
A los que seguís mi pequeño blog (y a los que no), quiero desearos una Navidad nueva...
Llevo tiempo queriendo escribir sobre el Camino de Santiago, pero todavía no había podido y siempre se me adelantaba otro tema. Siento escribir sobre él ahora en agosto, que ya es el octavo mes de este año Jacobeo 2010, pero tal y como se dice, más vale tarde que nunca…
No sé qué decir del Camino de Santiago sin que las palabras se me queden cortas, aunque creo que siempre se me han quedado cortas en cualquiera de las entradas de este blog, por largas que os hayan parecido J. Es difícil poder expresar la experiencia de lo que te excede, de lo que te sobrepasa, de lo que te cautiva… Es difícil “capturar” todo eso en palabras, porque siempre queda la impresión de que lo que dices es “sólo” un reflejo de lo que has vivido… A veces pienso: “si realmente pudiera trasladar la experiencia del Camino y de todo lo que nació después…”. Me refiero no sólo a “trasladarla” a otras personas, sino también a otros momentos de mi propia vida en los que me parece que no soy consecuente con lo que he vivido... Pero no puedo, no puedo hacer una “transfusión” de la experiencia. Todo lo que puedo es describirlo con palabras limitadas y desear que las palabras no se queden en palabras, sino que nos muevan y nos lleven a comenzar y recomenzar en nuestro propio camino. Imagino que quien haya vivido algo similar, sentirá lo mismo.
Como ya he mencionado en alguna otra entrada, hice el Camino de Santiago en marzo de 2004. Sólo recorrí los últimos 111 kilómetros del Camino francés, que separan Sarria de Santiago de Compostela… y cuando inicié este recorrido no imaginaba en absoluto que únicamente era el comienzo de un Camino mucho más largo, con sus montañas y sus valles, sus momentos de soledad y otros muchos de gratísima compañía, sus risas y sus lágrimas, sus dificultades… No imaginaba que era sólo el comienzo de un Camino mucho más hermoso.
La oportunidad de hacer el Camino se me presentó por sorpresa. Estaba en 2º de Telecomunicaciones, se acercaban las fallas (fiesta valenciana) y mis planes eran estudiar, estudiar y estudiar. A la vuelta de las fiestas quería presentarme al examen de Matemáticas al que no me había presentado en enero. De pronto, una chica de mi curso (aunque de otra clase) me saludó, nos pusimos a hablar y me preguntó: “¿qué vas a hacer en Fallas?” Le conté mis planes y le pregunté a ella, que dijo: “yo voy a hacer el Camino de Santiago, y cuando vuelva estudiaré Matemáticas”. El Camino de Santiago. Algo había oído hablar de él, algo supongo que habría visto por la tele… y me parecía un recorrido excepcional para estar en contacto con la naturaleza. “¿Quieres venir?” No lo dudé, consulté a mi familia y ese mismo día me apunté. No me arrepiento de haber dicho “voy” con un grupo de personas hasta el momento desconocidas y del que ahora conservo buenas amigas.
