en Paraguay y el segundo cerca de Lourdes… Es común a todos la necesidad de una compañía, de un abrazo, del amor (de un amor que salva)… para seguir caminando.
Siento daros sólo unas pinceladas, pero no tengo tiempo para más y supongo que vosotros tampoco... Si alguien quiere saber un poquito más que me lo diga (no sé mucho pero puedo informarme y contaros).
Para quien se haya saltado todo hasta el último párrafo, os resumo: “Si los hombres no construyen, ¿cómo vivirán?”… Y la respuesta que puedo daros después de estos días es: construyamos, no nos cansemos de construir… porque no sólo nuestra vida, no sólo nuestra felicidad, no sólo nuestro bien, sino el de nuestras familias, amigos, compañeros… el de todos, está en nuestras manos… Y esto no significa que todo dependa de nosotros -¡para nada!-, porque hay una mirada que nos salva… y porque gracias a esa mirada podemos hacer participes a otros de esta salvación (nuevamente, hubiese puesto alguna mayúscula...).
Gracias por llegar hasta el final (o por intentarlo…). Volveré a proponerme ser breve, pero no prometo nada…

domingo, 21 de marzo de 2010

De algún modo hay que empezar...

Tras pensarlo durante algún tiempo me he lanzado a escribir este blog. Realmente no sé cómo empezar… de hecho no sé tan siquiera qué suele escribir la gente en un blog ya que no sigo ninguno, pero imagino que cada cual escribe lo que le parece… así que eso es lo que voy a hacer.
Lo primero que quiero hacer es pediros disculpas por si alguno decide seguir el blog… y las disculpas las pido porque no creo que escriba muy a menudo salvo que se me pasen por la cabeza muchas cosas que decir. Pido disculpas por si alguien espera más entradas de las que haya, aunque quizás nadie las espere… En cualquier caso, ahí quedan las disculpas por si hay alguien que las reciba… y si no lo hay, pues no pasa nada.
Lo segundo, presentarme brevemente: ¿sabéis si esto se hace en un blog? Si a alguien no le interesa, que se salte este párrafo… Y por si a alguien le interesa sólo decir que me llamo Lydia y vivo en Valencia. Soy estudiante de doctorado (desde septiembre del año pasado)… Sé que esto de “estudiante de doctorado” da cabida a muchas cosas… Pues nada, simplemente decir que el doctorado es de bioingeniería (aquí también caben muchas cosas, lo sé). He estudiado telecomunicaciones y lo que más me ha gustado de la carrera es (como a todo ingeniero, creo) su aplicación. En mi caso me interesan sobre todo las aplicaciones de la ingeniería en la rama sanitaria, que las hay, como médicos e ingenieros saben. A quien quiera más información sobre esto le puedo aconsejar que consulte la página del máster que estoy cursando: www.mibvalencia.es, aunque podéis encontrar más información en internet. Ahora a mi sinceramente no me apetece mucho hablar de esto…
A ver… aunque puede que a alguien no le gusten ni convenzan mis razones, voy a explicar cómo surgió en mi cabeza la idea de escribir alguna vez un blog… Suelo consultar de tanto en tanto una página en la que salen noticias relacionadas con la Iglesia, concretamente www.zenit.org... Generalmente reviso los titulares y sólo leo algunas noticias. Un día ni demasiado lejano ni demasiado reciente me encontré con un texto en el que Benedicto XVI animaba a los sacerdotes a utilizar los medios de comunicación, especialmente Internet, para dar a conocer la fe en todas las partes del mundo… Ni que decir tiene que no soy sacerdote, no sacerdote ministerial… pero sí que soy sacerdote según el sacerdocio común, como todos los miembros de la Iglesia… Bueno, menos líos, simplemente decir que este mensaje de Benedicto XVI me llegó y me hizo pensar en que no aprovecho todos los medios que tengo a mi alcance para llegar a dónde pueda llegar…
No quiero decir con lo del párrafo anterior que única y exclusivamente escribiré cosas de religión… La verdad es que no sé qué voy a escribir… Eso ya se irá viendo… Os animo a escribir comentarios, puesto que son una retroalimentación y buena parte de la riqueza de los blogs, en mi opinión. En los poquísimos blogs que he leído alguna vez (yo diría que sólo dos) he visto “de todo” (vale, admito que igual mi concepto de “de todo” es un poco limitado…)… Sé que hay personas a las que no les gustan demasiado las “reglas” en los blogs, pero os pediría que digáis lo que digáis (si es que alguien dice algo alguna vez en este blog) lo hagáis con respeto… y esto os lo pido por favor…
Y ya para terminar, explicaros por qué he elegido este nombre -“La belleza del camino”- para el blog. Bueno, el nombre original que había pensado era “La riqueza del camino”, pero ya estaba tomado (¡cómo cuesta ser originales!), así que finalmente la versión elegida ha sido la que veis. La razón de este nombre es doble: por una parte, hago referencia al Camino de Santiago, que ha marcado mi vida hasta un punto inconcebible e “incomprensible” sobre todo para mi… y por otra parte al camino de la vida… que es mucho más duro que el primero. El uno y el otro son bellos, cada uno a su “nivel”… Con las palabras del nombre de este blog quiero animaros (y animarme) a saber admirar y no sólo mirar, a saber contemplar, a saber ver más, a intentar ver “detrás” de todas las cosas… porque quizás detrás de todo resplandece –aunque sea sólo un poco- la belleza… No niego que haya cosas malas o “no bellas” (es más que evidente que las hay, que a veces el bien está ausente, o que nosotros mismos lo hacemos ausente…), pero quiero admirar todo lo que nos rodea y centrarme en el bien y en la belleza–sea poco o sea mucho- que se manifiesta siempre de algún modo (aunque tal vez nosotros no sepamos apreciarlo…). Tal vez entre todos podamos hacer que la belleza del camino sea “más visible”, trabajando porque desaparezca la capa de suciedad que la cubre y nos impide no sólo verla sino también ser parte de ella…
Pues nada, hasta aquí la primera entrada. Espero que no os haya parecido ni demasiado larga ni demasiado corta… Si alguien quiere sugerir algún tema que añada comentarios, por favor, o que me escriba por mail. A ver si a través de alguien me inspiro.
¡Gracias por llegar hasta el final de este rollo! :)