Se acerca el final de una etapa. Han sido tres meses los que he pasado en
Zaragoza. Cuando llegué, no conocía prácticamente a nadie. Sólo al profesor con
el que he estado trabajando, y no mucho. Hoy me atrevería a decir que tengo una
familia en Zaragoza.
Durante estos tres meses he convivido con una familia, un matrimonio joven
con una niña pequeña. Hace unos días me refería a ellos como “autoridad”, porque
han sido para mí testigos de la Presencia de Cristo vivo entre nosotros. Al
escucharme hablar de ellos como mi autoridad, mis testigos, añado hoy, mis
maestros, probablemente piensen: “¿cómo
va a ser así? Si nosotros...”. Hoy venía en el autobús leyendo que a un
maestro no se le elige, se le reconoce. Pues ahora voy a hablarles a ellos,
abiertamente, dado que mantengo su “anonimato”: yo no os he elegido, os he
reconocido. No miento si hablo de vosotros como maestros en estos tres meses.
Vosotros sabéis lo que hemos vivido juntos y no me podéis objetar nada si os
digo que habéis estado a mi lado, me habéis guiado, me habéis acompañado.
Nunca olvidaré cómo, cuando ya no sabíais que hacer, hacías lo mejor… Sí,
lo mejor. No olvidaré cómo os pusisteis a rezar al lado de mi cama cuando
parecía que ya no se podía hacer nada más, nada más que dejar pasar el tiempo o
quién sabe qué. Los que estéis leyendo esto estaréis pensando: “¿de qué está hablando?” Hablo de una
enfermedad que arrastro desde hace años, pero no me voy a dedicar a explicar
nada por aquí. Menciono estos momentos porque han sido puntos de encuentro y de
partida en nuestra convivencia. El testimonio que he tenido delante de mis ojos
en estos meses, siendo el mismo, me hubiese podido pasar “desapercibido” sin
los momentos más duros. En la película “Tierras de penumbra” escuchamos algo
así como que el dolor es el altavoz que utiliza el Señor para despertarnos en
un mundo de sordos. Yo confieso mi sordera y confieso que ha sido en el dolor
donde he despertado y he reconocido la Presencia viva de Cristo en los que Él
ha puesto a mi lado, que ahora se convierte en memoria.
No quiero extenderme más. No hay palabras para agradecer lo que el Señor,
por medio de estas personas y de otros amigos, ha hecho por mí en este tiempo.
Por tanto, no habiendo palabras, me remito al silencio. El silencio es también
un gran maestro, hago silencio en mi corazón para escuchar al Señor y para darLe
gracias por estas personas, mi familia zaragozana, y por todos los amigos que aquí
he encontrado.
Simplemente gracias y hasta siempre.
Hola Lydia,soy ximo, muy bueno el artículo. Saludos!
ResponderEliminarGracias Ximo!hasta pronto!
EliminarMe ha gustado mucho Lydia. Gran película "Tierra de penumbra", que creo recordar vimos juntas.
ResponderEliminarY por fin me hago seguidora tuya!! ¿no hay premio para la fan número 19?
M.Curiel
Gracias Perri!Claro que hay premio para ti!Se trata de un fin de semana en Valencia en régimen de media pensión!Sólo tienes que elegir fecha!Bs!
EliminarGracias Lydia por tu testimonio.
ResponderEliminarUn abrazo,
Almudena
Almudena, gracias a vosotros por este tiempo.
EliminarUn abrazo
Tu tambien has sido un referente y una compañia en todos los sentidos. En los momentos buenos y en los duros, un testigo y recordatorío de Cristo cada dia. Una mirada sensible y profunda. Gracias.
EliminarTu familia Zaragozana