Mi idea del viaje era, por tanto, algo así como ver algo nuevo, un paisaje bonito, admirar su belleza, disfrutar de la compañía, respirar silencio y serenidad… y regresar a estudiar. Me preocupaban los días que no dedicaría al estudio, pero pensaba que tras el viaje estudiaría con más ganas. El 12 de marzo salimos de Valencia para Madrid. Era el 12 de marzo de 2004, no era un día “cualquiera” porque el día anterior sucedió algo terrible, algo que me golpeó (nos golpeó a todos) y que me entristeció muchísimo. “Este viaje ya no va a ser lo mismo”, pensé y sentí. El hecho lo conoceréis: 11 de marzo de 2004, atentado con bomba en varios trenes de Madrid, 191 fallecidos, más de 1500 heridos… Era imposible que algo así no nos golpease a todos, era imposible no tener en la cabeza y en el corazón a esas personas, a sus familias, a sus amigos, su dolor… aunque no les conocía. Con esta carga comenzamos a andar el 13 de marzo tras llegar a Sarria. Éramos un grupo de 8 chicas (si no recuerdo mal). Todo bien. Había algo que me chocaba, aunque lo respetaba: algunas de ellas rezaban y todas, creo, iban a Misa al final de cada etapa. Qué curioso… Yo me quedaba entre tanto en el albergue o sentada en algún lugar mirando el paisaje, o viendo las estrellas. No sé qué le dije a la que estudiaba mi carrera, que me contestó: “sí, yo rezo. ¿Te molesta?” Recuerdo que respondí: “No, no me molesta. Yo no rezo, tú haz lo que quieras, no es nada malo”. Ahí comenzó a pasar algo. No sé en qué momento a lo largo de los cinco días que estuvimos caminando oí hablar de una cosa que llamaban “indulgencia plenaria”. ¿Qué será eso? Me enteré de que al hacer el Camino de Santiago se podría ganar la indulgencia esa y que para ello había que confesarse, comulgar y rezar por el Papa. “Lástima, no la ganaré”. Supe también que se podía ganar para uno mismo o para otra persona que hubiese fallecido... y que a la persona que se le aplicase, en caso de estar en el purgatorio, saldría e iría al Cielo. Me gustó saberlo, pero no pensaba ganarla (bueno, en realidad no pensaba confesarme, ni comulgar, ni nada de eso). Reconozco que cada noche, cuando por fin estaba en silencio, pensaba: “¿y si…?”. Especialmente cuando estaba sola, esperando que volviesen las demás de Misa. Recuerdo una de las noches que me tumbé en un banco mirando las estrellas y me asaltaron preguntas: “¿qué es todo esto? ¿De dónde ha salido todo esto? ¿De dónde ha salido este paisaje? ¿De dónde las flores? ¿De dónde estas personas?...”. Al llegar a Santiago el 17 de marzo, sin embargo, no tenía intención de confesarme. Claro que iría a Misa, vería el Botafumeiro, pero ni me confesaría ni comulgaría ni rezaría… Estábamos comiendo en un barecito de Santiago y me sentía un poco ¿triste? ¿Para qué había caminado hasta ahí? ¿”Sólo” para verlo? ¿”Sólo” para eso con todo lo que se me ofrecía…? Mi madre había fallecido hacía cinco años. Mi bisabuela ese 17 de marzo hacía justo un año que había fallecido. Casi 200 personas habían perdido la vida en los atentados de Madrid hacía sólo 6 días… Yo pensaba: “¿cómo voy a renunciar a ganar la indulgencia para alguna de estas personas?” Pensaba eso, aunque yo no era lo que se dice católica practicante: tenía 19 años y ni siquiera había querido hacer la Confirmación en su momento.
Lo que pasó en la Catedral, pues no sé bien. Al comienzo de la Misa mi amiga me preguntó: “¿te quieres confesar?” No sé si dudé, si poco o si mucho, pero dije que sí. Valió la pena después de 7, 8, 9… no sé cuántos años. Y en una capillita recé la penitencia que me dijo el sacerdote, delante de un Sagrario… No sé cómo miré entonces el Sagrario, pero lo recuerdo con cariño. Comulgué, después de no sé cuánto tiempo… Recé por el Papa, no sé cuándo pero recé. Y cuando comulgué me dirigí a Dios, como le hablaría a un amigo, para pedirle la indulgencia: “mira, ya sé que se aplica sólo a una persona, pero como eres Dios… Quiero que sea para mi madre y si puedes también para mi bisabuela… y también para las víctimas del 11-M”. No sé a quién se aplicó, si les hacía falta a estas personas o no… No lo sé, pero estoy segura de que Él hizo lo mejor para todos.
