Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas.
Carta a los artistas, Juan Pablo II.

Haced cosas bellas pero, sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza.
Encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12-5-2010, Benedicto XVI.

domingo, 6 de mayo de 2012

¿Una hora de qué...?


Hace unos días un amigo me preguntó algo que no era la primera vez que se me planteaba: ¿tú sabes por qué se hace una hora de ayuno antes de la Misa? Lo primero que le dije fue simplemente un apunte: no es una hora antes de la Misa, sino antes de recibir la comunión, pero así no resolvía su curiosidad ni su interés. Faltaba todavía la respuesta.
Es posible que acabes de enterarte de este tema, es decir, de que la Iglesia nos indica que debemos guardar al menos una hora de ayuno antes de comulgar. No te preocupes, yo tampoco lo sabía hasta que me lo dijeron. De hecho, cuando hice por primera vez el Camino de Santiago (por si no conoces mi historia, por entonces no era creyente) ofrecía caramelos a mis amigas justo antes de que se fueran a Misa y siempre me daban las gracias pero me decían que no. ¿Cómo no, con la energía que necesitábamos? Me extrañaba su negativa y en ese momento nadie me dijo el porqué. Fue después cuando me enteré, tendría 19 ó 20 años.
No es común que escriba en mi blog sobre cuestiones de este tipo, cuestiones de “catecismo”, pero tras haber descubierto que muchos amigos cercanos a la Iglesia no conocían lo de la hora de ayuno, me he dicho: ¿por qué no anunciarlo y por qué no explicarlo? A mí me ayuda respetar esta hora de ayuno, ¿por qué no decirlo?
Anunciarlo ya lo he hecho, con lo escrito hasta aquí. Explicarlo me podría resultar muy complicado, pero no voy a hacer una explicación “teológica” ni “catequética” ni nada similar, porque no soy quién para hacerlo y, además, quiero explicarlo de forma sencilla. Así que simplemente voy a referirme a un ejemplo del mundo que a mí personalmente me resulta ilustrativo, de hecho fue la respuesta que le di a mi amigo. Ahí va el ejemplo:
Te han invitado a una gran celebración, con su gran banquete, por ejemplo, a una boda. Sabes que el banquete va a ser espectacular, te espera una buena comida o una buena cena. Falta poco para la hora de la comida y tienes hambre, pero sabes que los manjares que van a ofrecerte después merecen que te quedes de momento con esa hambre. Por tanto, a la espera del banquete, ¿te vas a una hamburguesería a comerte una hamburguesa con patatas fritas o te comes un helado gigante? No es lo habitual, ¿verdad? Si sabes que te espera un gran banquete, procuras no saciarte antes de tiempo para aprovechar todo lo que te ofrezcan en este banquete.
Creo que la analogía es sencilla. Para los cristianos, la Eucaristía es un gran banquete que nos ofrece el Señor: el de Su mismo Cuerpo y Su misma Sangre. ¿Hay algo más grande que recibir al mismo Señor? Estamos invitados a este banquete y sólo se nos pide estar preparados para recibirlo. ¿Estar preparados? Sí. Estar preparados implica muchas cosas: estar limpios por dentro (confesión, este es otro tema) y por fuera (respetar el Sacramento, su grandeza), a ser posible guardar unos minutos de preparación en silencio antes de que comience la Eucaristía, estar atentos a la celebración… Pero volviendo al tema que nos ocupa hoy, este estar preparados pasa también por esta hora de ayuno. Del mismo modo que no nos saciamos antes de una gran comida, de un gran banquete, tampoco nos saciamos antes de recibir la comunión, porque este sí que es un Gran Banquete, porque estamos a la espera de recibir el mayor alimento que se nos puede ofrecer, el alimento del Cuerpo y la Sangre de Cristo, nuestra fuerza espiritual que nos inunda de gracia para enfrentarnos a cada día como verdaderos cristianos.
Personalmente, el ayuno eucarístico, aunque confieso que con frecuencia lo vivo de forma rutinaria, me ayuda a tomar conciencia de la grandeza del sacramento de la Comunión: nada más y nada menos que el mismo Señor se hace presente entre nosotros para que podamos recibirLe, convirtiéndonos en templos no ya del Espíritu Santo (que no es poco, sin duda), sino de Su mismo Cuerpo, inundándonos de gracia.
No sé si lo que he escrito te servirá para comprender mejor, aunque lo haya descrito con términos y ejemplos tan “mundanos”, el sentido del ayuno eucarístico. Espero que sí y si no es así, puedes informarte más y mejor preguntándole a algún sacerdote o a alguna persona que viva este ayuno, leyendo el catecismo o, si quieres, escribiéndome.
Agradezco los comentarios que podáis hacer a esta entrada y, si no conocías lo de la hora de ayuno, agradecería que me lo hicieras saber.
Y lanzo una pregunta: ¿cuántas cosas estamos dispuestos a hacer por el cuerpo que no estamos dispuestos a hacer por el alma? J
Un abrazo.

5 comentarios:

  1. Es el tipica pregunta que me suelen hacer...has puesto un buen ejemplo! Me ha gustado! Gracias!!
    Blanca

    ResponderEliminar
  2. ¡Gracias Blanca! Me alegro de que te haya gustado. Espero que estéis todos bin. Un abrazo :-)!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo desconocía la hora de ayuno previa. Lo entiendo como otras pautas similares, que Paolo me va explicando. Pero del ayuno, he pasado a tu historia y "el buen camino" y estoy ahora mismo llorando como el cocodrilo de la Carolina...en fin,hoy además es un dia especial. Acabamos de ver en una pantalla a nuestro futuro hijo/a, y es alucinante.Un besico

      PD: Me gustan mucho las dos citas que has colocado en la cabecera del blog!

      Virginia

      Eliminar
  3. Ahora que has hecho público en Internet que estás embarazada, saldrá en los periódicos... Espero que no llores por mi culpa y que, si es así, sea por algo bueno... Te llamo luego, ahora sólo darte las gracias por haberte metido en mi vida,por ser parte de mi camino... Un besico.

    ResponderEliminar
  4. Yo lo sabía pero el ejemplo me ha gustado ;)y tb me quedo con la pregunta final...

    Los dones hay que usarlos bien y tu has encontrado como y donde...así que no dejes de escribir!!

    ResponderEliminar