Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas.
Carta a los artistas, Juan Pablo II.

Haced cosas bellas pero, sobre todo, convertid vuestras vidas en lugares de belleza.
Encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12-5-2010, Benedicto XVI.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Un más

Rescato de su abandono a mi blog, aunque sólo sea por un instante, aunque sólo sea para escribir algo que no sé si alguien leerá.

Recuerdo que cuando era pequeña (y a veces también ahora) me preguntaba: ¿dónde termina el Universo? ¿Es infinito? No me cabe en la cabeza que sea infinito, no me cabe la infinitud, pero si termina, ¿qué hay después? Tampoco me cabe en la cabeza que después no haya “nada”… ¿Qué es “nada”? Todo un misterio… Quería saber más, buscaba un sentido…

Hace unos días, leyendo un libro redescubrí que la búsqueda de un sentido está grabada a fuego en el corazón del hombre. Repasemos nuestro día a día: ¿por qué me levanto? ¿por qué como? ¿por qué voy a trabajar? Todo lo hago porque tiene un sentido o, al menos, deseo que tenga un sentido… El viernes pasado vi la película “The visitor”. Narra dos historias que se cruzan. Una de estas historias es la de un hombre que vive dejándose arrastrar por su propia vida. Se levanta, va a trabajar, escribe libros… pero su vida está vacía, porque no le llena, porque no encuentra que su día a día tenga un sentido. No es difícil, en esta situación, caer en la apatía, en la desgana, en el abandono, en la tristeza. Sin embargo, el corazón del hombre sabe lo que desea: lo desea Todo, desea la plenitud, desea vivir despierto. Sucede que en la vida de este hombre triste, cansado, vacío, tiene lugar un encuentro: su vida se cruza con la de un joven que le habla en un lenguaje universal, el lenguaje de la música. La novedad entra en la vida de este hombre a través de este encuentro y su corazón empieza a despertar, empieza a intuir que puede haber algo que le dé un sentido a su día a día. ¿Qué hace un corazón abierto a la realidad en esta situación? Salta, se lanza, se aferra a aquello que le promete que en su vida puede haber algo más, porque es para ese “más” para lo que se hizo este corazón.

Yo quiero un trabajo que me realice como persona y como profesional, quiero una compañía que permanezca, necesito un porqué para levantarme, para encender mi ordenador, etc. Si buscamos el significado en las cosas más cotidianas (y no por ello menos importantes), ¿cómo no buscarlo en los acontecimientos más grandes de nuestra vida? Si nuestro corazón está hecho para buscar ese sentido en lo pequeño, porque lo hay, ¿cómo no va a desear que exista un sentido en lo más grande?

No sé cómo explicarme, sólo quiero decir (y me lo digo a mí también) que la vida es mucho más que lo que a veces apreciamos. Tu amistad es mucho más, el trabajo es mucho más, una sonrisa es mucho más, la palabra “gracias” es mucho más… A veces vivimos sin apreciar el valor de lo que nos rodea, estamos acostumbrados a todo y a todos, pero si pensamos que el que tú y yo podamos levantarnos mañana nos es dado –es un regalo- la cosa cambia, ¿no? Si pensamos que cuando mañana lleguemos a nuestro trabajo, a nuestro lugar de estudio, etc. alguien nos dará gratuitamente los buenos días, todo se ve distinto. Incluso si nuestra realidad es dura, difícil, un rayo de luz puede alumbrarnos, puede crecer una flor a nuestro lado, o alguien puede tendernos una mano. El dolor que, quizás con frecuencia, siente nuestro corazón es el clamor de un por qué, es el grito que pregunta “¿cuál es el sentido de mi dolor?”. Cuando el corazón lanza esta pregunta, es porque esta pregunta debe tener una respuesta, aunque no comprendamos.

Propongo que miremos la realidad con un corazón de niño y la experiencia de un adulto.

Te conozco, Señor, por lo que siento

que me sobra en deseo y en afán,

¡porque el vacío de mi descontento,

tiene el tamaño de tu inmensidad!

(José Mª Pemán)

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