Desde ese momento no he dejado de creer en Él y desde luego que no tengo ni una sola razón para dejar de hacerlo. Al contrario, cada día tengo más razones para creer en Él. Tengo fe y tengo también la certeza absoluta no sólo de que existe, sino de que está a nuestro lado, de que nos Ama como un Padre. Esto es algo que se me ha dado, pero es algo por lo que lucho todos los días, porque soy perfectamente libre para dejarLe, para negarLe, aunque para hacer eso tendría que negar mi propia vida.
A finales de este mes volveré a dirigirme a Santiago desde Sarria. Seguro que Él tiene algo especial reservado para entonces, como lo tiene para cada día.
Nunca había escrito, creo, qué pasó en el Camino. Siento que las palabras se queden cortas, pese a que el texto sea (¡lo sé, lo sé!) demasiado largo para el blog…
Animaos a hacer el Camino de Santiago, contemplando toda su belleza y dejad que esa belleza os hable de Algo mucho mayor… Yo voy a intentarlo.
Me alegro infinitamente de haber comenzado esta aventura.
¡Saludos!
E’ bella la strada per chi cammina,
è bella la strada per chi va,
è bella la estrada che porta a casa
e dove ti aspettano già.
Estas palabras me las regaló no hace mucho una amiga. Supongo que vosotros, que tenéis más cultura que yo, las entendéis… Pero por si acaso voy a daros la traducción para que nadie se quede sin saber qué dicen estos versos y para ahorraros la tarea de buscarla. Dice así:
¡Qué hermoso es el camino para quien lo recorre, qué hermoso es para quien avanza! ¡Qué hermoso es el camino que lleva a casa, donde ya te esperan!
Esta entrada es un regalito para una muy buena amiga que planteó la cuestión de si resulta fácil ver la belleza en nuestro propio camino. A medida que pienso sobre el tema se me vienen a la cabeza más “ideas” y también más dificultades para explicar lo que quisiera deciros. Por ejemplo, una de las primeras preguntas que me planteo es: ¿qué es la belleza? Supongo que ninguno de los que leéis esto definiría belleza de la misma manera, aunque detrás de cada definición, en “el fondo” de cada definición, tendríamos la misma fuente. Yo voy a intentar expresar qué entiendo por belleza, pero ya os digo que muy probablemente lo que entiendo hoy por belleza no será lo mismo que entienda mañana… y esto no sucederá porque la Belleza (permitidme una mayúscula) cambie, sino porque yo –eso espero- cambiaré…
¿Qué es la belleza?
Quizás la primera cuestión que debemos resolver antes de enfrentarnos a esta pregunta es: ¿qué es para mí la belleza? No quiero recurrir a ninguna fuente para responder a esta pregunta, sino que intentaré hacerlo de un modo personal con el riesgo que a veces ello conlleva. En una primera aproximación, yo diría que la belleza es la cualidad que poseen las cosas que me atraen. Sin embargo, esta definición de belleza implica una “completa” subjetividad (completa entre comillas porque la Belleza que nos atrae a todos es la misma…). La subjetividad entra cuando esa Belleza la buscamos en las cosas que tenemos más a nuestro alcance, en las cosas que participan de la Belleza o a veces, cuando nos equivocamos, en cosas que nos parecen atractivas pero que no son realmente bellas… Creo que me estoy “abstrayendo” así que voy a intentar bajar un poquito a la tierra…
Bien, ya estoy pisando el suelo, aunque quizás alguno después de leer lo que viene a continuación seguirá creyendo que todavía estoy en la luna…
No sé a vosotros, pero a mí me encanta escuchar música clásica, me apasionan los buenos libros, me fascinan las obras de arte (y todo esto a pesar de que no sé nada sobre estas cosas)… Está claro que estás cosas que enriquecen nuestra vida no se han hecho solas: ¿quién las ha creado? Detrás de toda pieza, de toda obra ingeniosa, maravillosa… ¡hay un artista! Tal cuadro no se pintó solo, ni tal canción se escribió ni se cantó sola, ni no hubo arquitecto alguno detrás de una construcción maravillosa… ¿Cómo pensar, pues, que la mayor obra de arte, que es el Universo, que es la Tierra, que es la vida, que eres tú se crearon solos…? Para mi es evidente que no, que hay “algo” detrás de todo esto, pero no era evidente hace un tiempo… Para mí es evidente ahora que existe una fuente de toda esta belleza… Para considerarlo podría servirnos pararnos por un momento a contemplar tantos y tan hermosos paisajes, a escuchar el sonido del silencio o piezas musicales extraordinarias creadas por esos artistas creados… ¿Qué pensáis?
