Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas.
Carta a los artistas, Juan Pablo II.

Haced cosas bellas pero, sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza.
Encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12-5-2010, Benedicto XVI.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Extendiendo su mano, lo sostuvo

Hoy es 3 de Agosto. En este día la Iglesia celebra, entre otros santos, a santa Lidia de Tiatira, comerciante vendedora de púrpura que se convirtió al cristianismo gracias a la predicación de San Pablo en Filipos (Macedonia). Fue la primera conversa en Europa.
Hoy es, por tanto, mi santo. Nunca lo he celebrado, pero lo descubrí hace algunos años curioseando el calendario. A veces ni me acuerdo y hoy casi que tampoco me acordaba. Sin embargo, el Jefe ;) (es decir, Dios) sí que se acordaba y ha tenido un “pequeño” detalle, o al menos para mí ha sido todo un detalle. Nada “extraordinario”, aunque en realidad contemplar la belleza está en grandísima medida en saber ver lo extraordinario de lo ordinario, de lo cotidiano...
El detalle de que hablo, entre muchos otros del día, ha sido el encontrarme en la Misa con un Evangelio que siempre recibo con tanta gratitud y alegría como puedo, porque me dice mucho… Es el primer texto del Evangelio que se me metió directamente en el corazón hace algunos años (no más de 5 ó 6), al menos por lo que yo recuerdo. Para los que no habéis tenido la oportunidad de escucharlo hoy, dejo aquí un pedacito (casi todo), pero mejor leerlo completo (Mateo 14, 22-36). Contexto: Jesús, tras un rato de oración solo, se dirige a la barca donde se encuentran los discípulos... y lo hace caminando sobre las aguas. Sopla un fuerte viento contrario.
«Cuando le vieron los discípulos caminando sobre el mar se turbaron y decían: “Es un fantasma”; y llenos de miedo empezaron a gritar. Pero al instante Jesús comenzó a decirles: “Tened confianza, soy yo, no temáis”. Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Él le dijo: “Ven”. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a andar sobre las aguas hacia Jesús. Pero al ver que el viento era tan fuerte se atemorizó y, al empezar a hundirse, gritó diciendo: “¡Señor sálvame!” Al punto Jesús, extendiendo su mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” Y cuando subieron a la barca cesó el viento.»
No sé si vosotros escucháis el Evangelio, si lo leéis, ni con qué frecuencia… Yo procuro escucharlo a diario, pero poco a poco estoy aprendiendo que no es un texto que se haya escrito para escucharlo –no sólo eso- sino que son palabras escritas para hacerlas vida. Esto, que así dicho a algunos os puede parecer “evidente”, a otros “absurdo” o yo qué sé qué… a mí me parece, no sé cómo decirlo… ¡novedoso! Sí, novedoso, porque me asombra que un texto escrito hace unos 2000 años sea tan actual y personal que, a veces “de golpe” y las más trabajándolo, te das cuenta de que te está hablando a ti, de tu vida, de tus circunstancias, de tus problemas, de tus alegrías, de tus miedos... Seguro que los que leéis el Evangelio habéis tenido esta experiencia más de una vez.
Creo que para que esto nos suceda, hemos de procurar “meternos” en el Evangelio, tomar parte de él como uno más de los que estaban en las escenas que narra… Esto a veces puede resultar sencillo, otras no tanto. En el Evangelio de hoy, por ejemplo, no me cuesta nada identificarme con Pedro, porque yo hubiese hecho lo mismo… Es más, he hecho lo mismo que hizo Pedro en muchas ocasiones. Para mí esto es muy personal, pero lo digo porque me parece que muchos de nosotros nos reconoceríamos en Pedro en este pasaje, en las pequeñas cosas de cada día y también en las decisiones esenciales de la vida.
Este Evangelio describe muy bien la situación. La barca estaba lejos de la orilla y el viento era contrario: tempestad, oscuridad, problemas, quizás sin soluciones “a la vista”... Los discípulos estaban solos: soledad, temor, desesperanza, angustia, incomprensión… Sucede entonces que se acerca Jesús ¡caminando sobre las aguas! Ah, no todo el mundo puede hacer eso… y Jesús que al ser Dios podía, tampoco era algo a lo que recurriese con frecuencia: Él no obraba milagros para procurarse nada para sí, sino que los hacía por y para los demás. Jesús, de un modo u otro, se acerca -está cerca- en medio de la dificultad. Sin embargo los discípulos no le reconocen, sienten miedo y empiezan a gritar: a veces, en los problemas, en las dificultades, en la contrariedad… nos cuesta reconocerLe, también entre los suyos. Pedro, que en medio del temor desea reconocerLe, Le pide una “prueba”: “si eres Tú…”. Y aquí comienza un diálogo de palabras y de acciones: Jesús llama y Pedro se lanza al agua, caminando hacia Él. Parece que va bien, pero la tempestad continúa, el viento contrario sopla con fuerza y Pedro –quizás tú… y yo sin quizás- comienza a hundirse. Quien camina hacia Jesús, sean cuales sean las circunstancias, sea cual sea la adversidad, lo tiene todo para ir hacia Él. El trato que Dios nos ofrece es este: “sígueme y no te pediré nada que no te haya dado antes… y te daré el ciento por uno”. Pedro, por tanto, podía caminar hacia Jesús, pero ¡Pedro era “sólo” un hombre! Y Pedro duda y comienza a hundirse, pero sabe qué le puede salvar: la mano que Dios tiende hacia él. Eso es lo que Pedro reclama y lo que Jesús le ofrece sin hacerle más que un pequeño reproche cargado de cariño. ¡Cuánto nos cuesta a veces reconocer la mano que Dios nos tiende en la contrariedad, independientemente de nuestras miserias! “Y cuando subieron a la barca cesó el viento”: ¡y cómo cambia todo cuando aceptamos la compañía gratuita de Cristo!
Perdonad que haya repetido en este último párrafo el Evangelio de hoy. Creo que lo mejor es que reconozcamos, si las hay, estas situaciones en nuestra vida y no tengamos ni miedo ni ninguna otra barrera para pedir lo que pidió Pedro: “¡Señor, sálvame!”. Sin duda, muy probablemente ya lo habréis comprobado, Jesús –que está presente- os tenderá su mano… Temo que esto suene “abstracto”, cuando no lo es: quizás tú eres esa mano tendida de Cristo en la vida de alguien, quizás alguien lo es para ti; quizás has experimentado el abrazo de Dios tras una confesión, tras una comunión, en la oración...; quizás no crees en nada de esto, pero no pienses que estás sólo, porque Él ha dado su vida por ti aunque no lo creas… y porque muchas personas darían –y dan- su vida por ayudarte…, si tú quieres. La vida con Cristo no carece de problemas, de sufrimiento, de dificultades… pero se vive en todas sus “dimensiones”, se vive con un sentido, se vive con la alegría de saberse acompañado de la Belleza: ¡estamos en la misma barca!
Es tarde. Ya me he metido en el 4 de agosto, así que…, a ver: felicidades a los Aristarcos, Eleuterios, Eufronios,… ¡entre otros ;)!
¡Saludos!

1 comentario:

  1. Muchas felicidades. perdona que el otro día no pudieramos quedar al final, fué un pequeño corte de digestión del medio litro de agua fría que me bebí. Quedamos para después del camino y así me cuentas. Una brazo

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