A mí la Belleza empezó a cautivarme hace 6 años, antes quizás “sólo” me cautivaba la belleza… Para mí todo empezó recorriendo el camino, en este caso el Camino de Santiago… Imagino que muchos de vosotros ya lo habréis hecho y a los que no os animo a hacerlo, os animo a no perder esta OPORTUNIDAD y os recuerdo que este año 2010 es año Jacobeo. Ahora no sé expresarlo bien, pero en el camino pude ver lo que le da nombre a este blog: “la belleza del camino”. Y me supo “a poco”. ¿Os digo por qué? Porque me faltaba una mayúscula: ¡”sólo” por eso! Eso sí, la mayúscula se la puse –o más bien se puso- al llegar a la Catedral de Santiago…
No sé si os habéis perdido con lo que digo o si lo habéis vivido, no sé si me he explicado o si no se ha entendido nada… Igual yo lo entiendo porque forma parte de mí, pero quisiera hacéroslo llegar de alguna manera… Quisiera hacéroslo llegar sobre todo por si a alguien le ayuda, aunque sea sólo a uno y aunque sea sólo un poco…
Creo que no he aclarado qué es la belleza, pero lo importante no es que en esta entrada lo aclare o no, sino que nos despertemos los que no estamos despiertos y abramos los ojos para ver que realmente la belleza –la Belleza- nos acompaña… Y esta es tarea de cada uno.
¿Es fácil ver la belleza en mi camino?
Después de esta “introducción”, que yo hubiese querido “breve” pero que ya sabéis –los que habéis leído alguna otra entrada- que la brevedad en estos casos me cuesta encontrarla, voy a intentar responder a mi queridísima amiga (ya siento llamarte queridísima, cabecita loca ;) ) que preguntó: "¿crees que es fácil que cada persona vea la belleza de su camino?" Yo diría, resumiendo, que se puede ver, pero en cuanto a la “facilidad” tengo más reservas. Creo que esta “facilidad” no surge de un día para otro, sino que requiere un tiempo -menor o mayor y puede que abarque toda la vida- de trabajo. Si alguien puede decirnos que sí que es fácil y porqué ruego que lo haga…
Voy a intentar hacer un paralelismo. Cuando yo era joven (esto es, cuando tenía 20 ó 21 años...) acostumbraba a subir una montaña (más bien montañita, pero dejémoslo en montaña) cada mes. Cuando llegaba al pie de la montaña y observaba el paisaje de alrededor me decía: “¡qué ilusión! ¡qué bien! ¡qué gran día que vamos a pasar!” Luego levantaba la cabeza y miraba la cima… ¿Qué pensáis que decía? Bueno, pues no decía “Mejor me quedo aquí abajo y que me recojan luego”, sino que quería empezar, ¡empezar a subir! Y empezábamos. Un paso, otro paso, mirada a un lado, mirada al otro, unas palabras a algún acompañante, una flor preciosa, el silencio y sus palabras… Todo estupendo, pero cuando ya había avanzado unos metros –a veces más, a veces menos- y empezaba a estar cansada y a tener sed y se me había acabado el agua y comenzaban a oírse los “suspiros” de algunos y los míos, de repente esta idea surgía en mi cabeza: “Esta es la última vez, la última de verdad, que subo una montaña”. Y así, con la idea de “es la última vez”, continuaba subiendo, un paso y otro paso… pero ya no estaban las miradas a uno y a otro lado, ni las flores, ni las palabras… ¿Me explico? En esta subida, tras un tiempo, me había “olvidado” de contemplar la belleza que nos rodeaba y concentraba todos mis esfuerzos, mirando al suelo, en seguir dando pasos para llegar a la cima… y me perdía lo mejor de la subida, me perdía la belleza del camino. Afortunadamente la cima llegaba y desde arriba todo se veía distinto: “había valido la pena todo, con tal de estar allí”. Quedaba bajar, pero esa es otra cuestión. Y esto se repetía siempre, cada mes, y me olvidaba de lo difícil que había sido la vez anterior para poder volver a subir y contemplar el paisaje, la belleza, desde arriba.
Creo que esta explicación de la montaña me es muy útil ahora para responder a mi amiga. Es muy útil porque en la vida puede pasarnos algo parecido, en nuestro propio camino, en nuestros pasos, puede pasarnos algo parecido… Puede pasarnos en las cosas “pequeñas” que emprendemos y puede pasarnos en “general”. Se pasa la ilusión, se pasan las ganas, se pasan los deseos… ¿Y entonces qué? ¿Nos sentamos en una piedra a esperar a que vengan a recogernos o a que pase la vida? ¿Nos sentamos y agachamos la cabeza? No es la solución y eso lo sabemos, pero no siempre vivimos este “saber”. No existe una varita mágica para hacernos levantar la mirada, no existe si no queremos… Pero a nuestro alrededor y pese a nosotros mismos, sigue la música, sigue el arte, siguen las flores, siguen las montañas, sigue la belleza… ¡la Belleza! No siempre es fácil verla, amiga, creo que llevas razón… y si estamos equivocadas que alguien nos lo diga, por favor. No es fácil porque hemos agachado la cabeza, cerrado los ojos, nos hemos tapado los oídos... y estamos tan “desesperados”, tan “asustados”, tan “desanimados”… que aunque queramos, o aunque queramos querer, no podemos… No podemos nosotros, pero sí Ella, la Belleza sí que puede… sí que puede llegarnos. Lo que tenemos que aprender es a mirarLa cuando creemos que no vemos, a escucharLa cuando creemos que no escuchamos, a tocarLa cuando creemos que no tocamos, a sentirLa cuando creemos que no sentimos… y a pedir y a mendigar y a saber decir a quien puede ayudarnos: “oye, ¿puedes mostrarme la Belleza, puedes ayudarme a verLa?”. Y esto, tienes razón, no es fácil: esto es un trabajo, es un trabajo que no se termina en vida…
Se nos puede hacer especialmente difícil cuando “algo” ha truncado nuestras expectativas, nuestros planes… y lo que vemos es que ese camino que recorrían nuestros pasos está “cortado” o que hay un letrero en el que pone “no pasar”… Sin embargo, levantando la vista, vemos que la cima de la montaña sigue ahí, no se ha movido ni un milímetro… ¿Qué quiero decir? Que sí, que ese camino que era nuestro se nos ha hecho inaccesible, intransitable, pero nos ha servido para subir un buen tramo y hemos de mirar alrededor porque seguro –segurísimo- existe alguna otra senda que nos permitirá alcanzar la cima y que nos permitirá, no sin esfuerzo, no sin trabajo, no sin sufrimientos… ¡no sin alegrías!, verlo todo desde “arriba” y decir, finalmente, que todo ha valido la pena con tal de estar ahí.
Quizás todo esto os ha parecido algo abstracto, pero espero que cada uno, si le sirve de algo, pueda aplicárselo. Yo me lo aplico, yo intento aplicármelo.
Porto con me le mie canzoni ed una storia cominciata:
è veramente grande Dio, è grande questa nostra vita!
Gracias por llegar hasta el final.
Queridíiiiiiiiisima amiga, ¿te sirvió? Un abrazo.